Profesor Kenneth W. Stein,
Universidad de Emory y el Centro para la Educación sobre Israel www.israeled.org

La relación entre Estados Unidos e Israel es complicada, dinámica, multidimensional, y duradera. Es, como el título de libro de Dennis Ross lo describe, Destinada A Ser Exitosa (Doomed to Succeed en inglés) (Ross, 2015). El anterior Embajador de los EE.UU. en Israel, Samuel W. Lewis dijo que la “relación existe como un matrimonio a la antigua: pueden amarse uno al otro, gritarse uno al otro, estar en desacuerdo entre sí, hasta separarse por un periodo de tiempo, pero no se divorcian. Es mucho más profunda y amplia que una interacción de gobierno-a-gobierno. Es única entre todas nuestras relaciones en el mundo” (Lewis, 2011). La relación, tal como la definen los políticos norteamericanos, se ha desarrollado pasando desde del repudio hacia los judíos, el sionismo, y un estado judío en los años 1940s, hasta caracterizar la conexión EE.UU.–Israel como un bien estratégico en 2018(Stein, 2018).

Altos y bajos en la relación han evolucionado progresivamente a convertirse en una telaraña de relaciones consolidadas y mutuamente beneficiosas, conectando a sus respectivas burocracias, economías, milicias, instituciones educativas, investigaciones científicas, y poblaciones. No existe ningún tratado escrito entre ambos países, pero sí existían varios entendimientos, cartas de garantía, memorándums de acuerdo, cartas de apoyo del congreso, garantías de suministro de armas, asistencia económica y convenios de tecnología, acuerdos para compartir análisis de inteligencia, y cooperaciones cercanas en casi todos los ámbitos militares y civiles. En la ONU y otras organizaciones internacionales donde el desequilibrio mundial en contra de Israel ha sido incesantemente tóxico, Israel había considerado a Washington para hablar en su nombre y oponerse a los intentos que apuntaban a dañar y deslegitimizar al estado.

Formando las asociaciones de estado-a-estado de ambos países se encuentran las conexiones arraigadas por las cuales las dos comunidades judías más grandes en el mundo se influyen entre sí. Israel ha tenido un impacto profundo en la definición y el desarrollo de la identidad judía norteamericana. De la misma manera, los judíos americanos han jugado roles de apoyo e intrusión en el gobierno y las políticas israelíes.

Para los judíos norteamericanos en particular, Israel es una varita de luz para la participación política en varios ámbitos. Israel es el centro donde los judíos interactúan con sus conciudadanos judíos sobre la autodefinición y sobre cuidar a los judíos a nivel mundial. Los judíos en la diáspora, incluyendo a aquellos en Norteamérica, similarmente se identifican con un pasado judío resiliente y la historia de perseverancia de Israel, y sienten su dolor en las adversidades.

Particularmente para los judíos americanos, Israel es una antorcha de luz para la participación política en varios ámbitos. Israel es el centro donde los judíos interactúan con sus compañeros judíos sobre su identidad y el cuidado de los judíos alrededor del mundo. Los judíos en la diáspora, incluyendo a aquellos en Norteamérica, se identifican de una manera similar al pasado resiliente de los judíos y la historia de perseverancia de Israel, y sienten su dolor en las adversidades. Desde la Guerra de los Seis Días en junio de 1967, los judíos norteamericanos han expresado cada vez más opiniones divergentes sobre las políticas que Israel debería adoptar con respecto a sus vecinos árabes y particularmente los palestinos. Para muchos judíos norteamericanos, Israel es mucho más que el restablecimiento de una patria antigua en la forma de una nación-estado moderna. Los judíos norteamericanos han hecho de Israel un enfoque fijo de sus actividades comunales e institucionales, incluyéndolo como un lugar para visitar, aprender, y estar orgullosos de un pasado judío en común. Para muchos de ellos, Israel se ha convertido en un punto focal para la participación dentro del sistema político americano–un proceso que ha promovido un fuerte apoyo para la relación entre EE.UU.– Israel. Más recientemente, la política de Estados Unidos ha influenciado a las decisiones políticas de Israel con respecto a los territorios (porciones de Jerusalén y la Ribera Occidental, los Altos del Golán asegurados en la guerra de junio de 1967).

En las últimas décadas, con la llegada del ciclo de noticias de veinticuatro horas, se han desarrollado más represiones frecuentes e implacables de las decisiones políticas de Israel por parte de académicos judíos, redactores de periódicos, religiosos, y organizaciones. Y aún sin muchas dudas, los judíos norteamericanos sienten una fuerte conexión emocional con el estado judío. Una mayoría sólida dice que ellos están “muy” o “un poco” conectados con Israel y que preocuparse de Israel es “esencial” o “importante” para lo que ser judío significa para ellos. La conexión se vive de dos maneras; la mayoría de los judíos israelíes y norteamericanos tienen un buen impacto sobre como las cosas se desenvuelven en Israel. Además, la mayoría de los judíos israelíes sostienen que una diáspora floreciente es vital para la supervivencia a largo plazo del pueblo judío y que los judíos en ambos países compartan un “destino en común.” (Pew Research Center, 2017)

Los Estados Unidos y el Medio Oriente en Contexto

La relación de Washington con Israel es solo una parte de un set más amplio de intereses variados, competidores, muchas veces bien definidos, pero también frecuentemente cambiantes, de Estados Unidos en Medio Oriente. Entender estos intereses permite una comprensión más firme del contexto dentro del cual se sitúa la relación entre EE.UU.–Israel. Entre ellos están las siguientes nueve constantes que comprenden los objetivos de política internacional de Estados Unidos, algunos presentes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y otros añadidos más recientemente, los cuales han tenido alguna influencia directa o indirecta en cómo la relación EE.UU.–Israel se ha desarrollado. En algún momento y otro, Estados Unidos ha buscado

