Informe de la Comisión Peel: extractos de los hallazgos y las recomendaciones de la Comisión Real
Disturbio árabe en Belén, en 1938. (Biblioteca del Congreso de los EE. UU)

Julio de 1937

Royal Institute of International Affairs, Great Britain and Palestine, 1915-1945, Information Paper No. 20, Oxford University Press, 1947. 155-9. Véase también: Palestine (Peel) Partition Report. Conclusion and Recommendations 263-397. Cmd. 5479. 1937.

En 1928 y 1929 se desataron disturbios civiles en Palestina. Las tensiones entre las comunidades aumentaban a medida que los dirigentes políticos árabes y los campesinos árabes se sentían cada vez más incapaces de desviar el curso de la política británica de apoyar el hogar nacional judío. El Gobierno británico en Londres y quienes formaban parte de la administración británica en Palestina se encontraban enormemente angustiados a raíz de la violencia que se había desatado entre musulmanes y judíos. Con el ánimo de identificar las causas subyacentes de los disturbios, el Gobierno británico envió unas comisiones de investigación a Palestina (la Comisión Shaw y la investigación Hope Simpson) en 1929 y 1930, respectivamente. Cada una de ellas concluyó que la inmigración judía era la causa de los disturbios; además, concluyeron que la venta de tierras árabes a los judíos era también una de las causas de los disturbios civiles. Los funcionarios británicos constataron que la cantidad de tierra cultivable per cápita para las poblaciones judía y árabe había disminuido con el crecimiento de las poblaciones de ambas comunidades: la judía, a través de la inmigración, y la árabe, principalmente mediante el mejoramiento de la atención sanitaria. A pesar de estos hallazgos, la política británica continuó permitiendo el crecimiento del hogar nacional judío.

El grave deterioro de la economía agrícola, de la cual dependía el noventa por ciento de la comunidad árabe, complicó aún más la política palestina de principios de los años treinta. Mientras la sequía y el bajo rendimiento agrícola se apoderaban de la población rural árabe, la inmigración y la adquisición de tierras por parte de los judíos siguió su curso. Tanto los dirigentes árabes en Palestina como los legisladores británicos en Palestina o Londres hicieron poco por ayudar a la población rural árabe. Durante los comienzos de los años treinta, los periodistas de los diarios árabes en Palestina y diversos dirigentes políticos árabes siguieron protestando contra del sionismo, exigiendo el cese de la inmigración judía y la adquisición de tierras; las críticas en la prensa árabe palestina se dirigieron contra los dirigentes árabes por hacer poco al respecto, salvo limitarse a convocar manifestaciones. Los sionistas se vieron fortalecidos de forma sostenida a raíz de la realidad de que los vendedores árabes se dirigían constantemente a los compradores judíos. Para la mayoría de los sionistas, la drástica contradicción entre el clamor público para detener el hogar nacional judío y las acciones árabes en privado para colaborar con los sionistas, mantenían su incredulidad sobre un verdadero compromiso árabe con sus alegadas aspiraciones nacionalistas.

A finales de 1935, los dirigentes de la comunidad árabe palestina presentaron tres exigencias al Alto Comisionado británico, Arthur

Wauchope:
1) el establecimiento de un gobierno democrático en el país; 2) el cese inmediato de la inmigración judía; 3) la prohibición por ley de la transferencia de tierras árabes a los judíos.

