(11 de mayo de 1942)
Ben Gurión, David. “The Biltmore Program.” Extraordinary Zionist Conference. Hotel Biltmore. 11 de mayo de 1942. Discurso.
En los años 30, David Ben Gurión encontró muchos motivos para establecer un nexo entre el objetivo sionista de autodeterminación y el Gobierno de los Estados Unidos y los judíos de ese país. La presentación del Plan Biltmore (The Biltmore Program), en 1942, marcó el inicio oficial de esta campaña, que había comenzado discretamente a finales de los años treinta para persuadir a los judíos de los Estados Unidos y obtener su apoyo para la causa sionista. Al darse a conocer en Estados Unidos con los sionistas del país, Ben Gurión obtuvo además beneficios en la política sionista interna; continuó su dominio sobre la política sionista mundial —donde la influencia de Jaim Weizmann (quien se inclinaba por la continua dependencia de Gran Bretaña) disminuía paulatinamente—, y reunió el apoyo del movimiento laboral sionista de izquierda a expensas de la ideología revisionista de derecha de Jabotinsky.
Para el sionismo estadounidense, la conferencia de mayo de 1942 en el Hotel Biltmore de la Ciudad de Nueva York movilizó a un movimiento débil y dividido. No puso fin a las rivalidades personales o políticas, sino que impulsó a los sionistas estadounidenses al objetivo común de abogar por el establecimiento del hogar nacional judío. Las diferencias filosóficas que se mantuvieron entre los líderes sionistas estadounidenses después de Biltmore giraban en torno a si era más ventajoso un enfoque pragmático y gradual o un compromiso político más activo con los judíos y los no judíos de los Estados Unidos. En medio de la guerra, había más judíos estadounidenses comprometidos con rescatar judíos de la opresión nazi que con trabajar en pro del establecimiento de un Estado judío en Palestina.
La previsión de Ben Gurión de acercarse más estrechamente a los Estados Unidos que a Gran Bretaña resultó ser increíblemente beneficiosa. Ben Gurión fue testigo del distanciamiento de las relaciones sionistas con Gran Bretaña desde mediados de la década de los treinta en adelante. Presenció el cambio de los intereses árabes de Londres de lo que había sido una postura a favor del sionismo a una más neutral y, finalmente, a una categóricamente en contra. Asimismo, reconoció que si los sionistas podían establecer una relación estrecha con los judíos y políticos estadounidenses en los Estados Unidos, se encontrarían en una situación diplomática más ventajosa una vez que la guerra hubiera terminado. La combinación de la visión previsora de Ben Gurión, el discurso de Biltmore (que señalaba el cambio de enfoque de los esfuerzos sionistas de las relaciones con Gran Bretaña hacia las relaciones con los Estados Unidos) y el conocimiento del objetivo de Hitler de erradicar al pueblo judío, contribuyó al surgimiento de un consenso sobre la necesidad de que los judíos tuvieran su propio Estado; la pregunta era cuándo y cómo.
Los miembros clave del Gobierno de Roosevelt, la oposición, la indiferencia y el antisemitismo siguieron siendo obstáculos difíciles para los activistas políticos judíos durante este período.
Después de los disturbios de 1929 en Palestina, los líderes sionistas procuraron utilizar la influencia de los judíos estadounidenses para hacer frente a una política británica emergente que era desfavorable al sionismo. David Ben Gurión afirmó en 1933 que la existencia de “personalidades judías con conexiones y cargos importantes en el Gobierno” generaba la “necesidad de actuar en el campo político en América”, por el bien de la causa sionista. En 1937 escribió una carta al rabino Stephen Wise, un líder estadounidense sionista, en la que destacó que el “poder político” de los judíos en los Estados Unidos, sin parangón en otra parte, marcaría la diferencia “en la lucha de vida o muerte que nos espera”.
Era común que los miembros de la Agencia Judía que visitaban los Estados Unidos resaltaran la falta de apoyo de los judíos estadounidenses al sionismo. No obstante, cuando Ben Gurión visitó los Estados Unidos en 1939, procuró fortalecer y organizar el movimiento sionista local que, según todos los indicios, había perdido el rumbo. Consideraba que los judíos estadounidenses, sus líderes sionistas y su organización carecían totalmente de la capacidad de formular una postura valiente para alcanzar la autodeterminación de los judíos. Afirmó que: “Cada vez más, Inglaterra se ve obligada a considerar a los Estados Unidos como la única gran potencia en la que podría contar en caso de guerra y, ahora más que nunca, los Estados Unidos pueden exigir ciertas cosas de Inglaterra. Estados Unidos, y solo Estados Unidos, puede salvarnos. Debemos trabajar por un renacer del sionismo en los Estados Unidos que se apodere de todos… Los cinco millones de judíos en los Estados Unidos pueden y hacer la diferencia en lo político y lo financiero”.
A pesar de las esperanzas que Ben Gurión abrigaba para el sionismo estadounidense, creía que la organización sionista estadounidense en ese momento no estaba preparada para hacer frente a los desafíos que estaban por delante. Asimismo, pensaba que más allá de esta falta de preparación, existía una postura ambivalente frente a la idea de establecer el hogar nacional judío en Palestina. Ante un resurgimiento del antisemitismo y un fuerte sentimiento antiguerra en los Estados Unidos, los judíos estadounidenses se mostraban reacios a involucrarse en asuntos internacionales de cualquier índole, en especial, a oponerse al Libro Blanco de 1939 o apoyar el Mandato británico, pues esto podría dar pie a acusaciones de lealtades divididas o traición. La cautela de los judíos estadounidenses no era sino cobardía a los ojos de Ben Gurión. Argumentaba que los judíos no debían mantener una postura neutral frente al tema del sionismo, pues eso era una “postura antisionista”. Luego agregó que: “Esto no tiene nada que ver con la lealtad… nuestros actos deben ser legítimos; y los judíos de Estados Unidos deben saber que, cuando de asuntos internos se trata, deben pronunciarse… como judíos, están en la obligación de ayudar a sus hermanos”.