  • preservar la existencia estable de los estados moderados, árabes y musulmanes;
  • asegurar la seguridad de Israel;
  • resguardar el acceso al petróleo de Medio Oriente a precios razonables;
  • proteger y asegurar el acceso físico a las vías fluviales de Medio Oriente (El Canal de Suez, los estrechos de Bab al-Mandab, Bósforo–Dardanelos, y los Estrechos de Ormuz);
  • negar la infiltración o reducir la potencia de los países o las ideologías que son hostiles a los valores de Occidente;
  • limitar el crecimiento o las opiniones o insurgencias que son amenazas regionales o transnacionales a la estabilidad y la preservación de los estados moderados y los Estados Unidos y sus aliados (Hamas, Hezbollah, ICIS, al-Qaeda, ISIS, el radicalismo islámico);
  • reducir la difusión del terrorismo regional y las armas de destrucción masiva;
  • promover la libertad de credo, los derechos humanos, y la auto-determinación; y
  • participar como mediadores en las negociaciones árabe-israelíes. Los asuntos de política internacional de Estados Unidos por necesidad han permanecido más numerosos que las prioridades únicas y más limitadas de Israel. Durante la tercera década del siglo veintiuno, teniendo a los países de Medio Oriente desgastados por las guerras civiles, insurgencias, autocracias brutales, conflictos sectarios, asuntos transnacionales, la creciente hegemonía iraní, el precio descendente del petróleo, y desplazamientos masivos de poblaciones, hay más problemas de lo que Washington podría afrontar de una manera eficiente. Aun manejarlos, sin importar el gobierno al poder, permanece como una tarea agobiante. Los intereses norteamericanos en Medio oriente en los años 1950s en medio de la Guerra Fría fueron sin duda menos complejos que aquellos en 2020, aunque no menos problemáticos.

    Balancear los intereses mientras se contienen a las amenazas físicas e ideológicas a la región ha caracterizado la definición y navegación de la política internacional de Estados Unidos alrededor del mundo. Los objetivos de Estados Unidos en Medio Oriente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial han tenido la tendencia de permanecer en un estatus quo en cuanto a su orientación. Los cambios de la política de Washington hacia el Medio Oriente y hacia países individuales ha ocurrido más frecuentemente en respuesta a los cambios de liderazgo regional y el despliegue repentino de ciertos sucesos, con miedos persistentes a que los conflictos en Medio Oriente escalarían a mayores conflictos regionales o a confrontaciones nucleares que adversariamente podrían afectar la seguridad de Estados Unidos.

    El rechazo del presidente egipcio Gamal Abdel Nassar de la propuesta de Estados Unidos en los años 1950s ayudó a que Washington se acercara más a Israel; la participación voluntaria del presidente Anwar Sadat con Estados Unidos en los años 1970s empujó a Washington más cerca de un líder árabe, agregando una fricción tolerable a la relación EE.UU.–Israel. La invasión de Sadam Hussein en Irak en 1990 aceleró el acercamiento de los estados árabes del Golfo hacia Washington para mantener su seguridad e integridad territorial en contra de un agresor regional; esos estados a la vez respondieron a las propuestas de Estaos Unidos lo que se desenvolvieron en las negociaciones árabe-israelíes a partir de la Conferencia de Paz para Medio Oriente de Madrid en 1991 por medio de la firma de los Acuerdos de Oslo de 1993 y eventualmente en el Tratado jordano–israelí en 1994.

    La invasión soviética en Afganistán y la posterior fuga de Shah Reza Pahlavi de Irán en 1979, propulsó a Estados Unidos a alejarse de concentraciones geográficas casi exclusivas (problemas árabe–israelíes y de la Guerra Fría) en la región este del Mediterráneo para incluir a la región del Golfo y el ascenso del islam como una plataforma problemática para el activismo anti-americano. Los ataques de 2001 en los Estados unidos, seguido de la participación de Estados Unidos en Afganistán e Irak, expandió las prioridades de política internacional para Estados Unidos, para enfocarse en aplacar el islam violentamente radical y político, previniendo la implosión de los sistemas de estados árabes y la ilusoria retirada de la presencia militar norteamericana. La “Primavera Árabe” de 2011 a 2012 ha perjudicado seriamente la estructura de media docena de estados en Medio Oriente, enfatizando una vez más que en contraste Israel era un aliado confiable y solidario, y resolver el conflicto árabe-israelí no era una cura para un Medio Oriente sin problemas.

    En los años 1980s, Washington vio sus pasos en Medio Oriente por medio del prisma de Moscú. Détente se convirtió en un medio de contención. ¿Podría cualquier decisión política sufrir un deslizamiento hacia una confrontación cara a cara entre EE.UU. y la Unión Soviética en la región? El miedo a una guerra de potencias en el Medio Oriente se ha repetido respectivamente durante la Guerra de Suez de 1956, la Guerra de los Seis Días en junio de 1967, y el fin de la Guerra de Atrición en agosto de 1970, y otra vez al final de la Guerra de Yom Kippur en octubre de 1973.

    ¿Podría cualquier acción por parte de Washington prevenir que un país como Líbano o Jordania o cualquier otro, sean tomados por líderes simpáticos con Moscú o el comunismo? En los últimos veinte años, reduciendo el crecimiento de al-Qaeda, el Talibán, y ICS; conteniendo el aventurerismo nuclear territorial de Irán; y encontrar la forma de responder al abismo chiita–sunní entre Irán y la mayoría de los estados árabes sunnitas del Golfo, ha absorbido la atención de Estados Unidos.