El Alto Comisionado Wauchope no accedió a estas exigencias, si bien indicó que se promulgaría alguna ley para abordar el tema de la tierra y que se impondría un límite a la inmigración. Motivada para permanecer en Palestina por razones estratégicas, en especial para proteger el canal de Suez, Gran Bretaña no estaba dispuesta a renunciar al control de Palestina para otorgarlo a la comunidad árabe. Para la primavera de 1936, el desempleo árabe aumentó a los niveles más altos nunca antes vistos, lo que se sumó a los cinco años de escaso rendimiento agrícola, las repercusiones de la recesión mundial en las exportaciones palestinas y un menor influjo de capital proveniente de la inmigración judía. Los árabes que, aprovechando el anterior auge de la construcción urbana emigraron de las colinas centrales a la llanura costera con el fin de obtener un empleo en las zonas de asentamiento judío, ya no lograban conseguirlo. En abril de 1936, los campesinos árabes protestaron por su situación económica, las políticas británicas a favor del sionismo y la idea de que los judíos estaban controlando grandes porciones de tierra a lo largo de la llanura costera. Los disturbios desencadenaron una prolongada huelga general árabe. Grupos de árabes atacaron los asentamientos judíos, arrancaron los cultivos, ocuparon ilegalmente las propiedades judías, atacaron las instalaciones y el personal británico y destruyeron las vías del ferrocarril, los puentes, los equipos telegráficos y varios depósitos del ejército; todos estos elementos constituían símbolos de la presencia colonial británica. Los “disturbios” o la “revuelta” árabe radicalizaron la política árabe e hicieron que cualquier acuerdo con los sionistas fuera improbable. La revuelta acentuó el control de los elementos más radicales de la comunidad árabe palestina. En especial, acentuó la postura del gran muftí de Jerusalén, Hajj Amin al-Husayni, quien se mantuvo inexorablemente intransigente con los sionistas, los británicos y el hogar nacional judío.

En agosto se dio una tregua en los disturbios, un mes después de que Gran Bretaña designara una Comisión Real para identificar las causas subyacentes del levantamiento, indagar sobre la operación del Mandato, evaluar las legítimas reclamaciones árabes y judías y emitir recomendaciones sobre las formas de evitar la reanudación de dichos disturbios 1. Para los sionistas, la violencia árabe en su contra reafirmaba su compromiso de hacer frente a los desafíos físicos y luchar frenéticamente tanto en lo diplomático como lo político para posponer cualquier limitación al crecimiento del hogar nacional judío.

Jóvenes árabes durante un ataque en la ciudad de Belén, en 1938. (Biblioteca del Congreso de los EE. UU., sin restricciones conocidas)

El informe Peel (de la Comisión Real), emitido en julio de 1937, fue un informe perspicaz y equilibrado sobre el Mandato británico. Se refirió de forma comprensiva a las aspiraciones de tanto los judíos como los árabes. El informe reiteró que las causas subyacentes de los recientes disturbios eran las mismas que aquellas de 1920, 1921, 1929 y 1933: el deseo árabe de independizarse, el odio y el temor árabe hacia el hogar nacional judío y la determinación del movimiento nacional judío de alcanzar sus metas. Concluyó que las aspiraciones de las dos comunidades eran irreconciliables, que el Mandato, en su modo de operar actual, era impracticable y que Palestina debía dividirse en dos entidades separadas, una judía y una árabe. El informe incluyó un mapa de los Estados árabe y judío propuestos, así como un enclave neutral para el control británico de los Lugares Sagrados de Jerusalén y Belén.

El informe declaraba: “El hogar nacional judío ya no es más un experimento. El crecimiento de la población se ha visto acompañado por desarrollos políticos, sociales y económicos que siguen los parámetros establecidos desde un principio. La novedad principal es el desarrollo urbano e industrial. El contraste entre la naturaleza democrática moderna y primordialmente europea del Hogar nacional y el mundo árabe a su alrededor es sorprendente. El carácter del Hogar es marcadamente nacionalista. No da cabida a una fusión o asimilación entre las culturas judía y árabe. El hogar nacional no puede ser seminacional”.

Gran Bretaña había llegado a la conclusión de que el conflicto en Palestina no era entre una noción correcta y una equivocada, sino entre dos nociones correctas. El uso de la fuerza para solucionar el conflicto no era una opción para Gran Bretaña. El secretario de Relaciones Exteriores británico, Ormsby-Gore, afirmó que había “dos fuerzas que dominan la opinión pública en Inglaterra: el deseo de ayudar al sufrido pueblo judío de Europa y, de otra parte, un porcentaje alto de la opinión, representado antiguamente por el Partido Liberal pero en este momento una opinión compartida por todos, que apoya los derechos inherentes de la población indígena”.

