30 de octubre de 1991
“Remarks by George Bush at the Opening Session of the Middle East Peace Conference in Madrid, Spain.” George Bush Presidential Library. Sin lugar, sin fecha. Web. 15 de junio de 2011.
Después de la Guerra del Golfo de 1991, que anuló los esfuerzos del Presidente de Irak, Saddam Hussein, de aniquilar a Kuwait, el buen nombre de los Estados Unidos alcanzó nuevas dimensiones para la mayoría de los Estados árabes del Medio Oriente. Los Estados Unidos cobraron importancia porque apoyaron la integridad territorial de un Estado árabe. Lograron transformar esa buena voluntad en el apoyo árabe para los esfuerzos diplomáticos entre árabes e israelíes y la búsqueda de la seguridad en la región. Esta era la visión que el presidente George Bush manifestó después de la guerra. En el transcurso de las ocho misiones estadounidenses a la región tras la derrota de Irak, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, James A. Baker III, insistió en convencer a Israel y a sus vecinos árabes de convocar una conferencia de paz en Medio Oriente que tendría lugar en Madrid, el 31 de octubre de 1991.
El papel de los Estados Unidos en combatir la agresión de Saddam Hussein no era suficiente en sí mismo para convocar una conferencia de paz árabe-israelí. Una confluencia de otros factores hizo posible la Conferencia de Madrid sobre la paz en Medio Oriente. Primero, existía un reconocimiento cada vez mayor entre los árabes de que la fortaleza militar y económica de Israel hacía que su eliminación de la región fuera imposible. Segundo, a falta de un protector poderoso que brindara apoyo político internacional y asistencia financiera y militar, el mundo árabe carecía de una opción militar para expulsar a Israel de la región. Tercero, a pesar de los temores públicos de asistir a una conferencia en la que los Estados árabes estuvieran alineados uniformemente en su contra, Israel aceptó una modalidad de conferencia en la que esa posibilidad estuviera prohibida. Con entusiasmo, Israel estaba dispuesto a negociar de forma bilateral con sus vecinos árabes porque su superioridad militar era incontrovertible. Además, el público israelí estaba agotado de controlar a la población palestina, y buscaba llegar a un arreglo adecuado mediante el cual los israelíes pudieran alejar sus vidas de tener que gobernar a los palestinos que residían en Jerusalén Oriental, la Franja de Gaza y la Ribera Occidental. Por último, tanto Israel como el mundo árabe depositaron su fe en la puesta en escena de la diplomacia estadounidense. Para Israel, los Estados Unidos seguían siendo su aliado más fiable. El consentimiento de los Estados árabes a la solicitud de Washington de apoyar la conferencia se dio principalmente porque los Estados ubicados en las regiones productoras de petróleo concluyeron que su integridad territorial, su soberanía y su longevidad política dependían del mantenimiento de una relación militar sólida y a largo plazo con los Estados Unidos. Egipto, por su parte, acogió la conferencia con beneplácito y apoyó los esfuerzos estadounidenses por convocarla, pues esta ratificaba la relación con Israel que había surgido a partir del tratado de paz.
La conferencia de Madrid, que se extendió por tres días, sentó un precedente. No solo los Estados árabes se encontraban dispuestos a reunirse con Israel en el entorno de una conferencia, sino que además estaban dispuestos a aprovechar la inauguración solemne de la conferencia para dar inicio a diálogos bilaterales directos con Israel. A diferencia de todos los esfuerzos anteriores de la diplomacia en el marco de las conferencias árabe-israelíes, esta conferencia no se convocó al finalizar un período prolongado de violencia entre las comunidades o un conflicto entre los Estados de Israel y sus vecinos árabes. Por el contrario, se convocó después del más largo período de negociaciones previas. Las cuestiones políticas, más que las militares, dominaron la agenda de negociaciones.
Cada delegación llegó a la conferencia con objetivos distintos. En general, las delegaciones árabes llegaron a Madrid a negociar; Israel llegó abierto al proceso de negociación, sin embargo, no negoció ante los medios de comunicación y solo lo hizo posteriormente de forma bilateral. Para Jordania era imprescindible permitir que los palestinos en los territorios fueran el motor de las negociaciones, y de esta forma, de ser posible, restar importancia al papel de Arafat y la OLP. Una delegación conjunta constituida por jordanos y palestinos permitió que Amán aprovechara los avances del teatro palestino-jordano, a la vez que permitía que los palestinos determinaran la agenda procesal. Los palestinos buscaban la paridad con Israel que un foro internacional les otorgaba. De todos los Estados árabes, Siria era el más hostil con Israel. Su tono extremista mostró a los palestinos, jordanos y egipcios bajo una luz comparativamente más moderada. El mayor temor de Siria era que el progreso en el frente israelí-jordano/palestino avanzara a un ritmo que dejaría a Siria negociando a solas con Israel, sin un amparo árabe que ayudara a proteger sus intereses. La presentación del Líbano fue evidentemente reservada, permitiendo hasta al menos enterado comprender que Damasco decidiría las opciones de negociación de Beirut. Egipto se valió de la conferencia para alentar la firma de más acuerdos entre Israel y las delegaciones árabes, y así justificar el anterior tratado de paz que El Cairo había firmado con Israel; de esta forma lograría continuar con el proceso de retorno pleno y absoluto de El Cairo al mundo de la política árabe.