    Durante este tiempo, la política internacional de Washington ha sostenido, roto y enmendado relaciones con múltiples países y organizaciones en Medio Oriente. Desde la guerra de junio de 1967, ningún país ha sido el mayor defensor de la auto-determinación de Palestina que Estados Unidos. Simultáneamente, Washington ha profundizado su relación con Israel a profundidades que no podrían haber sido anticipadas por oficiales anti-sionistas del Departamento de Estado en los últimos tramos de los 1940s. ¿Cómo ha cambiado la relación EE.UU.–Israel, han crecido sus complejidades, y se ha sustentado su resiliencia?

    La Relación: Su Predicado y Los Primeros Años

    Los firmes preceptos políticos y religiosos inextricablemente unen a ambos países y sus poblaciones. Atributos de libertad, estado de derecho, la lucha por la auto-determinación, la creencia en Dios, capitalismo, la protección de los derechos individuales, libertad de prensa, separación de poderes, elecciones regulares, y formas democráticas de gobierno unen a las personas en ambos países. Israel, con su conexión absoluta a la historia judía, ha heredado una cultura política particular que es única para su tamaño y su identidad judía. Sin embargo, como una minoría donde quiera que hayan vivido, los judíos estuvieron constantemente inseguros y vivían según el antojo de otros. Eso forzó a los judíos a adaptarse y les enseño a improvisar y acomodarse a ambos, a los más poderosos y a su entorno. En la formación del estado, los sionistas han impregnado ese sentido de inseguridad luego de vivir por cientos de años de manera precaria, reajustado con el antisemitismo racial vivido en los siglos XIX y XX, la Alemania de Hitler, las acciones y conjuros del Muftí, y luego los líderes árabes que vociferaban para echar a los judíos al mar o al menos expulsarlos de su tierra ancestral.

    El mantra “Nunca Más” es integral a la política internacional de Israel. Los judíos nunca más deberían estar indefensos o sin estado. Para asegurar que este objetivo nunca sea afectado, los sionistas e israelíes han permanecido en una búsqueda constante de mayores poderes, sustentando relaciones con ellos para asegurar que se pueda llegar al día de mañana. La pequeña población y huella geográfica de Israel lo han obligado a afirmar una doctrina militar para pelear sus guerras y batallas en el territorio del enemigo. La religión civil de Israel es la devoción a su preparación para actuar devotamente en contra de los militares adversarios y comunalmente en contra de las amenazas civiles, como por ejemplo la pandemia del coronavirus. Como estado, sus principales objetivos estratégicos incluyen preservar la habilidad de una mayoría judía de tomar decisiones soberanas e independientes, proteger la seguridad física y el bienestar económico de su población, y mantener el estado disponible como una conexión fundamental para la diáspora judía para los propósitos de identidad y asistencia a los judíos en necesidad o crisis a nivel mundial.

    La relación de Israel con Washington ha crecido para convertirse en la afiliación estado-a- estado más importante de Jerusalén. El interés de Israel de una relación extraordinariamente fuerte con Washington mejora su seguridad nacional. La relación de Washington con Israel se desarrolló lentamente, creció mínimamente en los últimos años 1950s, maduró para volverse más entrelazada luego de la guerra de junio de 1967, y aumentó inmensamente desde los años 1980s en adelante. En los 1930s y 1940s, mientras Estados Unidos se recuperó de la Gran Depresión y luchó guerras en Europa y el Pacífico, las actitudes oficiales del Departamento de Estado eran evidentemente antisemitas.

    Indicando que tan reemplazables eran los judíos y que Estados Unidos no iba a proveerles refugio, El Departamento de Estado de los EE.UU. denegó las visas de entrada al país a los refugiados judíos que eran elegibles. El Secretario de Estado, Cordell Hull, y el Asistente

    Secretario de Estado, Breckinridge Long, del presidente Franklin D. Roosevelt (FDR), y aquellos en la división europea occidental en el Departamento de Estado, incluyendo a Jay Pierrepont Moffat, William Carr, and William Phillips, impusieron restricciones de inmigración a los judíos y suprimieron información sobre los planes de exterminación de Hitler.

    Todo esto fue motivado por sus disgustos personales en contra de los judíos. El mismo presidente se negó a bombardear los campos de exterminio de Hitler. En febrero de1945 FDR, dos meses antes de su muerte, dijo al rey Saud de Arabia Saudita, durante su reunión en el Canal de Suez, que el poder ejecutivo “no tomaría ninguna acción… lo que resultaría hostil para el pueblo árabe” y “no haría nada para asistir a los judíos en contra de los árabes,” y aún antes, el presidente había sugerido a los sionistas norteamericanos que Palestina debería estar abierta a los refugiados judíos (Stephens, 2006, p. 15; Radosh & Radosh, 2009, pp. 18–30). Las actitudes de FDR y las del Departamento de Estado reflejaron una decidida instancia antisemita, pro-árabe y un mantra anti- sionista.

    Luego de la Segunda Guerra Mundial, Jerusalén tuvo una conexión inicialmente con Washington, mientras Israel seguía en el proceso de formarse como estado. En ese momento, su población general había estado marchita a causa de los estragos brutales de las pérdidas humanas en el Holocausto. Tenía una pequeña población en comparación a sus vecinos. Los líderes de países árabes vecinos buscaron su destrucción antes de su establecimiento. La cabeza de la Liga de Estados Árabes, Azzam Pasha, declaró con fervor en septiembre de1947 a los representantes de la Agencia Judía quienes había ofrecido una solución de dos estados, “Ustedes [sionistas] no lograrán nada por medios pacíficos o un compromiso… en todo momento, el problema [sionista-árabe] es posible de resolver actualmente solo por medio de la fuerza de armas. Hemos sido capaces de expulsar a los Cruzados, pero del otro lado perdimos España y Persia. Quizás también perdamos Palestina” (quoted in Horowitz, 1953, pp. 233–235).