El contenido del informe fue la primera vez que una entidad oficial británica propuso la partición, es decir, la división de Palestina en dos Estados. Al sugerir la partición, Gran Bretaña reconoció el fracaso parcial de su política de tratar de gestionar, si no conciliar, las necesidades de las comunidades árabe y judía. Aun así, el hogar nacional judío, cuyo establecimiento había sido un componente central del Mandato británico, había sido constituido. Si bien los árabes no habían logrado su independencia, habían obtenido ventajas morales, intelectuales y materiales del Mandato 2.

La comunidad árabe de Palestina rechazó tajantemente la idea de la partición, como también lo hicieron los dirigentes y Estados árabes vecinos: en septiembre de 1937, en Bloudan, Siria, un congreso panárabe no gubernamental, conformado por más de 400 delegados árabes, rechazó la partición de Palestina, y en su lugar declaró su objetivo de “liberar al país y establecer un Gobierno árabe”. La respuesta sionista fue más matizada, pues ni apoyó la partición ni la rechazó de forma categórica. En medio de la publicación del informe Peel y la reunión en Bloudan, el vigésimo Congreso Sionista se reunió en Zurich. Habían transcurrido cuarenta años desde la celebración del primer Congreso Sionista en Basilea. Se había resucitado el hebreo, se había fundado Tel Aviv, se había establecido la Universidad Hebrea, la población judía había crecido de 24 000 a casi 400 000 habitantes, la posesión de tierras por los judíos se había triplicado, el establecimiento judío en la tierra era la filosofía nacional, la fe en el poder y la organización política de los judíos era una realidad. Es decir, se había puesto en práctica la infraestructura territorial, económica y financiera para un Estado judío. Aun así, aunque a los sionistas les alegraba saber que los británicos apoyaban la partición, creían que el momento aún no era el propicio y que el Estado judío propuesto era muy pequeño. Los dirigentes sionistas involucrados en las deliberaciones sobre el debate de la partición no intuyeron que los judíos europeos enfrentaban un peligro inminente radical, diferente del que habían experimentado a través de la historia, así que la necesidad de un hogar nacional judío no parecía en ese momento ser más imperiosa de lo que había sido en años previos3. Los dirigentes sionistas querían fortalecer aún más el hogar nacional judío, como preparación para el establecimiento del Estado que estaba en curso.

Después de la emisión del informe Peel, Gran Bretaña envió una comisión técnica a Palestina para que determinara las posibles fronteras de una solución de dos Estados, a pesar de no estar del todo segura de que abandonar Palestina era en ese momento la decisión estratégica adecuada, dados los acontecimientos que se desencadenaban en Europa y la necesidad de Gran Bretaña de contar con el puerto de Haifa para la refinería petrolera. En octubre de 1938, la Comisión de partición (Woodhead) concluyó que era imposible dividir Palestina4. Cuando se determinó que la partición era inviable, Gran Bretaña invitó a los sionistas, los dirigentes de los Estados árabes y a los palestinos a Londres, a principios de 1939, para consultar sobre las políticas futuras. Los efectos combinados de los disturbios árabes entre 1936 y 1939 contra Gran Bretaña y el sionismo, y la emisión de los informes de la Comisión Peel y la Comisión de partición brindaron a los legisladores en Londres una razón aparente para reestructurar la operación del Mandato. Las sombras de la guerra que se avecinaba, junto con la preocupación por mantener relaciones en términos razonables con los dirigentes árabes, hicieron que fuera necesario poner fin a los levantamientos en Palestina mediante la interrupción del establecimiento del hogar nacional judío. Esta directriz se emitió en el Libro Blanco de mayo de 1939, que limitaba de forma drástica la inmigración y la adquisición de tierras por parte de los judíos.