Muchos sionistas estadounidenses consideraban que en tiempos de guerra no eran ventajosas las críticas al Libro Blanco o la oposición a Gran Bretaña. El rabino Stephen Wise, por ejemplo, opinó que la lucha sionista debía relegarse a un segundo plano. Creía que si los sionistas estadounidenses apoyaban los esfuerzos de los Aliados, quedarían en una buena posición frente a ellos en el mundo de posguerra. De igual forma, opinaba que debía refrenarse cualquier protesta en contra de Gran Bretaña. Como él mismo dijo, los sionistas estadounidenses debían “gritar en voz baja”. Esta no era una postura que Ben Gurión pudiera o estuviera dispuesto a apoyar. Argumentaba que la hostilidad de los británicos hacía imposible continuar la construcción del hogar sionista, y que los sionistas debían seguir adelante independientemente de la oposición británica. Weizmann compartía la opinión de Wise, con quien mantenía una relación estrecha. La discusión no era en realidad sobre las metas finales, sino sobre cuán pronto y de qué manera los sionistas estadounidenses debían participar activamente para avanzar la idea del establecimiento del Estado.
Desde el punto de vista de Ben Gurión, el propósito de los sionistas solo se podía llevar a cabo por medio de una campaña de presión y protesta en público, aun en medio de la guerra. Para ello, creía fundamental que los sionistas presentaran la exigencia concreta de establecer un Estado en el futuro inmediato y posteriormente destinaran el capital tanto político como financiero necesario para cumplir sus propósitos. Ben Gurión eligió librar esta batalla en los Estados Unidos porque creía que si lograba ganarla en ese país, podría aprovechar el impulso para arrastrar consigo al resto del movimiento.
Ben Gurión trató sistemáticamente de persuadir a los sionistas estadounidenses para que adoptaran una postura que combinara el apoyo a la lucha de Gran Bretaña contra los Nazis con el rechazo a los contenidos del Libro Blanco. Expuso su postura de forma más memorable a principios de la guerra, cuando afirmó que los sionistas “debemos ayudar al ejército [británico] como si no existiera el Libro Blanco, y debemos oponernos al Libro Blanco como si no estuviéramos en tiempos de guerra”. Ben Gurión perfeccionó su postura al declarar: “Si nos olvidamos del Libro Blanco, renunciamos al sionismo; si nos olvidamos de la guerra, renunciamos a todo”. Aunque parezcan contradictorios, estos enunciados iluminaban el camino de los sionistas que se enfrentaban a un conflicto de lealtades, mientras preparaban el terreno para apoyar simultáneamente la lucha contra el fascismo y la denuncia de los intentos de los británicos de sabotear el establecimiento del hogar de los judíos. La materialización de estas políticas resultó ser fundamental para la creación del Estado. Los acontecimientos trascendentes de 1939 —el resultado de la Conferencia de Londres en el Palacio de Saint James y el estallido de la guerra en Europa— convencieron a Ben Gurión de que había llegado el momento de emprender iniciativas en todos los frentes para la creación del Estado judío. Sabía que el paso siguiente sería convencer a los judíos de los Estados Unidos a unirse a su causa.
Entre 1940 y 1942, Ben Gurión permaneció el equivalente a un año en los Estados Unidos. Durante ese tiempo, trabajó incesantemente para convencer a los dirigentes sionistas estadounidenses para que compartieran su parecer de que la creación del Estado debería ser el objetivo inmediato de la política sionista. En las palabras de Nahum Goldmann —un líder sionista que se había trasladado a los Estados Unidos en los años treinta— quien comentó con apenas un poco de admiración: “A él [Ben Gurión] no le molesta que lo contradigan e… incluso respeta a los colegas que lo hacen. No obstante, si bien la oposición no lo provoca, esta no surge ningún efecto. Ben Gurión la ignora. Es el líder sionista más resuelto y firme de mi generación”. Este fue el estilo que Ben Gurión utilizó con gran eficacia al dirigirse a los sionistas estadounidenses. En su llamado para el establecimiento del Estado judío, Ben Gurión se encontró inicialmente ante una férrea resistencia; no obstante, al final esta parecía reflejarse en él, hasta el punto de transformar al sionismo estadounidense a su imagen, y no a la inversa.
Al mismo tiempo que Ben Gurión dedicaba pacientemente sus esfuerzos a alistar el apoyo de los judíos estadounidenses, él y cientos de colegas trabajan para preparar el terreno, a través tanto de fuentes públicas oficiales como de acciones privadas llevadas a cabo en Palestina. A pesar de verse gravemente limitados por la falta de financiación, los sionistas en Palestina continuaban desarrollando una infraestructura económica, adquiriendo parcelas de tierra y estableciendo nuevos asentamientos. El llamado público de Ben Gurión para el establecimiento del Estado se produjo cuando el marco y la esencia del Estado judío ya se encontraban en etapas avanzadas de construcción.