    Luego de que los británicos anunciaron su partida de Palestina en 1947, el gobierno británico en Palestina y la Oficina de Asuntos Exteriores en Londres vigorosamente, en palabras y hechos, se inclinó hacia los estados árabes y se alejó de los sionistas, particularmente luego de que la ONU votó por la partición en noviembre de 1947. Los objetivos de Gran Bretaña tuvieron la finalidad de abrumar al surgimiento del estado judío y buscar la aprobación internacional para renovar la presencia británica en Palestina, una política de estrategia doble que fue fuertemente apoyada por el Departamento de Estado de los EE.UU. Washington fue el primero en reconocer a Israel luego de que éste haya emitido su declaración de independencia. Un memorándum de Clark Clifford indica que no fue tanto el Departamento de Estado quien se retrasó en proveer un reconocimiento de jure a Israel a mediados de junio de 1948, fue “la propia representación de Mr. Henderson” en hacer que Israel intercambie algunas de sus adquisiciones territoriales, porque es “necesario conciliar a los árabes” ” (Clifford, 1948).

    Por el periodo de 1946-1948, los memorándums escritos en el Departamento de Estado para el Secretario de Estado George Marshall y el presidente Harry Truman en contra del estado judío, como se evidencia en los Documentos de Relaciones Internacionales de Estados Unidos, demuestra unas virulentas perspectivas antisionistas. Loy Henderson, jefe de la Oficina de Asuntos de Oriente Próximo del Departamento de Estado, admitió que durante su periodo de servicio, él fue “rabiosamente antisionista” (Henderson, 1973). El simple conjunto más grande de cualquier grupo de oficiales del Departamento de Estado a lo largo de la historia del departamento que se opusieron al sionismo y al estado judío estuvieron presente y prácticamente unánime en sus opiniones en el momento del establecimiento de Israel.

    Henderson, anteriormente el Ministro de EE.UU. en Irak y luego embajador en Irak durante el golpe de estado que restauró al sah al poder en 1953, fue uno de media docena de figuras fundamentales a quienes todos creían, de la forma más firme posible, que un estado judío era una grave responsabilidad política y estratégica para los intereses nacionales de Estados Unidos. Apoyar al sionismo era visto como agravar el miedo post-guerra de Estados Unidos hacia la naturaleza agresiva de la Unión Soviética y el comunismo. Otros antisionistas incluyeron a George Kennan, quien fue jefe del Staff de Planificación Política del Departamento de Estado; el Sub- Secretario de Estado Robert Lovett; su predecesor, Dean Acheson, quien se convertiría en el Secretario de Estado de Truman de 1949 a 1953; Charles Bohlen, la persona número tres en el Departamento de Estado, Dean Rusk, luego el director de los Asuntos de las Naciones Unidas y luego el Secretario de Estado de John Kennedy y Lyndon Johnson (1961–1969); Secretario de Estado Marshall (1947–1949); y el Secretario de Defensa James Forrestal (1947–1949) (Clifford & Holbrooke, 2008).

    Cada uno de estos oficiales arremetieron pública o privadamente contra el sionismo. Cada uno proclamó que la resolución de noviembre de 1947 de la Asamblea General de la ONU para la partición de Palestina en estados, árabe y judío, estaba en contra de los intereses nacionales de Estados Unidos y que el apoyo de Washington a un estado judío perdería primero, de seguro a los aliados árabes de Washington y segundo, pondría en rumbo una colisión militar con la Unión Soviética de Stalin. Según el razonamiento, una vez que Estados Unidos se una del lado del sionismo y el establecimiento de un estado judío, los estados árabes, que fervientemente se opusieron a la presencia judía en la región este del Mediterráneo, serían impulsados a la indeseada aceptación de la Unión Soviética y el comunismo. En ese momento, Estados Unidos quería “contener” al expansionismo de la Unión Soviética al este del Mediterráneo, y no dar a Moscú un acceso fácil a nuevos aliados, ya que éste estaba buscando simultáneamente en otras regiones del mundo.

    El apoyo pragmático de Moscú a la ONU para un estado judío ha estado claramente encaminado a la aceleración de la posibilidad de que Moscú llene cualquier vacío dejado por la decreciente influencia británica en Palestina, quizás finalmente acelerando también la partida de los británicos de Transjordania a Egipto. Un tercer argumento en contra de un estado judío fue predicado en base a un miedo real o imaginario que los ejércitos árabes derrotarían a las emergentes organizaciones paramilitares judías. Esto a su vez forzaría la intervención militar norteamericana para rescatar a los judíos de otro holocausto. En tal eventualidad, se pensaba que las tropas norteamericanas deberían estar presentes en el estado judío para sostener su mera existencia.

    Si eso ocurría, la Unión Soviética encontraría una excusa para confrontar físicamente a Estados Unidos en el Medio Oriente. Otras razones presentadas en contra de la partición, sionismo, y el establecimiento de un estado judío incluyeron el miedo de arriesgar el acceso al Canal de Suez y fuentes árabes de petróleo, para Estados Unidos y sus aliados de Occidente, como también la idea de que los líderes árabes pro-Occidente serían echados del poder (Kennan, 1948).