La propuesta de partición de 1937 tuvo ramificaciones a largo plazo para el conflicto árabe-judío en Palestina. Incluso antes de la emisión del informe Peel, la idea de la partición ya existía en el entorno político palestino; los sionistas y los árabes comprendían lo que implicaba. No cabe duda de que los árabes en Palestina sabían que el sionismo ya era un éxito. Los funcionarios británicos en Londres y el Medio Oriente argumentaron que era más importante apaciguar a los dirigentes árabes del Medio Oriente y sus intereses que preocuparse por el crecimiento del hogar nacional judío. La idea de la partición finalmente fue descartada pues se consideró que con ella sin duda se perdería el sentimiento positivo de los árabes hacia Gran Bretaña5. Durante los años de la guerra, los legisladores británicos seguirían considerando la opción de la partición, sin llegar a ninguna conclusión definitiva.

–Ken Stein, noviembre de 2016.


A. Las causas subyacentes

…Consideramos que este es un momento adecuado para abordar el primero de nuestros términos de referencia, que nos exige “determinar las causas subyacentes de los disturbios…”

B. Recomendaciones conforme a la Administración del Mandato

No se debería vacilar en prescindir de los servicios de los funcionarios palestinos cuya lealtad o imparcialidad sea cuestionable.

Debería haber una mayor descentralización.
Se debería nombrar a un defensor de alto rango del Gobierno británico.
Se debería completar la construcción de la carretera de Jaffa a Haifa lo antes posible.

Seguridad pública. Si se desencadenan nuevamente disturbios de tal magnitud que es necesaria la intervención militar, no se debería vacilar en hacer efectiva la ley marcial. En tal caso, se debería hacer efectivo el desarme, primero de los árabes y luego de los judíos.

Se debería nombrar a funcionarios de distrito británicos en las zonas mixtas.

Es necesario contar con el personal de reserva de la policía central y local. Asimismo, es indispensable contar con una gran fuerza móvil montada.

Se debería adoptar una ordenanza sobre la prensa más rigurosa.

Cuestiones financieras y fiscales. Se deberían iniciar negociaciones para modificar las disposiciones del Artículo 18 del Mandato y establecer el comercio de Palestina sobre una base más justa.

Las tierras. El Alto Comisionado debería estar facultado para prohibir la transferencia de tierras en cualquier área a los judíos. (Es posible que primero sea necesario modificar el Mandato).

Hasta que se complete el reconocimiento y la regularización de las tierras, se debería prohibir la venta de parcelas aisladas y relativamente pequeñas a los judíos. La Comisión apoya una propuesta para la creación de empresas de servicios públicos que se ocupen de emprender planes de desarrollo.

Se debería nombrar una comisión de expertos para que redacte un Código de Tierras.
Se debería apresurar la regularización de las tierras.
En caso de haber ventas adicionales de tierras árabes a los judíos, se deben preservar los

derechos de los terratenientes o cultivadores árabes. La enajenación de tierras solo se debe permitir donde se pueda remplazar el cultivo extensivo por el intensivo, es decir, en las llanuras y no en este momento en las colinas.

Es indispensable una legislación que confiera autoridad sobre el agua superficial al Alto Comisionado. Se deben explorar las posibilidades de irrigación. Cabe destacar el plan para el desarrollo del distrito de Jule.

Se recomienda la implementación de medidas de forestación.

Inmigración. El volumen de inmigración judía debe seguir siendo limitado, en primera instancia por la capacidad de absorción económica de Palestina, pero también debe estar sujeto a una limitación fijada por una decisión de alto nivel político (individual) que abarque la inmigración judía de todas las categorías. Esta cifra superior debería fijarse para los próximos cinco años en 12 000 por año. Se proponen modificaciones a las categorías de la Ordenanza de la inmigración y a la definición de “dependencia”.

Educación. La administración debería considerar las reclamaciones sobre los ingresos destinados a la educación árabe como segundos en importancia solo con relación a las referidas a la seguridad pública. La proporción actual entre los subsidios para la educación judía y la suma destinada a los árabes no debe modificarse: un aumento en el subsidio a la educación judía debería ser el resultado de un aumento en el gasto total en educación.