En los Estados Unidos, Ben Gurión se enfrentó a los núcleos de judíos estadounidenses que se oponían en dos frentes. El primero consistía en algunos sionistas estadounidenses que no tenían intención de inmigrar a Palestina y estaban en desacuerdo con llevar a la práctica la Declaración Balfour. Preferían la idea de un hogar espiritual en Palestina en lugar de convertirlo en un centro físico para los judíos de todo el mundo. El segundo grupo de opositores estaba formado por aquellos que apoyaban a Weizmann, pues creían que era inapropiado o inoportuno declarar la intención de establecer un Estado judío y renunciar de esta manera al apoyo previo por parte de Gran Bretaña. Entre los defensores de esta opinión se incluían sionistas estadounidenses destacados, como el rabino Steven Wise, Louis Lipsky y Nahum Goldmann. Goldmann creía que declarar un Estado judío cuando los judíos todavía eran una minoría en Palestina era un suicidio. Más aún, le parecía que era el momento equivocado para declarar la existencia de un Estado judío, en vista de la nefasta situación que atravesaban los judíos del mundo en 1942. En general, a algunos judíos estadounidenses les preocupaba que declarar la existencia de un Estado sin haber logrado un acuerdo con los árabes pudiera provocar un derramamiento de sangre que se podía evitar. Según este punto de vista, el simple hecho de exponer la idea de un Estado judío en lugar de una patria era, en esa época, peligroso e incluso inmoral.
Ben Gurión expuso sus objetivos en la Conferencia de Biltmore de los sionistas estadounidenses, celebrada en el Hotel Biltmore de la Ciudad de Nueva York en mayo de 1942. Más de 600 delegados sionistas de todo el país se hicieron presentes. En la conferencia se abordaron diversos asuntos clave: la reafirmación de la Declaración Balfour y la necesidad de establecer un Estado judío; el estatus y el futuro de las relaciones árabe-sionistas; y el papel de Gran Bretaña y los Estados Unidos en el futuro del movimiento sionista.
El texto de los comentarios de Ben Gurión pone de manifiesto una vez más que no tenía ningún problema en compaginar el apoyo a Gran Bretaña y los aliados en la lucha contra el nazismo con un rechazo contundente al Libro Blanco de 1939. En un intento para atraer a su público estadounidense, tomó decisiones sintácticas deliberadas. Al usar el término “mancomunidad” (en lugar de “Estado”) a lo largo de su discurso en la Conferencia de Biltmore, Ben Gurión aludía a una influencia de los Estados Unidos que imaginó sería del agrado de los sionistas estadounidenses, pues se hacía eco de la retórica idealista de Woodrow Wilson en pro del sionismo.
La Conferencia de Biltmore fue importante por dos razones: señalaba un nuevo comienzo en la radicalización del movimiento sionista estadounidense planeada por Ben Gurión, y subrayaba el hecho de que Ben Gurión estaba tomando el mando del movimiento sionista. Las manifestaciones de solidaridad obligatorias de la Declaración de Biltmore con Weizmann fueron tomadas en su mayoría del discurso de Weizmann en la conferencia, en tanto que casi todos los temas de importancia que delineaban la nueva política provinieron de Ben Gurión. En lo sucesivo, en esto consistiría el equilibrio de poderes dentro del movimiento sionista: Weizmann seguiría siendo el líder espiritual o nominal, y Ben Gurión estaría cada vez más a cargo del liderazgo práctico. Aun así, después de la conferencia, muchos judíos estadounidenses se mostraban menos entusiastas que Ben Gurión con respecto al establecimiento de una mancomunidad o un Estado; lo que la Conferencia de Biltmore logró fue hacer cada vez más difícil para los judíos de los Estados Unidos abogar por el antisionismo, o mantenerse al margen de la necesidad de establecer un territorio en Palestina que fuera el refugio de los judíos. Los acontecimientos en Europa fueron catalizadores del cambio desde un movimiento de simpatizantes escépticos o poco entusiastas del sionismo hacia uno más enfático en cuanto a la necesidad de un Estado judío en Palestina.
Visto a través de la lente de la innovación, el Plan Biltmore no trajo consigo nuevas ideas. En las palabras de Weizmann, el Plan Biltmore no era más que “una resolución como los cientos de resoluciones que generalmente se aprueban en los grandes encuentros”. Weizmann tenía razones de peso para desestimar la importancia de Biltmore: la conferencia condujo al debilitamiento final de su autoridad y consolidó la estrategia de Ben Gurión con respecto a los Estados Unidos. Esta estrategia traería finalmente grandes beneficios para los sionistas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
-Ken Stein, febrero de 2011.
Vengan, evaluemos la capacidad del sionismo de alcanzar su objetivo. Esta guerra universal en la que está sumida toda la humanidad pone a prueba de manera despiadada a todos los pueblos y las civilizaciones, las instituciones y los propósitos políticos. Nuestra gente ha sido cruelmente señalada por los nazis para su exterminio, no obstante, creemos que saldremos victoriosos y que, como pueblo, lograremos sobrevivir. Es entonces que el sionismo se enfrentará a su prueba más difícil: su realización.
Su posición será entonces muy diferente de lo que fue después de la última guerra en dos aspectos fundamentales. La situación de tanto el pueblo judío como el territorio judío ha cambiado. Después de la última guerra, Inglaterra y los Estados Unidos, junto con Francia e Italia —otras democracias libres de la época— decidieron hacer frente al daño histórico causado a nuestro pueblo y reconocer nuestro derecho de retornar a la patria. La lucha de los judíos, incluso en los países en donde padecieron los mayores sufrimientos, no era tan desesperada como lo será ahora, y en ese entonces parecía que nuestra labor de reconstruir Palestina y absorber nuevos colonizadores podía proceder a un ritmo más tranquilo.