    La Relación: Profunda y con Diferencias

    Una vez que la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética surgió como el tema más dominante en las relaciones internacionales, impulsó a los presidentes norteamericanos a ver sus relaciones con los estados del Medio Oriente en cualquier otro lugar del mundo por medio de ese prisma prevalente. Proclamando contener de la agresión soviética, prevenir la expansión y el crecimiento del comunismo, y contrarrestar la evolución de las alianzas lideradas por Moscú con sus estados clientes, Estados Unidos por treinta años emitió políticas de confinamiento: en 1947 la Doctrina de Truman, en 1957 la Doctrina de Eisenhower, en 1980 la Doctrina de Carter, y en los años 1980s la Doctrina de Reagan.

    En el Medio Oriente, Washington apoyó a los estados y sistemas de alianzas que podrían reducir geográficamente la entrada de Moscú al este del Mediterráneo. Cultivó relaciones cálidas con los estados musulmanes del sur incluyendo Irán, Irak y Turquía. Apoyó a los estados árabes del Golfo como también a Israel. Sin embargo, gradualmente, los estados árabes pasaron por una serie de revoluciones en las cuales los líderes de periodos coloniales anteriores pasaron de estar al poder a ser asesinados. Cuando Egipto rechazó el apoyo financiero norteamericano, o una alianza con Estados Unidos durante el primer tramo de los años 1950s, luego liderado por su carismático presidente, Nasser, quien defendió la neutralidad entre las superpotencias, pero estuvo en realidad alineado con Moscú, Israel se convirtió en un beneficiario de la inclinación de Egipto hacia la Unión Soviética. Cada vez más, Washington veía a Israel como un aliado fiel en contra de la expansión del comunismo en Medio Oriente.

    En 1958, el miedo al comunismo influencia la toma en Líbano y Jordania causó que Estados Unidos envíe un número reducido de Marinos de EE.UU. a Beirut. Haciendo referencia a Estados Unidos mandando a los marinos allí, el Secretario de Estado John Foster Dulles dijo, “Si Israel [fuese la] víctima de una agresión no provocada para destruirlo, nuestra respuesta sería igual de buena como lo sería en [el] caso de Líbano.” (Little, 1993, p. 566). En 1970, cuando parecía que el cliente sirio de Moscú podría poner en riesgo el régimen jordano, el Presidente Richard Nixon pidió a Israel hacer una demostración pública de apoyo militar para el Rey Husayn ibn Talal de Jordania. Las decisiones políticas de los líderes árabes para reivindicar el control sobre sus vecinos alejaron aún más a las amistades norteamericanas. Las salidas firmes de Nasser en 1963 a Yemen y los esfuerzos para derrocar a los líderes árabes moderados en Jordania y Arabia Saudita empañaron la relación de Estados Unidos con Cairo. El gobierno de Kennedy clarificó su compromiso moral y político a la integridad y bienestar de Israel y dijo que “vendría a la asistencia de Israel, si Israel fuese la víctima de una agresión.” (Little, 1993, p. 572).

    La denominada alianza sureña de estados de Medio Oriente—Irán, Irak y Turquía—que eran geográficamente atractivos desde la perspectiva de Washington, para contener a los movimientos de Moscú dentro del Medio Oriente en los 1950s, ya no era un sistema valorado, con Teherán y Bagdad completamente ausentes en el sistema de alianza de Occidente. Para el año 2020, Ankara y Washington estuvieron en desacuerdo en cuanto a una variedad de temas estratégicos regionales. Israel y varios estados árabes quedaron dispuestos a alinearse a los intereses específicos de Estados Unidos como disminuir las insurgencias, el terrorismo transnacional, y contener la intención de Irán de obtener armas nucleares. Y casi cada país árabe huyó de la propuesta del gobierno de Obama de 2015 de involucrar al régimen de Irán a un compromiso sobre la producción nuclear, impulsando a muchos a la profunda y silenciosa aprobación de Israel.

    Relaciones cálidas con Israel en los 1950s, sin renunciar a los aliados árabes, fueron emblemáticas de lo que se convirtió en la política imparcial de Washington hacia los amigos de Estados Unidos en el Medio Oriente. La guerra de junio de 1967no cambió esta “imparcialidad.” Sus resultados causaron que Estados Unidos de a la política una definición más fuerte y frecuente. Washington se identificó con el éxito imponente de Israel sobre los clientes soviéticos de Moscú. Para solidificar la existencia de Israel, la guerra dio a Israel la opción de negociar la tierra que ganó en guerra por paz o seguridad. Durante la próxima mitad de siglo, Estados Unidos se convirtió en el principal mediador en la búsqueda de acuerdos entre Israel y las partes árabes. Mientras Estados Unidos continuó incrementando la asistencia militar y económica a Israel a niveles sin precedentes, también se apoyó fuertemente a Israel para ser más comunicativo en las negociaciones con el lado árabe y especialmente los palestinos, hasta el adviento del gobierno de Trump. En diciembre de 1967 Harold Saunders, especialista en Medio Oriente del Consejo de Seguridad de la ONU, señaló, “Nos aseguraremos de que Israel tenga nuestro apoyo político y el equipamiento que necesite para defenderse a sí mismo. Pero no podemos comprometernos a ser el ‘fuerte’ de Israel, especialmente si Israel decide crear armas nucleares” (Saunders, 1967). Luego de dos años, su antiguo colega en el Departamento de Estado, el Sub-secretario de Estado de Asuntos Políticos Joseph Sisco dijo, “Nuestros intereses en el Medio Oriente no se centran solamente en Israel. Nuestro compromiso moral y práctico hacia Israel no es de ninguna manera hacia todo lo que Israel quiere o hace. Déjenme decirles francamente: si nuestra amistad con Israel es la única cosa que a Estados Unidos le queda en el Medio Oriente, eso sería un retroceso catastrófico para la política norteamericana y los intereses [nacionales]… en la región” (Rabin, 1979, p. 149).