La conferencia de Madrid fue una conferencia organizada por los estadounidenses, en la que los soviéticos desempeñaron una función tan solo de apoyo. La manera en que la conferencia se formuló, se condujo y las consecuencias diplomáticas de la misma, reafirmaron la superioridad de los Estados Unidos sobre la Unión Soviética en la región. El secretario de estado estadounidense Baker fue el artífice diplomático. Todas las partes depositaron su confianza en los Estados Unidos para fortalecer el proceso, buscar salidas a puntos muertos y mantener en curso la negociación. De la conferencia surgieron diálogos bilaterales entre Israel y una delegación jordano-palestina, y entre Siria e Israel. Asimismo, surgieron grupos de trabajo multilaterales, en los que, entre otras cosas, se dialogó sobre el control de armas, el desarrollo económico, el medio ambiente, los refugiados y el agua.
–Ken Stein, enero de 2010.
Primer Ministro, presidente González, presidente Gorbachov, sus excelencias: Quiero comenzar agradeciendo al Gobierno de España por servir de anfitrión a esta reunión histórica. Con tan poca anticipación, el pueblo español y sus dirigentes han puesto a nuestra disposición este magnífico entorno. Esperemos que esta Conferencia de Madrid marque el inicio de un nuevo capítulo en la historia del Medio Oriente.
Quiero además, desde el inicio, manifestar cuánto me complace la presencia de nuestro coconvocante, el presidente Gorbachov. En un momento de desafíos trascendentales en casa, el presidente Gorbachov y sus colaboradores han demostrado su intención de comprometer a la Unión Soviética como una fuerza de cambio positivo en el Medio Oriente, y esto envía una señal muy potente a todos aquellos que anhelan la paz.
Venimos a Madrid en una misión de esperanza, de empezar a trabajar en una solución justa, duradera y amplia para el conflicto del Medio Oriente. Venimos aquí en aras de una paz para una parte del mundo que en la antigua memoria de la humanidad ha conocido demasiado odio, demasiada angustia y demasiada guerra. No se me ocurre otra empresa que merezca más la pena o que sea más necesaria.
Nuestro objetivo tiene que ser claro y directo. No consiste simplemente en poner fin al estado de guerra en el Medio Oriente y sustituirlo con un estado de no beligerancia. Esto no es suficiente, ni sería duradero. En su lugar, buscamos la paz, la paz real; y al hablar de paz real me refiero a los tratados, a la seguridad, a las relaciones diplomáticas, a las relaciones económicas, el comercio, las inversiones, el intercambio cultural, incluso el turismo.
Lo que buscamos es un Medio Oriente donde ya no se dediquen enormes recursos a armamentos. Un Medio Oriente donde los jóvenes ya no tengan que dedicar, y en demasiadas ocasiones entregar, sus vidas al combate. Un Medio Oriente que ya no sea la víctima del temor y del terror. Un Medio Oriente donde los hombres y las mujeres normales vivan vidas normales.
Que nadie confunda la magnitud de este desafío. La lucha que anhelamos terminar tiene una historia larga y dolorosa. Cada vida perdida, cada ultraje, cada acto de violencia, está profundamente grabado en los corazones y en la historia de los pueblos de esta región. La suya es una historia que se contrapone claramente a la esperanza y, sin embargo, no necesariamente tiene que dominarnos la historia.
Cabe pensar que algunos dirán que lo que sugiero es imposible. Pero recuerden el pasado. ¿Quién en 1945 habría pensado que Francia y Alemania, rivales encarnizados desde hacía casi un siglo, se convertirían en aliados después de la Segunda Guerra Mundial? ¿Y quién, hace dos años, habría pronosticado que caería el muro de Berlín? ¿Y quién, a principios de los sesenta, habría pensado que la guerra fría llegaría a un fin pacífico, sustituido por la cooperación, ejemplificado por el hecho de que, como lo ha indicado el Presidente González, los Estados Unidos y la Unión Soviética están aquí hoy no como rivales, sino como aliados?
No, la paz en el Medio Oriente no tiene por qué ser un sueño. La paz es posible. El tratado de paz egipcio-israelí es una prueba contundente de que los antiguos adversarios pueden construir y mantener la paz. Además, las partes del Medio Oriente han respetado los acuerdos, no solo en el Sinaí, sino también en los Altos del Golán.