En esta ocasión nos enfrentaremos a una situación muy diferente. El tamaño y la urgencia de la migración judía serán sin parangón. El viejo debate sobre si el sionismo es espiritual o político ahora ha muerto. El sionismo debe satisfacer de forma rápida y radical las necesidades de consumo de miles de judíos desarraigados y, mediante la inmigración y el asentamiento masivos, sentar las bases de una Palestina judía libre y autónoma; de otra forma, carece de valor.
En la última guerra, Palestina no existía como unidad política, ni tampoco Siria e Irak. Los tres, junto con la mayor parte de Arabia, formaban parte del Imperio otomano. Palestina, que estuvo bajo el dominio turco durante 400 años, aún no contaba con población o cultura turcas. A todos los efectos era un país no reivindicado, excepto por el pueblo judío, quien durante siglos nunca dejó de considerarlo la Tierra de Israel.
Entretanto, algunos territorios vecinos se transformaron en reinos árabes, y ahora el Imperio árabe reivindica Palestina como parte de su territorio. El acuerdo posguerra tendrá que incluir una decisión sobre Palestina, en un sentido o en otro.
Desde la última guerra, Palestina ha recibido más refugiados judíos que cualquier otro país, y en determinados períodos en que se flexibilizaron las limitaciones artificiales, más que todos los demás países en conjunto. No obstante, en vista del problema de refugiados que se avecina, se plantea de forma muy legítima la siguiente pregunta: ¿Cuántos judíos más pueden asentarse en Palestina con una base económica adecuada?
Nadie puede aventurarse a dar una respuesta clara. La ciencia aún no ha descubierto un método infalible para predecir cuánta gente se puede asentar en un área determinada. Toda esta especulación en torno a la capacidad de absorción es una peculiar invención sionista o, acaso, antisionista. La capacidad de absorción no es una medida fija o estática, sino una cantidad dinámica en fluctuación, que depende en igual medida de factores humanos como de la naturaleza y el área, y tal vez otros también. Ningún factor humano es más decisivo que la necesidad, y nuestra necesidad desesperada genera una inmensa capacidad de absorción. También están nuestra creatividad, emprendimiento y jalutziut (espíritu pionero) y el profundo amor y devoción que sentimos por nuestra patria. No obstante, por encima de todo, está el régimen: las circunstancias políticas, jurídicas y administrativas bajo las cuales entraremos y colonizaremos.
La posibilidad de desarrollar la agricultura viene sin duda en gran parte determinada por el tamaño del país y la porción de tierra disponible para nuevos colonos. Aun así, la tierra tampoco es un dato fijo, pues a pesar de que su largo y su ancho no se pueden ampliar, cuenta además con una tercera dimensión: la fertilidad o productividad, que se pueden modificar, como se ha demostrado en Palestina.
En la Conferencia de Londres de 1939, la delegación árabe declaró en público que en toda la región del este de Palestina solo había siete millones de dunams de tierras cultivables. El área total consta de veintiséis millones y medio de dunams, es decir que, según los árabes, hay cerca de diecinueve millones de dunams de tierra no apta para el cultivo, y que sin duda ellos no cultivan. La experiencia ha demostrado que la tierra que los árabes consideran no apta para el cultivo es cultivable y la han cultivado los judíos. De hecho, un gran porcentaje de la tierra habitada por los judíos era tierra considerada hasta el momento como no apta para el cultivo: las arenas de Rishon, los pantanos de Hadera, las rocas de Motza, las colinas pedregosas de Hanita. El ejemplo más sobresaliente es el del valle de Jule, la región más grande de Palestina afectada por el paludismo; esta tierra, calificada no solo por los árabes sino también por el Gobierno como no apta para el cultivo está siendo transformada por nuestros pioneros en la región más prospera y productiva del país.
Los judíos no solo tuvieron que adquirir la tierra, sino también recuperarla, drenarla, reforestarla, fertilizarla e irrigarla. De esta manera, y mediante la implementación de métodos modernos e intensivos de cultivo, maquinaria moderna, nuevas razas de ganado y aves de corral, nuevas plantas y semillas, la rotación de cultivos y el máximo aprovechamiento del agua de la superficie y el subsuelo, crearon nuevos acres disponibles para el asentamiento. Asimismo, aumentaron a tal punto su rendimiento que lograron mejorar la calidad de vida a un ritmo constante a la vez que disminuyeron el área por familia necesaria para subsistir, de 250 dunams en las etapas tempranas de la colonización a 100 dunams en las llanuras sin riego, 50 dunams en las montañas donde se sembraron árboles frutales, y entre 20 y 25 dunams en las tierras irrigadas.
En los distritos puramente árabes, la población árabe se mantuvo casi estática, en las zonas de asentamientos judíos aumentó considerablemente y allí se elevó el estándar económico de los árabes, quienes usaron las técnicas mejoradas de sus vecinos judíos.
Para los propósitos del asentamiento agrícola, el occidente de Palestina se puede dividir en cuatro zonas: las llanuras, que constan de 4 602 900 dunams; las regiones con colinas, que constan de 8 088 000 dunams; el Negev (el sur de Palestina), que consta de 12 577 000 dunams; y el desierto de Judea, que consta de 1 050 900 dunams.
En las llanuras, unos 3 500 000 dunams no son aptos para el cultivo. En la actualidad, solo se irrigan 350 000 dunams. Un dunam irrigado aporta como mínimo el mismo rendimiento que diez dunams sin riego. Cada millón de los tres millones de dunams, si se lo irriga plenamente, da cabida a entre veinticinco y treinta mil nuevos colonos, dejando aún suficiente espacio para los antiguos ocupantes, ya sean ellos judíos o árabes.