    En diciembre de 1975 Henry Kissinger, en una reunion privada con Saddun Hammadi, el ministro iraquí de relaciones exteriores, señaló:

    No necesitamos a Israel para tener influencia en el mundo árabe. Por el contrario, Israel nos hace más daño que beneficios en el mundo árabe. No podemos negociar sobre la existencia de Israel, pero podemos reducir su tamaño a proporciones históricas… Entonces, pienso que en diez o quince años, Israel será como Líbano—luchando por existir, sin ninguna influencia en el mundo árabe… Si el problema es la existencia de Israel, no podemos cooperar. Pero si el problema se trata sobre límites normales, podemos cooperar… Queremos la supervivencia de Israel, pero sin dominar el área. Lo que ellos quieren es lo que predices—que ellos sean el único socio. Queremos otros socios, para reducir ese argumento. (Stein, 2006)

    Durante el periodo 1970-1981, Richard Nixon y Gerald Ford, Kissinger y Jimmy Carter presionaron a Israel a realizar más y más rápido las adaptaciones que se preparaba a asumir. Cada uno apoyó el entusiasmo de Sadat de confiar a Washington la clave al progreso diplomático, Sadat calculó que solo Estados Unidos, con las actuales y futuras garantías de seguridad ofrecidas a Israel, podría aflojar el control de Israel sobre el Sinaí, el cual estaba bajo la soberanía de Egipto. Aprovechando la voluntad de Sadat de mover a Egipto lejos de la Unión Soviética sería una victoria para Estados Unidos que no se podía dejar pasar. Como Sadat dijo a Kissinger en enero de 1974 durante la forma del primer Acuerdo de Retirada Egipto-Israel, “Estamos creando este acuerdo con Estados Unidos, no con Israel” (Stein, 1999, p. 51). En las negociaciones que fluyeron de Cairo de 1973 a 1979, Sadat eligió a Kissinger y luego a Carter como sus “sus emisarios” a Israel.

    Un punto constante en la relación EE.UU.–Israel desde la guerra de junio de 1967 ha sido el aumento, en frecuencia y en detalle, que los oficiales norteamericanos piden a Israel para resolver los conflictos con sus vecinos. Jerusalén y Washington poseen perspectivas sumamente diferentes de qué forma parte de los intereses nacionales de Israel y cómo debe actuar para protegerse a sí mismo, particularmente en cuanto a su relación con sus vecinos árabes y musulmanes.

    Durante casi cada momento crítico cuando Washington había propuesto lo que Israel debía hacer, cada primer ministro israelí, sin importar su postura política, ha tomado en cuenta las posiciones de Washington e inevitablemente difirió sobre lo que Israel ve como una amenaza existencial a su seguridad, posturas que no son compartidas por Washington. Los primeros ministros israelíes van de quisquillosos a resentidos cuando ven a Washington como entrometiéndose en lo que Israel ve como su derecho básico y única prerrogativa: tener la última palabra en cuestiones de seguridad, más precisamente qué hacer con las tierras que fueron aseguradas en la guerra de junio de 1967. La autodeterminación israelí es el núcleo del emprendimiento sionista que tuvo desafíos en la formación del estado. Es una esencia innegociable de la estadidad de Israel. Los líderes de Israel se han opuesto, han criticado, o se han reservado de dar declaraciones, planes y acuerdos unilaterales hechos o apoyados por oficiales de Estados Unidos u organizaciones internacionales cuyas ideas se han relacionado en cómo Israel debería disponer de los territorios post-guerra de 1967. Algunos ejemplos incluyen el Plan Rogers 1969; el Plan Reagan de 1982; y la abstención de Estados Unidos de cinco resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU desde los años 1980s cuyos contenidos criticaron las acciones de Israel: la anexión de los territorios o la construcción de establecimientos, incluyendo a Jerusalén.

    A esto se suma la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, la Hoja de Ruta del Cuarteto de 2003, y el acuerdo nuclear de Irán de agosto del 2015. En un momento único, el Primer Ministro Menachem Begin, indignado por la forma en la que Israel era tratado como un estado-cliente suplicante, reaccionó a un reporte publicado en el Estados Unidos “presionaría a Israel” por aplicar la ley israelí en los Altos del Golán en diciembre de 1981. Luego de escuchar las observaciones, Begin convocó al embajador de Estados Unidos, Samuel W. Lewis y dijo, “¿Qué clase de expresión es esta–‘presionar a Israel’? ¿Acaso somos un estado vasallo de ustedes? ¿Somos una república bananera? ¿Acaso somos jóvenes de catorce años quienes, si no se comportan apropiadamente, son golpeados en los dedos?” (Lewis, 2011). Cuatro décadas luego de que Ronald Reagan censuró a Israel por aplicar la ley israelí en los Altos del Golán, Donald Trump hizo lo opuesto. Él respaldó la anexión de los Altos de Golán por parte de Israel, y además sugirió que sea la decisión de Israel el de anexar o no las porciones de Cisjordania.

    La Relación: Punto, Contrapunto, Más Fuerte Que Nunca

    Finalmente, dos ejemplos adicionales iluminan las complejidades de la relación entre Estados Unidos e Israel. Uno pertenece a la administración Ford y al primer ministro Yitzhak Rabin, el segundo a la administración Obama y al primer ministro Benjamin Netanyahu, con cuarenta años de diferencia. En 1975, cuando el secretario de Estado Kissinger quiso que Israel firmara una segunda retirada de Egipto, los líderes israelíes aún no habían llegado a confiar en el presidente egipcio Sadat como un vecino no beligerante. Kissinger lo hizo. En marzo de 1975, Kissinger reprendió a Rabin e Israel por no ser comunicativos con Sadat. Le dijo a Rabin: “El líder árabe que apostaba por Estados Unidos está desacreditado” y luego amenazó a Israel con dar “un mayor énfasis a los palestinos”. Continuó, “los soviéticos entrarán en el área, no nos opondremos a la reanudación de una Conferencia de Ginebra. . . esa es mi pesadilla marchando hacia ti ” (Ford, 1975, p. 560).