En todo debate futuro sobre el proyecto de una universidad británica en el Medio Oriente, debería considerarse la posibilidad de ubicarla en la región de Jerusalén o la de Haifa.

Gobierno local. Se deberían hacer esfuerzos para fortalecer aquellos escasos consejos locales que aún existen en las zonas rurales árabes, pero no para revitalizar consejos que ya se han desintegrado o crear nuevos consejos, a menos que exista una demanda real. Se debería clasificar nuevamente a los consejos locales de mayor importancia y a todos los municipios mediante una nueva ordenanza, en grupos según su tamaño e importancia respectivos.

Se debería contar con los servicios de un experto en temas de gobierno local para asistir en la preparación de la nueva ordenanza y mejorar las relaciones entre el Gobierno y los municipios.

La necesidad de Tel Aviv de recibir un préstamo de monto considerable debería ser reconsiderada sin demora y con comprensión.

Instituciones autónomas. La Comisión no recomienda que se hagan intentos por revivir la propuesta de un consejo legislativo, pero acogería con agrado una ampliación del consejo consultivo mediante la inclusión de miembros no oficiales.

Conclusión. Las recomendaciones mencionadas arriba para hacer frente a los reclamos de árabes y judíos bajo el Mandato no harán que estos “desaparezcan” ni “evitarán que se repitan”. Son las mejores soluciones paliativas que la Comisión puede sugerir, pero no solucionarán el problema.

C. Recomendaciones para la terminación del Mandato sobre la base de una partición

Habiendo llegado a la conclusión de que no hay posibilidades de resolver la cuestión palestina estando vigente el Mandato actual (o incluso bajo un plan de cantonización), la Comisión recomienda la conclusión del Mandato actual sobre la base de una partición y plantea un plan definitivo que considera practicable, honorable y justo. El plan es el siguiente:

El Mandato de Palestina debería concluirse y reemplazarse por un sistema de tratado, conforme al precedente sentado en Irak y Siria.

En virtud de los tratados a negociarse entre la potencia mandataria, el Gobierno de Transjordania y los representantes de los árabes de Palestina, de una parte, y con la organización sionista de la otra, se declararía el pronto establecimiento de dos Estados soberanos independientes:

  1. Un Estado árabe, constituido por Transjordania en unión con aquella parte de Palestina que se asigne a los árabes; y
  2. Un Estado judío, constituido por aquella parte de Palestina que se asigne a los judíos. La potencia mandataria se comprometería a apoyar cualquier petición de formar parte de la Sociedad de Naciones presentada por los gobiernos de los Estados árabe y judío. Los tratados incluirían garantías rigurosas para la protección de las minorías. Se anexarían convenios militares a los tratados.

Se debería constituir un nuevo Mandato que cumpla con la tarea de mantener la santidad de Jerusalén y Belén y garantice que todos tengan acceso libre y seguro a ellos. Se debería delimitar un enclave que esté comprendido dentro de este Mandato, que se extienda desde un punto al norte de Jerusalén hasta un punto al sur de Belén, y un corredor desde Jerusalén a Jaffa debería
brindar acceso al mar. La política de la Declaración Balfour no se aplicaría a la zona bajo el Mandato.

El asentamiento judío de Beit Hashita (conocido antiguamente como el pueblo árabe de Shatta), en 1938. La transferencia de tierras entre árabes y judíos fue el principal motivo de las revueltas y disturbios de los años veinte y treinta. (Fotografías de CZA)

La potencia mandataria debería asimismo estar a cargo de la administración de Nazaret, contar con plenos poderes para salvaguardar la santidad de las aguas y costas del lago Tiberíades y, de igual modo, proteger los patrimonios religiosos y aquellos edificios, monumentos y lugares en los Estados árabe y judío que sean sagrados para los árabes y los judíos, respectivamente.