En las regiones con colinas hay en el momento cerca de 4 500 000 dunams sin cultivar, y se las califica oficialmente de no aptas para el cultivo. Hasta el momento, los judíos han adquirido unos 350 000 dunams y, a pesar de la definición del Gobierno, han establecido pueblos prósperos en las colinas de Jerusalén, Samaria y Galilea. Por lo menos otros 2 500 000 dunams de la llamada región árida con colinas pueden ser cultivados por los judíos, dando cabida a otras 50 000 familias.
En cuanto a la región del Negev, Hope Simpson comentó lo siguiente: “Gracias a la irrigación hay una disponibilidad prácticamente interminable de tierras cultivables en la región de Be’er Sheva… hasta el momento no se ha implementado un esfuerzo organizado para determinar si hay o no existencias de agua artesiana”. La Comisión Peel de 1937 destacó que: “Desde la fecha de este informe, parece que se ha hecho muy poco para descubrir agua en Palestina”. No obstante, los judíos sí han descubierto agua en muchas zonas en las que se creía que no había, y a juicio de nuestros expertos, se puede disponer de agua para la región del Negev mediante la perforación de pozos artesianos o tomándola de los ríos del norte. Si es posible contar con la autoridad necesaria y los medios para proporcionar agua, solo en el Negev —que constituye la mitad del occidente de Palestina y está desocupado en el momento, excepto por algunos beduinos errantes— podrán asentarse cientos de miles de nuevos inmigrantes.
Según nuestra experiencia, por cada familia asentada y dedicada a la agricultura, otras tres familias pueden asentarse y dedicarse a la industria, el comercio y las profesiones liberales.
Palestina, aunque carente de algunas materias primas importantes, tiene la ventaja de estar en una zona geográfica favorable, donde sirve de puente entre los tres continentes del Viejo Mundo. Tiene fácil salida al mar a través del Mediterráneo y el Mar Rojo, y cuenta con la riqueza mineral infinita del Mar Muerto y su propia fuente de electricidad. La extensa tierra interior en el Cercano y Medio Oriente, hasta llegar a la India, es un mercado para sus productos. Asimismo, con su habilidad comprobada para desarrollar la industria en varios países, no hay impedimento para que los judíos transformen a Palestina en el centro industrial del Medio Oriente.
La Comisión Peel declaró: “Hace doce años la idea del hogar nacional era un experimento, hoy es una empresa en marcha. El número de habitantes se ha cuadriplicado… el proceso de asentamiento agrícola ha continuado a un ritmo constante… aun así, lo más sorprendente ha sido el desarrollo urbano. Tel Aviv, una ciudad que todavía es enteramente judía, ha saltado al primer lugar entre las ciudades de Palestina. Su población posiblemente sobrepasa los 150 000 habitantes… su rápida transformación de una franja de tierra inhóspita es verdaderamente asombrosa. La población de Jerusalén ha crecido hasta alcanzar los 125 000 habitantes, de los cuales 75 000 son judíos. El crecimiento de Haifa, asimismo, que ahora sobrepasa los 100 000 habitantes, es solo menos sorprendente que el de Tel Aviv… aproximadamente la mitad de sus habitantes son ahora judíos y gran parte del comercio de su puerto es judío… En términos generales, el extraordinario desarrollo urbano en Palestina ha sido judío. La relación entre las zonas rurales y las urbanas, entre los industriales y los agricultores, se ha mantenido relativamente constante desde el inicio… Desde 1918 hasta nuestros días se han invertido más de £14 millones a través de los “fondos nacionales”, y aproximadamente £63 millones a través del sector industrial privado. Es decir que la inversión total alcanza los £77 millones, de los cuales por lo menos una quinta parte corresponde a contribuciones de los judíos en los Estados Unidos. Finalmente, el monto de los depósitos judíos en bancos palestinos alcanza los £16 ½ millones. Estas… cifras… dan fe de una expansión económica de extraordinario alcance”.
Desde ese entonces, la expansión ha continuado. Se han desarrollado nuevas industrias, entre ellas, la textil, la química, la maderera, la metalúrgica, la eléctrica, la alimentaria, la construcción y la confección, que abastecen al mercado local y al Cercano y Medio Oriente. Solo en 1941 se han establecido más de 200 nuevas industrias judías.
La aventura más reciente de los judíos en Palestina es el mar. Imaginar a los judíos como gente de mar puede parecer absurdo para quienes los conocen solo en Europa y los Estados Unidos. Hace cuarenta años, la sola idea de que se convertirían en agricultores también parecía absurda. Pero ocurrió. Hace seis años, no había un solo marinero judío en los mares de Palestina, a pesar de que el principal comercio marino y el transporte eran judíos. El 15 de mayo de 1936, el Alto Comisionado llamó personalmente a la Agencia Judía para anunciar que reconocía que nuestro reclamo era justo, pues el Muftí había cerrado el puerto de Jaffa para permitir el desembarque en Tel Aviv. Y, casi que de la noche a la mañana, los inicios de un puerto judío tomaron forma. Miles de judíos se convirtieron en trabajadores marítimos en Haifa y Tel Aviv. Y embarcaciones judías tripuladas por capitanes y marineros judíos atravesaron los mares.