    Rabin caracterizó esta charla con Kissinger como la “conversación más dura, más emotiva y más dolorosa” que jamás habían tenido los dos. Posteriormente, el presidente Ford anunció una “reevaluación” de la relación de Estados Unidos con Israel. Rabin sabía que Sadat y Kissinger querían otro acuerdo. Además, sabía que la relación entre Estados Unidos e Israel no se vería afectada a corto o largo plazo y, en particular, que Estados Unidos no estaban dispuestos a asistir a una conferencia sobre el Oriente Medio en la cual la Unión Soviética sería co-convocante con Washington, especialmente después de que Kissinger alejó diligentemente a Sadat de Moscú. Rabin era un pragmático que podía ver más allá del horizonte inmediato.

    Sin embargo, la “reevaluación” adoptó varias formas: se aplicó la restricción del suministro de armas y la suspensión de la asistencia económica y un embargo selectivo. Ford congeló la solicitud israelí de aviones de combate F-15 y retrasó la entrega de un envío prometido de misiles tierra-tierra Lance. Kissinger recomendó que “todos los departamentos deberían poner las actividades israelíes al final de la lista” (Kissinger to President Ford, 1975).

    El apoyo abrumador del Congreso hacia Israel consistió en debilitar el tándem Ford- Kissinger, en una carta firmada por setenta y seis senadores pidiendo no disminuir la ayuda militar y económica para Israel. Los senadores escribieron: “Confiamos en que sus recomendaciones responderán a las urgentes necesidades militares y económicas de Israel. . . Estados Unidos, actuando según sus propios intereses nacionales, apoya firmemente a Israel en la búsqueda de la paz” (Spiegel, 1985, p. 296). El apoyo de ambos partidos políticos a Israel se expresó enérgicamente y enfureció enormemente a la administración porque los intereses del Congreso y de lobby obstaculizaron la toma de decisiones del poder ejecutivo.

    Cuando Rabin se reunió con Ford en la Casa Blanca en junio de 1975, le dijo al presidente que Israel no regresaría a las fronteras pre-1967. Finalmente, Israel acordó retirarse de los pasos estratégicos del Sinaí si Estados Unidos acordaba colocar a estadounidenses como observadores civiles en el Sinaí y le hacía otras promesas a Israel de no negociar con la Organización de Liberación de Palestina a menos que renunciara al terrorismo y aceptara a Israel.

    A principios de septiembre de 1975 se firmó el segundo acuerdo de retirada entre Egipto e Israel. Además, completamente desconectado del enfoque egipcio-israelí, Estados Unidos prometió en un acuerdo secreto Ford-Rabin que “Estados Unidos daría gran importancia a la posición de Israel de que cualquier acuerdo de paz con Siria se base en que Israel permanezca en los Altos del Golán (Stein, 1999, p. 51). En las negociaciones con Washington, Israel logró sus objetivos inmediatos de negociación, mantuvo su suministro de armas militares y obtuvo algo más con la promesa de Ford a Rabin sobre los Altos del Golán.

    La exaltada controversia entre Estados Unidos e Israel sobre el acuerdo con Irán de 2015 es un segundo ejemplo de ambos países presionando sus puntos de vista sobre el otro, con una relación llena de ira pero que se mantiene sólida años después de lo que fue un encuentro extraordinariamente duro. El preludio de la controversia ocurrió con el cambio en la perspectiva de la administración Obama hacia Irán. Esa perspectiva comenzó siendo bastante dura, y luego se suavizó, comprometiéndose con Teherán hasta el punto de que el primer ministro israelí reaccionó con ira desenfrenada. Hablando en la Asamblea Rabínica en Atlanta en mayo de 2012 y en Jerusalén en marzo de 2013, el vicepresidente Joseph Biden y el presidente Barack Obama, respectivamente, señalaron que la política de Washington con respecto a Irán no era de “contención”. Es decir, a Irán no se le permitiría adquirir o retener un arma nuclear.

    En septiembre de 2013, la administración suavizó su visión hacia Irán cuando el presidente Obama simplemente dijo: “Estamos decididos a evitar que Irán desarrolle un arma nuclear; no buscamos un cambio de régimen y respetamos el derecho del pueblo iraní a acceder a la energía nuclear con fines pacíficos” (Obama, 2013). Se pudo escuchar un gran suspiro de alivio por parte del gobierno iraní cuando el presidente de Estados Unidos prometió que no habría un “cambio de régimen.” Los clérigos iraníes asumieron que eso significaba que Estados Unidos no permitiría que Israel, un aliado cercano, atacara a Irán. Los oponentes árabes de Israel e Irán estaban muy preocupados por esta promesa; el acceso a la energía nuclear con fines pacíficos fue una ventaja para Irán.