Se recomienda trazar las fronteras entre los Estados árabe y judío como sigue: a partir de Ras en Naqura, sigue la frontera existente al norte y oeste de Palestina hasta el lago Tiberíades y atraviesa el lago a la desembocadura del río Jordán, desde donde continúa a lo largo del río a un punto un tanto al norte de Beisan. Luego atraviesa la llanura de Beisan y se extiende a lo largo del extremo sur del valle de Jezreel a un punto cerca de Megiddo, de donde atraviesa la cordillera de Carmel cercana a la carretera de Megiddo. A continuación se dirige hacia el sur a lo largo del extremo oriental de la llanura costera, desde allí hace una curva al oeste para esquivar Tulkarm, hasta llegar al corredor de Jaffa a Jerusalén, cerca de Lydda. Al sur del corredor, continúa a lo largo del extremo de la llanura a un punto a unos 16 km de Rehovot, donde hace una curva al oeste en dirección al mar.

Haifa, Tiberías, Safed y Acco deberían permanecer por un tiempo bajo la administración del Mandato. Jaffa debería ser parte de una zona periférica del Estado árabe, y se deberían adquirir y desbrozar franjas estrechas de tierras en las zonas norte y sur de la ciudad para brindar acceso desde el corredor de la zona bajo el Mandato hasta el mar.

El tratado judío debe permitir el libre tránsito de mercancías en depósito entre el Estado árabe y Haifa.

A raíz de los posibles desarrollos comerciales en el futuro, un enclave en la costa al noroeste del golfo de Aqaba debería permanecer bajo la administración del Mandato, y el tratado árabe debería permitir el libre tránsito de mercancías entre el Estado judío y este enclave y, asimismo, a la frontera con Egipto en Rafah. El tratado debería otorgar facilidades similares para el tránsito de mercancías entre la zona bajo el Mandato y Haifa, Rafah y el golfo de Aqaba.

El Estado judío debería otorgar una subvención al Estado árabe. Debería nombrarse una comisión financiera que brinde asesoría sobre el monto adecuado y la repartición de la deuda pública de Palestina, así como de otras cuestiones financieras.

Teniendo en cuenta el atraso de Transjordania, se debería solicitar al parlamento que otorgue un subsidio de ₤2 000 000 al Estado árabe.

Como parte del sistema de tratado propuesto, se debería celebrar un convenio comercial con el fin de establecer un arancel común sobre la variedad más amplia posible de artículos importados y para permitir el intercambio de mercancías de la manera más libre posible entre los tres territorios.

Se deberían respetar plenamente los derechos de todos los funcionarios públicos, entre ellos, el derecho a la pensión o las gratificaciones.

Los acuerdos concertados por el Gobierno de Palestina para el desarrollo y la seguridad de las industrias, por ejemplo, el acuerdo con la Palestine Potash Company, deberían ser asumidos y aplicados por los Gobiernos de los Estados árabe y judío. Se deberían incorporar garantías en los tratados a tales efectos. De igual forma, se debería garantizar la seguridad de la central eléctrica en Jisr el Majami.

Los tratados deberían estipular que si los propietarios de tierras árabes en el Estado judío o los propietarios judíos en el Estado árabe desean vender su tierra, el Gobierno del Estado en cuestión debería ser el responsable de las compras a un precio que, de ser necesario, sería fijado por el Gobierno del Mandato.

Se debería emprender una investigación inmediata sobre las posibilidades de la irrigación y el desarrollo de Transjordania, el distrito de Beer Sheva y el valle del Jordán. Si se hace evidente que una cantidad considerable de tierra puede estar disponible para que los árabes que habitan la zona judía vuelvan a asentarse, se deberían emprender esfuerzos enérgicos para lograr un acuerdo sobre un intercambio de tierras y población, en beneficio de ambas partes. Con el objeto de facilitar tal acuerdo, se debería solicitar al parlamento del Reino Unido que otorgue una subvención para satisfacer los costos del plan de desarrollo necesario.