Una tribu de habla hebrea fue quien dio al mundo el comercio marítimo y la navegación: los pueblos de Tiro y Sidón, quienes fundaron el gran Imperio de Cartago. Los judíos corsarios combatieron a los romanos en una sangrienta batalla naval, en Jaffa, antes de la caída de Jerusalén. Los pueblos de Tiro y Sidón perecieron, pero los descendientes de los corsarios aún viven. Muchos de ellos han retornado a Palestina, y muchos más vendrán. Regresaron a la tierra. Y asimismo volverán al mar. No hay razón por la cual el monopolio del transporte de viajeros y carga en el Mediterráneo deba permanecer en manos de los italianos. El comercio palestino y los viajeros a Palestina se pueden transportar en embarcaciones judías. Palestina es un país pequeño, pero sus dos mares, el Mediterráneo y el Mar Rojo, son grandes. Los marineros y pescadores judíos navegarán los mares de Palestina para ayudar a nuestro pueblo a ocupar el lugar que le corresponde entre las naciones con tradición marinera.
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Discutiré ahora el aspecto político, y en primer lugar, la cuestión árabe.
Pocas son las cuestiones delicadas en torno al sionismo que generan tanta confusión y malentendido como esta. Es importante aclarar que no existe una cuestión árabe, lo que existe es una cuestión judía. No hay árabes sin hogar; no hay migración árabe. Todo lo contrario. Los árabes son una de las pocas razas que están concentradas, salvo contadas excepciones, en sus propios territorios. Controlan extensos dominios, y si de algo sufren, es de escasez de población, y no de exceso.
En un documento redactado en 1926 por la Royal Central Asian Society (Sociedad Real para Asia Central), el entonces primer ministro de Irak, Ja’far Pasha al Askari, declaró: “El país tiene un tamaño de 140 mil millas cuadradas [362 600 km cuadrados], alrededor de tres veces el tamaño de Inglaterra y Gales, en tanto que la población solo alcanza los tres millones… Lo que Irak quiere, por encima de todo, es una mayor población”.
Lo mismo cabe decir con respecto a Siria. Los economistas sirios coinciden en que la escasa población y los medios inadecuados disponibles a la población actual impiden el desarrollo máximo de los recursos productivos del país. Transjordania, casi cuatro veces más grande que el occidente de Palestina, cuenta con una quinta parte de su población. Esta escasez de población constituye no solo un obstáculo económico, sino también un peligro político grave, como lo demuestra la situación de Alexandretta.
Se debe aclarar un segundo punto: la inmigración y el asentamiento judíos no han ocurrido a expensas de los árabes. Esto es evidente en lo que se relaciona con el desarrollo industrial y marítimo, pues la industria árabe es prácticamente inexistente y el mar está completamente disponible. Incluso en la agricultura, o nos asentamos en tierras calificadas de no aptas para el cultivo o, en el caso de las tierras cultivadas, incrementamos a tal punto su rendimiento que la misma área no solo provee lo suficiente para acoger más colonizadores, sino que permite mejorar la calidad de vida de quienes ya la habitan. La inmigración en masa y la colonización en la mayor escala posible, como podemos esperar que ocurra después de esta guerra, se pueden llevar a cabo sin necesidad alguna de desplazar a la población actual.
En algunos ámbitos se habla de la idea del traslado como la solución perfecta al problema. Aclaremos de una vez por todas que para que Palestina pueda acoger a todos los judíos que probablemente buscarán un nuevo hogar durante el período de posguerra, no hay una necesidad económica de realizar un traslado de ninguna índole. En la Europa de la posguerra, la reubicación de la población será una necesidad urgente, si no inevitable. Durante el período entre la última guerra y esta fuimos testigos de un traslado sorprendente de población entre Grecia y Turquía, de Asia Menor a Europa. Es posible que Siria e Irak también tengan un interés tanto económico como político en fortalecer su postura frente a sus vecinos turcos y persas mediante el traslado de nuevos colonos árabes a su país, y estos solo se encuentran disponibles en Palestina. No obstante, esto es exclusivamente un problema interno árabe, en el que podríamos ayudar si los árabes lo solicitan, pero sobre el cual no tomaremos la iniciativa ni debemos hacerlo. No es una condición para un asentamiento judío a gran escala; y es necesario y sabio que fundemos nuestros planes futuros para la reconstrucción de Palestina en el supuesto de que tendremos que tener en cuenta la presencia de cerca de un millón de árabes, sus derechos y reivindicaciones.
No existe un conflicto de intereses económicos entre los judíos y los árabes en Palestina, como tampoco lo hay entre la población actual y la que vendrá. El simple hecho que el Muftí y sus amigos, y el Gobierno Chamberlain-MacDonald, que trató de apaciguarlos, insistieran en la abolición del principio de capacidad de absorción económica como el único criterio para la inmigración judía, sugiere que tanto los árabes como los autores del Libro Blanco se dieron cuenta de que en términos puramente económicos hay cabida para una gran afluencia de población, lo que podría transformar a Palestina en un país judío.
La cuestión árabe en realidad significa la oposición política por parte de los árabes a la inmigración judía. Mucha gente busca solucionar el problema donde este no radica, e ignoran esta simple pero incómoda verdad. Una de las soluciones ofrecidas es la creación de un Estado binacional. Si esto significa que todos los habitantes de Palestina, judíos y árabes, deben gozar de una plena igualdad de derechos, no solo como individuos sino como entidades de carácter nacional, es decir, gozar del derecho al libre desarrollo del idioma, la cultura, la religión, etc., entonces ningún judío, mucho menos uno sionista, dudará en apoyarla. No obstante, no estoy del todo convencido de que los árabes estarán de acuerdo con esa igualdad, si se les otorga el poder de establecer la constitución. Cuando la Comisión Real le preguntó al Muftí en enero 12 de 1937 acerca de cómo trataría el pueblo árabe a los judíos que ya habitaban el país, en caso de tener el control, este respondió: “Eso se dejará a discreción del Gobierno que se creará en virtud del tratado y será decisión del Gobierno, dependiendo de los factores que sean más equitativos y más beneficiosos para el país”.