El hecho de que hoy estemos reunidos todos aquí por primera vez es una muestra de un nuevo potencial para la paz. Cada uno de nosotros ha dado un paso importante hacia la paz real al reunirnos aquí en Madrid. Todas las fórmulas sobre el papel, todas las declaraciones piadosas del mundo no nos traerán la paz si no hay un mecanismo práctico para avanzar.
La paz vendrá únicamente como resultado de las negociaciones directas, de soluciones de compromiso, de concesiones mutuas. La paz no se puede imponer desde afuera, ni por Estados Unidos ni por nadie más, y aunque nosotros seguiremos haciendo todo lo posible para ayudar a las partes a vencer los obstáculos, la paz tiene que venir desde dentro.
Nosotros venimos aquí, a Madrid, con una postura realista. No esperamos que se negocie la paz ni en un día, ni en una semana, ni en un mes, ni siquiera en un año. Tomará tiempo. De hecho, debe de tomar tiempo. Tiempo para que las partes que han luchado durante tanto tiempo aprendan a hablarse, a escucharse mutuamente. Tiempo para curar las viejas heridas y para construir la confianza. En esta búsqueda, el tiempo no tiene por qué ser enemigo del progreso.
Lo que nosotros prevemos es un proceso de negociaciones directas en dos vías: una entre Israel y los Estados árabes y otra entre Israel y los palestinos. Las negociaciones habrán de realizarse a partir de las Resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El trabajo real no será aquí, en la sesión plenaria, sino en las negociaciones bilaterales directas. Esta conferencia no puede imponer una solución a los participantes ni vetar los acuerdos. Y lo que es igualmente importante: la conferencia podrá volver a convocarse únicamente con el consentimiento de todos los participantes. El progreso está en las manos de las partes, que tendrán que vivir con las consecuencias.
Muy pronto, después de que empiecen las conversaciones bilaterales, las partes convocarán también a las negociaciones multilaterales. Estas se centrarán en cuestiones que cruzan las fronteras nacionales y son comunes para la región: el control de armamentos, el agua, la situación de los refugiados, el desarrollo económico. Los avances en estos foros no pretenden ser un sustituto para lo que habrá de decidirse en las conversaciones bilaterales. Todo lo contrario: el avance en las cuestiones multilaterales puede ayudar a crear un ambiente en el que las prolongadas disputas bilaterales se puedan resolver más fácilmente.
Para Israel y los palestinos existe ya un marco para la diplomacia. Las negociaciones se harán en etapas, empezando con conversaciones sobre las disposiciones interinas de autogobierno. Esperamos llegar a un acuerdo dentro de un año y, una vez que se haya llegado a un acuerdo, las disposiciones interinas de autogobierno durarán cinco años. A principios del tercer año, empezarán las negociaciones sobre el estatus permanente. Nadie puede decir con precisión cuál será el resultado final. En nuestra opinión, es preciso que haya algún desarrollo, algo que sea aceptable tanto para los israelíes, los palestinos y los jordanos; algo que le dé al pueblo palestino una autodeterminación real sobre sus propias vidas y su destino, y permita la aceptación y la seguridad de Israel.
Todos comprendemos que tanto a los israelíes como a los palestinos les preocupe una solución de compromiso; preocupados, incluso, por llegar a un compromiso hasta en el detalle más ínfimo, por el temor de que pueda convertirse en un precedente para lo que es realmente importante. Pero nadie debe evitar una solución de compromiso sobre las disposiciones interinas por un motivo muy sencillo: nada que se acuerde ahora podrá perjudicar las negociaciones en torno al estatus permanente. Todo lo contrario, estas negociaciones subsiguientes se determinarán según sus propios méritos.
La paz no puede depender únicamente de las promesas. La paz real, la paz duradera, debe basarse en la seguridad para todos los Estados y todos los pueblos, incluyendo a Israel. Desde hace ya demasiado tiempo el pueblo israelí ha vivido en el temor, rodeado de un mundo árabe que no los acepta. Este es el momento ideal para que el mundo árabe demuestre que han cambiado las actitudes, que el mundo árabe está dispuesto a vivir en paz con Israel y a tomar en consideración las necesidades razonables de seguridad de Israel.
Sabemos que la paz debe basarse también en la justicia. Si no existe justicia no habrá ni legitimidad ni estabilidad, y esto se aplica sobre todo a los palestinos, muchos de los cuales han conocido el caos y la frustración por encima de todo lo demás. Israel tiene ahora la oportunidad de demostrar que está dispuesto a entablar una relación nueva con sus vecinos palestinos. Una relación basada en el respeto y la cooperación mutuos.