    Durante los siguientes dieciocho meses, Estados Unidos y las principales potencias mundiales llegaron a un acuerdo con Teherán en el que se eliminarían las costosas sanciones financieras de la ONU y los Estados Unidos a Irán a cambio de severas limitaciones al acceso de Irán a la producción de armas nucleares. Mientras se negociaba el acuerdo, la óptica en la relación pública bilateral se agrió tanto como en cualquier momento anterior entre Estados Unidos e Israel, incluso durante los últimos días de la administración Carter, cuando el primer ministro Begin le dejaba claro a quien quisiera escuchar que Jimmy Carter no debería ser reelegido para un segundo mandato como presidente. Las relaciones entre Obama y Netanyahu se volvieron francamente hostiles durante los últimos dieciocho meses de la administración Obama. A finales de febrero de 2015, sobre el asunto del diseño por parte de la administración Obama del acuerdo con Irán, el país más capaz y dispuesto a representar una amenaza existencial para Israel, el primer ministro israelí Netanyahu acusó a Estados Unidos de “rendirse” para detener el desarrollo de un arma nuclear por parte de Irán.

    La asesora de seguridad nacional, Susan Rice, respondió proclamando que la visita de Netanyahu a los Estados Unidos, por invitación del presidente republicano de la Cámara de Representantes, que incluyó un discurso en una sesión conjunta del Congreso, fue “destructiva para el tejido [bipartidista] de la relación [Estados Unidos-Israel] ” (Rice, 2015). El pico más incómodo de la pelea entre Obama y Netanyahu fue la aceptación de Netanyahu a la invitación del presidente republicano de la Cámara de Representantes para dirigirse al Congreso sobre el tema de Irán. El discurso de cuarenta minutos de Netanyahu contra el acuerdo que se estaba negociando fue un acto tan intrusivo en la política estadounidense como cualquier otro realizado anteriormente por un primer ministro de Israel en nombre de la defensa de los intereses nacionales de Israel. Por su parte, la administración Obama trabajó con diligencia, pero no logró que la candidatura a la reelección de marzo de 2015 de Netanyahu fracasara. Analistas amistosos de la relación en todos los lados estimaron que la hostilidad hosca del presidente y el primer ministro había alcanzado un punto bajo histórico que amenazaba con poner la relación Washington-Israel en un congelamiento irreparable, similar a la “reevaluación” de Ford, pero se esperaba que fuera mucho más largo.

    Muchos líderes judíos estadounidenses proisraelíes, demócratas y republicanos entre ellos, expresaron su profunda ira contra el primer ministro israelí por venir al Congreso y oponerse a un presidente estadounidense en funciones. (Esta fue la quinta vez que un primer ministro israelí se dirigía a una sesión conjunta del Congreso, un récord para primeros ministros o jefes de estado en sesiones conjuntas desde la Segunda Guerra Mundial). En julio de 2015 se firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) entre Irán, por un lado, y China, Francia, Alemania, Rusia, Estados Unidos, Reino Unido y la UE por otro. Fue reforzado por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. En septiembre de 2016, la administración de Obama finalizó un paquete de ayuda militar de 38.000 millones de dólares en diez años para Israel. En los últimos diez días de diciembre de 2016, la administración Obama golpeó fuertemente a Israel en las Naciones Unidas por su manejo indebido de los territorios ocupados, solo tres meses después de proporcionar a Israel necesidades de seguridad. El 23 de diciembre se aprobó la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU. Etiquetó a Jerusalén como territorio ocupado, el equivalente a arrojar ácido a los ojos de los líderes israelíes. El embajador de Estados Unidos ante la ONU se abstuvo, dejándola pasar. Cinco días después, mostrando su enojo hacia Netanyahu, el secretario de Estado John Kerry lanzó un ataque abrasador contra las políticas israelíes (United Nations, 2016a, 2016b). Seguramente haya sido la crítica más detallada a Israel alguna vez hecha por un secretario de Estado de los Estados Unidos. La prolongada y extraordinariamente enojada disputa entre Netanyahu y Obama terminó abruptamente cuando este último dejó el cargo. Y cuando Obama dejó el cargo, dos analistas muy respetados, Amos Harel y Shai Feldman, elogiaron a su administración por llevar las relaciones de defensa de los dos países a un nivel de cooperación e intimidad nunca antes visto (Feldman & Harel, 2017).

    En mayo de 2018, el presidente Donald Trump anunció la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear JCPOA con Irán y amenazó con imponer sanciones punitivas a Irán por sus acciones beligerantes en el Golfo Pérsico. Trump, a diferencia de todos los presidentes anteriores, acercó su administración mucho más a las opiniones del primer ministro de Israel, Netanyahu, y de muchos de sus predecesores: trasladó la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a la capital de Israel, Jerusalén; sancionó la anexión israelí de los Altos del Golán; y dijo que Israel tendría la bendición de Estados Unidos si decidía anexar partes de Cisjordania como se sugiere en el Plan de Paz de Trump de enero de 2020 y en los comentarios del Secretario de Estado Pompeo. Es demasiado pronto para decir si hay implicaciones significativas a largo plazo para la fuerza y la viabilidad de la relación entre Estados Unidos e Israel cuando dos presidentes de Estados Unidos con tres años de diferencia entre sí articulan y aplican posiciones tan dramáticamente diferentes en asuntos no relacionados con asistencia de seguridad de Israel. Lo que sabemos es que Israel se opondrá con vehemencia a las sugerencias de políticas estadounidenses que considere como requisitos de definición o imposición de Washington a Israel, que considere peligrosas para sus intereses de seguridad nacional. Por otro lado, los gobiernos israelíes aceptarán con entusiasmo los anuncios de políticas estadounidenses que se alineen con los puntos de vista de la mayoría de los israelíes. Israel ciertamente no afirmará en esos casos, como Menachem Begin a Sam Lewis en 1981, que Ronald Reagan estaba tratando a Israel como una “república bananera”. Como cuestión de influir en la política, Israel deberá estar seguro de no aceptar solo al ocupante de la Oficina Oval ante la falta de atención de los miembros del Congreso, tanto del Senado como de la Cámara, y del pueblo estadounidense.

    Atlanta, Georgia September 2020

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