A la pregunta sobre si el país podía asimilar e integrar a los 400 000 judíos que ya lo habitaban, respondió: “No”.
El presidente dijo entonces: “¿Acaso se deberá retirar a algunos de ellos mediante un proceso amable o doloroso, según corresponda?”.
El Muftí respondió: “Debemos dejar todo eso al futuro”.
Hasta el momento, ningún otro líder árabe se ha opuesto públicamente a él. Asimismo, no debemos olvidar la amarga experiencia de los asirios en Irak, a quienes se otorgó protección en virtud del tratado anglo-iraquí, así como por la Sociedad de las Naciones. El tratado anglo-iraquí aún estaba vigente, como lo estaba, en esos tiempos tan decisivos, la Sociedad de las Naciones. Pero los asirios fueron masacrados.
Otros ofrecen la igualdad como una solución, o interpretan que un Estado binacional es sinónimo de igualdad, de manera que los judíos y los árabes, independientemente de su composición numérica, deben estar representados por partes iguales en todas las áreas principales del Gobierno, el legislativo y el ejecutivo. Yo fui uno de los que abogué fuertemente por la igualdad durante el Mandato británico. No obstante, tengo dudas sobre si un régimen de igualdad sin la existencia de un Mandato es viable, o si un Estado autónomo puede de alguna forma continuar existiendo cuando llegue a un punto muerto permanente. Una vez más, ningún líder árabe se ha mostrado de acuerdo con este principio, con o sin el Mandato.
Aun suponiendo que la igualdad en un Estado binacional sea viable, suponiendo que tanto judíos como árabes accederán a ella, esto no soluciona en lo más mínimo el único problema que importa: la inmigración judía. El ejemplo de Suiza, donde se resolvió satisfactoriamente la divergencia entre las diferentes nacionalidades, no es relevante a la situación de Palestina, en cuyo caso el problema fundamental —la raíz de todos los conflictos— no es tanto la situación de los judíos y los árabes que ya están en Palestina, sino casi exclusivamente la llegada de más judíos.
¿Debería o no haber inmigración judía? Esa es la cuestión. Ninguna solución, real o ilusoria, a todos los problemas reales o imaginarios de Palestina tiene significado alguno si no brinda una respuesta clara y concisa a esta pregunta sencilla pero imprescindible.
¿Se puede esperar que los árabes accedan a la inmigración judía, y de ser así, en qué términos? No hay engaño peor que el engaño a uno mismo. Debemos afrontar los hechos: difícilmente veremos un mínimo de inmigración si esta depende del consentimiento árabe. Es fundamental que mantengamos una postura firme, tanto en el aspecto político como el moral. La inmigración judía a Palestina no está supeditada al consentimiento de nadie. Tenemos derecho a regresar. La historia, el derecho internacional y el incontenible deseo vital de un pueblo que nada puede destruir han decretado a Palestina como el hogar por derecho del pueblo judío.
Un judío en Palestina no es un extranjero, un intruso o un inmigrante; un judío en Palestina está en su hogar. La historia y los vínculos a través de la historia, un lazo que se ha mantenido firme durante miles de años, a pesar de las vicisitudes y las repetidas expulsiones, han hecho de Palestina nuestra patria inalienable. Nos guste o no, es un hecho histórico que hay un millón de árabes en Palestina que, con mucha razón, se consideran hijos de esta patria. Asimismo, es un hecho histórico que durante más de 3 000 años Palestina ha sido y es Eretz Israel (la Tierra de Israel) para nosotros, independientemente de cuán desagradable les resulte esto a los árabes. Y así lo confirmó solemnemente la ley internacional, pues el Mandato declaró de forma explícita el reconocimiento al lazo histórico entre el pueblo judío y Palestina, y los fundamentos para restablecer en ella su hogar nacional. No obstante, hay algo incluso más fuerte que la ley internacional: se trata del deseo vivo y apremiante de un pueblo para el cual su retorno a Palestina es su única tabla de salvación y supervivencia.
Ni la oposición política o la obstrucción por parte de los árabes, ni la intimidación por medios terroristas o las restricciones impuestas por un Libro Blanco que es inválido desde un punto de vista moral y jurídico impedirán el retorno de los judíos a la Tierra de Israel. Para quienes aún lo ponen en tela de juicio, los casos del Patria, el Struma y sus muchas naves gemelas deberían ser una prueba definitiva. El mensaje que dejaron es muy claro: o Palestina o la muerte. Tan pronto como termine la guerra, cientos de embarcaciones como esas zarparán rumbo a Palestina.
La nuestra es una generación realista. Después de las muchas decepciones sufridas en la última guerra y la paz que le siguió, los hombres temen albergar ilusiones y en cambio prefieren ser sensatos y prácticos. Además, deben ser soñadores y visionarios, para ignorar lo cruda y amarga que será la realidad de la migración judía en la posguerra, el impulso judío hacia Palestina. No hay realidad en torno a Palestina que sea tan contundente y poderosa como esa imparable ola judía que se mueve hacia Palestina, donde se encuentran los orígenes biológicos y psicológicos más profundos de nuestra existencia.