Buscamos una solución estable y duradera en todo el Medio Oriente. No hemos definido lo que esto significa. De hecho, digo todo esto sin un mapa que muestre dónde se van a trazar las fronteras definitivas. No obstante, creemos que la solución de compromiso territorial es indispensable para la paz. Las fronteras deben reflejar las disposiciones de seguridad y políticas, y Estados Unidos está dispuesto a aceptar lo que les parezca aceptable a las partes. Lo que buscamos, como dije el 6 de marzo, es una solución que cumpla con la doble tarea de justicia y seguridad.
Yo sé, y supongo que todos lo sabemos, que estas negociaciones no serán fáciles. Y sé también que estas negociaciones no carecerán de tropiezos. Habrá desacuerdos, críticas, contratiempos y, quién sabe, posiblemente interrupciones. La negociación y las soluciones de compromiso siempre son difíciles. Se nos escapará el éxito si nos centramos únicamente en lo que se está sacrificando.
Tenemos que fijar nuestra visión en lo que podría traer una paz real. La paz, a fin de cuentas, no significa únicamente evitar la guerra y los costos de prepararse para la guerra. El Medio Oriente está bendecido con enormes recursos. Recursos físicos, financieros y sí, sobre todo, recursos humanos. Hay oportunidades nuevas a nuestro alcance si tan solo tenemos la visión de acogerlas.
Para alcanzar el éxito, debemos reconocer que la paz conviene a todas las partes. La guerra no conviene absolutamente a nadie. La alternativa a la paz en el Medio Oriente es un futuro de violencia, despilfarro y tragedia. Cualquier guerra futura entraña la amenaza de las armas de destrucción masiva. Como lo aprendimos en la Guerra del Golfo, los arsenales modernos hacen posibles los ataques en áreas urbanas, el poner en jaque la vida de los hombres, mujeres y niños inocentes; el transformar las calles de una ciudad, las escuelas y los jardines para niños en campos de batalla.
Hoy podemos decidir emprender un camino diferente hacia el futuro y evitar el conflicto. Hago un llamado a todas las partes a evitar actos unilaterales, bien sean palabras o acciones, que inviten a una represalia o, lo que es aún peor, que puedan perjudicar o amenazar el proceso mismo de la paz. Insto a todas las partes a que estudien la adopción de medidas que aumenten la confianza mutua, de pasos que muestren un compromiso sincero hacia la reconciliación.
Quiero decir algo acerca del papel de los Estados Unidos de América. Hemos desempeñado un papel activo al hacer que sea posible esta conferencia, y tanto el Secretario de Estado, Jim Baker, como yo mismo, seguiremos desempeñando un papel activo para ayudar a llevar a feliz término este proceso. Para ello, hemos proporcionado garantías por escrito a Israel, Siria, Jordania y a los palestinos. Y, con el ánimo de fomentar la transparencia y la sinceridad, vamos a explicar a todas las partes las garantías que hemos ofrecido a cada una de ellas. Estamos preparados para dar garantías, ofrecer la tecnología y el apoyo si esto es lo que precisa la paz, y haremos un llamado a nuestros amigos y aliados en Europa y en Asia para que se sumen a nosotros en la aportación de recursos para que la paz y la prosperidad vayan de la mano.
Los de afuera podemos ayudar, sin embargo, es responsabilidad en última instancia de los pueblos y los Gobiernos del Medio Oriente el dar forma al futuro del Medio Oriente. Es su oportunidad y su responsabilidad hacer todo lo posible para aprovechar esta reunión, esta reunión histórica, lo que simboliza y lo que promete.
Nadie debe suponer que la oportunidad de construir la paz que tenemos ante nosotros seguirá viva si no logramos aprovechar este momento. De forma irónica, esta es una oportunidad producto de la guerra, de la destrucción de las guerras pasadas, del temor de las guerras futuras. Ha llegado el momento de poner un fin a la guerra. Ha llegado el momento de escoger la paz.
En nombre del pueblo estadounidense, quiero reafirmar que Estados Unidos está preparado para facilitar la búsqueda de la paz, para ser el catalizador como lo hemos sido en el pasado y como lo hemos sido muy recientemente. Buscamos un único objetivo, y lo buscamos no para nosotros, sino para los pueblos de la región y sobre todo para los niños: que esta generación y las generaciones futuras del Medio Oriente puedan conocer el significado y la bendición de la paz.
Hemos visto ya demasiadas generaciones de niños cuyos ojos atormentados solo muestran temor, demasiados funerales de sus hermanos, sus hermanas, las madres y los padres que murieron demasiado pronto; demasiado odio, demasiado desamor. Si nosotros no podemos reunir el coraje de poner fin al pasado por nuestro bien, hagámoslo por los niños.
Que Dios bendiga y oriente el trabajo de esta conferencia y que esta conferencia nos encamine por la vía de la paz. Muchas gracias.
Nota: el Presidente habló a las 10:30 a. m. en el Salón de Columnas del Palacio Real.