Para el período de transición, que se implementaría antes de que los tratados entraran en vigencia, las recomendaciones de la Comisión son las siguientes. Se debería prohibir la adquisición de tierras por parte de los judíos dentro de la zona árabe o por parte de los árabes dentro de la zona judía. Se debería prohibir la inmigración judía a la zona árabe. El volumen de inmigración judía debería ser determinado por la capacidad de absorción económica de Palestina, menos la zona árabe. Se deberían iniciar negociaciones sin retraso alguno para garantizar la modificación del Artículo 18 del Mandato, y constituir el comercio exterior de Palestina sobre una base más justa. De ser posible, el consejo consultivo debería ampliarse para incluir a los representantes árabes y judíos nominados. A partir de la opinión de expertos se debería reformar el sistema municipal, conforme a lo que estos recomienden. Se debería realizar una labor importante para aumentar la cantidad de escuelas árabes.

La Comisión recuerda que, si bien estas propuestas no satisfacen todas las demandas de tanto los árabes como los judíos, ofrecen a cada una de las partes lo que esta más anhela, a saber, libertad y seguridad…

D. Conclusión

  1. Un peculiar refrán inglés dice: “La mitad de un pan es mejor que nada”; y, teniendo en cuenta la actitud que tanto los representantes árabes como los judíos adoptaron al brindarnos pruebas, consideramos improbable que cualquiera de las dos partes se encuentre satisfecha en un principio con las propuestas que hemos planteado para reajustar los reclamos de sus rivales. Pues la partición significa que ninguno obtendrá lo que quiere. Significa que los árabes deberán aceptar excluir de su soberanía una porción de territorio que han habitado durante tanto tiempo y que alguna vez gobernaron. Significa que los judíos deberán contentarse con menos que la Tierra de Israel, que alguna vez gobernaron y esperaron gobernar nuevamente. No obstante, consideramos posible que, si reflexionan, ambas partes llegarán a comprender que las desventajas de la partición son superadas por sus ventajas. Pues, si bien esta no satisface todas las demandas de ambas partes, le ofrece a cada parte lo que esta más anhela, a saber, libertad y seguridad.
  2. Las ventajas para los árabes de la partición en los términos que hemos propuesto se pueden resumir de la siguiente manera:
    1. Obtienen su independencia y pueden cooperar en igualdad de condiciones con los árabes de los países vecinos para la causa de la unidad y el progreso árabes.
    2. Finalmente se liberan del temor de ser “invadidos” por los judíos y de la posibilidad de verse sometidos finalmente a la autoridad judía.
    3. En especial, al limitar de forma definitiva el establecimiento del hogar nacional judío dentro de unas fronteras fijas y promulgar un nuevo Mandato que proteja los Lugares Sagrados con el solemne respaldo de la Sociedad de Naciones, se eliminan las inquietudes en caso de que los Lugares Sagrados llegaran a quedar bajo el control judío.
    4. Como compensación por la pérdida de territorio que los árabes consideraban suyo, el Estado árabe recibirá una subvención del Estado judío. Asimismo, a raíz del atraso de Transjordania, esta recibirá un subsidio de ₤2 000 000 del Tesoro Británico y, si es posible lograr un acuerdo para el intercambio de tierras y población, se otorgará otra subvención para transformar la tierra no apta para el cultivo en el Estado árabe en tierra productiva, de la cual tanto los cultivadores como el Estado se podrán beneficiar.
  3. Las ventajas de la partición para los judíos se pueden resumir de la siguiente manera:
    1. La partición garantiza el establecimiento del hogar nacional judío y lo libera de la posibilidad de estar sometido en el futuro a la autoridad árabe;
    2. La partición permite a los judíos llamar al hogar nacional su propio hogar, puesto esto lo convierte en un Estado judío. Sus ciudadanos podrán permitir el ingreso de tantos judíos como ellos mismos consideren que se pueden absorber. Conseguirán el primer objetivo del sionismo: establecer una nación judía, instaurada en Palestina, que otorgue a sus nacionales el mismo estatus que otras naciones otorgan a los suyos. Dejarán finalmente de vivir una “vida en condición de minoría”.
  4. La partición ofrece la posibilidad para tanto los árabes como los judíos de recibir el inestimable regalo de la paz, y no vemos que en alguna otra política esté presente una posibilidad que se le parezca. Si, al poner fin al Mandato se logra poner fin a la riña que se inició con el mismo, sin duda vale la pena que ambas partes hagan algunos sacrificios. No se trata de un pleito natural ni de larga data. Un hábil exponente del punto de vista árabe expresó que a lo largo de la historia los árabes no solo han estado libres de un sentimiento antijudío, sino que han demostrado que el espíritu de llegar a un arreglo está profundamente arraigado en su vida. Manifestó además su compasión por la suerte de los judíos en Europa. Afirmó que: “No hay nadie con un sentido de la moral… que no estuviera dispuesto a hacer todo lo humanamente posible para aliviar las desgracias de esta gente”, siempre que esto “no causara una desgracia igual en otros”. Si consideramos lo que significa la posibilidad de encontrar un refugio en Palestina para los miles de judíos que sufren, no podemos creer que la “desgracia” ocasionada por la partición, tan enorme como esta pudiera ser, sea mayor a la generosidad que el pueblo árabe puede permitirse. Y, en este respecto, como en tantas cosas relacionadas con Palestina, no solo se deben tener en cuenta a los pueblos de ese país. La cuestión judía es el menor de los múltiples problemas que perjudican las relaciones internacionales en este momento crítico y obstruyen el camino a la paz y la prosperidad. Si, realizando algunos sacrificios, los árabes pudieran contribuir a solucionar este problema, serían merecedores del agradecimiento no solo de los judíos, sino de todo el mundo occidental.
  5. Durante una época, los estadistas árabes estuvieron dispuestos a conceder a los judíos una pequeña parte de Palestina, siempre que el resto del Asia árabe permaneciera libre. Esa condición no se cumplió en ese entonces, pero está próxima a cumplirse ahora. En menos de tres años, toda la amplia zona árabe fuera de Palestina, entre el Mediterráneo y el Océano Índico será independiente y, si se acepta la partición, una gran parte de Palestina también lo será.
  6. No es necesario recalcar las ventajas que la regularización de la situación en Palestina tendría para pueblo británico. Nos hemos comprometido a hacer todo lo posible para cumplir con las obligaciones que, como parte de las exigencias de la guerra, hemos contraído con los árabes y los judíos. Cuando se incorporaron estas obligaciones en el Mandato, no comprendimos plenamente las dificultades de la tarea que se nos planteaba. Hemos tratado de superarlas, no siempre con éxito. Estas se han tornado progresivamente mayores, hasta que en este momento parecen ser casi insuperables. La partición brinda la posibilidad de tratar de abordarlas, una posibilidad de lograr una solución definitiva al problema, de manera que se respeten los derechos y las obligaciones de tanto los árabes como los judíos y se nos libere de las obligaciones contraídas con ellos hace veinte años en la mayor medida posible, dadas las circunstancias actuales…

    1. The Times, Londres, 30 de julio de 1936.
    2. Acta de la Comisión Permanente de Mandatos de la Sociedad de Naciones, comentarios del conde de Penha Garcia, miembro de la vigésima reunión del 11 de agosto de 1937, http://domino.un.org UNISPAL.NSF/85255e950050831085255e95004fa9c3/fd05535118aef0de052565ed0065ddf7
    3. Shapira, Anita. “The Concept of Time in the Partition Controversy of 1937,” Studies in Zionism, vol. 6, n.o 2 (otoño de 1985), pág. 228.
    4. Gran Bretaña. Palestine Partition Commission Report, Cmd. 5854 (1938).
    5. Porath, Yehoshua. The Palestinian Arab National Movement 1929-1939 From Riots to Rebellion, Frank Cass, Londres (1977), pág. 301. © Center for Israel Education 2017.