Los árabes consentirán a nuestra inmigración judía y se adaptarán a la nueva realidad una vez esta se convierta en un hecho innegable. Recordarán que, después de la última guerra, los representantes árabes en la Conferencia de Paz aceptaron y se mostraron de acuerdo con la decisión de las grandes potencias de cumplir la sección sobre una “Palestina judía” comprendida en su plan para el futuro de los países árabes. Faisal (quien más tarde sería el Rey Faisal), hijo y representante del mismo Rey Hussein con quien Inglaterra negoció durante la guerra, firmó un acuerdo con el Dr. Weizmann el 3 de enero de 1919, en el cual se establece lo siguiente:
“Como parte del establecimiento de la constitución y la administración de Palestina se adoptarán todas las medidas que proporcionen las mayores garantías para hacer efectivas las disposiciones de la Declaración del Gobierno británico del 2 de noviembre de 1917.
Se adoptarán todas las medidas necesarias para alentar y estimular la inmigración judía a gran escala y de la forma más rápida posible a Palestina mediante el establecimiento de asentamientos de inmigrantes judíos y el cultivo intensivo de la tierra”.
En una carta escrita en nombre de la delegación Hejaz el 3 de marzo de 1919, a Felix Frankfurter, Faisal afirmó lo siguiente:
“Nosotros los árabes, en especial la población culta, sentimos una fuerte simpatía por el movimiento sionista. Nuestra delegación aquí en París está al tanto de las propuestas presentadas ayer por la Organización Sionista a la Conferencia de Paz, y las consideramos moderadas y adecuadas. Por nuestra parte, haremos todo lo posible por ayudarlos; daremos a los judíos una calurosa bienvenida… el movimiento judío es nacional y no imperialista. El nuestro es un movimiento nacional y no imperialista, y hay sitio en Siria para ambos. De hecho, creo que ninguno puede alcanzar el éxito sin el otro”.
Asimismo, una delegación de árabes sirios se hizo presente en representación de todas las comunidades: musulmana, cristiana, judía; uno de los miembros era Jamil Mardam, quien más tarde fuera Primer Ministro de Siria. En su declaración final ante el Consejo Supremo de Aliados (Supreme Council of Allies) el 13 de febrero de 1919, M. Chekri Ganem, alto representante del Comité Central Sirio, dijo:
“Haremos una observación en torno al tema de Palestina, del cual se dice que es una cuestión espinosa. Palestina es indiscutiblemente la región sur de nuestro país. Los sionistas la reclaman como suya. Hemos padecido demasiados sufrimientos semejantes a los de ellos; no podemos sino abrirles de par en par las puertas de Palestina. Todos aquellos que se encuentran oprimidos en ciertos países retrógrados son bienvenidos. Que se asienten en Palestina, pero en una Palestina autónoma, cuyo único vínculo con Siria sea la federación. ¿Acaso no será una garantía suficiente para ellos una Palestina que goza de una amplia autonomía interna?”.
Ha quedado en el registro histórico que no hubo oposición por parte de los árabes cuando se tomó la decisión. De hecho, el consentimiento árabe fue explícito. Entonces, ¿cuándo y por qué surgió esta oposición? Cuando la ejecución de la decisión fue puesta en manos de mediadores a quienes poco importaba su éxito: la Administración de tradiciones coloniales del Mandato y su personal no contaban con el entendimiento, la visión y la simpatía, ni tampoco con la habilidad para llevar a buen término la tarea manifiestamente compleja y difícil de reunir y asentar nuevamente a los inmigrantes. Y debido a que algunos líderes árabes en Palestina no tardaron en percatarse de la lentitud —por decirlo suavemente— y el modo un tanto reacio de ejecutarla. Como es de esperar, se aprovecharon de inmediato de la renuencia y el poco entusiasmo, y creyeron que, después de todo, la decisión tal vez no fue tomada muy en serio y se podía revocar fácilmente.
Fue la propia Comisión Real quien condenó el instrumento diseñado para cumplir con el compromiso internacional y acuñó la frase “la inoperancia del mandato”. Estemos o no de acuerdo con los razonamientos de la Comisión, no se puede poner en duda un hecho: el sistema instaurado para gestionar el Mandato resultó ser inoperante.
A pesar de que hemos tenido y aún tenemos diferencias frecuentes con el Mandato —algunas muy amargas y otras incluso trágicas, en especial desde el inicio de la política del Libro Blanco y culminando con la controversia de un ejército judío en Palestina y el incidente del Struma—, no podemos sostener que la incapacidad de la administración para gestionar el Mandato durante los últimos veinte años se debe a que el Mandato es británico.
La inoperancia era inherente a una situación única: la incongruencia entre la naturaleza de la tarea y el instrumento que la ejecutaba. La Administración estaba conformada por funcionarios capacitados para gobernar a pueblos atrasados, acostumbrados a tratar con tribus primitivas y cuya misión era mantener el orden establecido en la medida de lo posible.
En Palestina, se encontró con una comunidad judía avanzada y progresista y una situación dinámica que exigía el emprendimiento constante de iniciativas, esfuerzos incansables y una energía creativa. Era natural que los funcionarios se sintieran mucho más a gusto al tratar con árabes, suplir sus necesidades y apelar a su hábito arraigado de mantener el statu quo.
La colonización masiva a gran escala será necesaria para suplir las necesidades de posguerra de la migración judía, y exigirá un gran desembolso financiero de fuentes intergubernamentales. Sin embargo, la reforma principal e indispensable para llevar a cabo una tarea de esta magnitud es el establecimiento de un nuevo régimen político, jurídico y administrativo concebido especialmente para el desarrollo máximo de los recursos de Palestina y la absorción de la mayor cantidad de inmigrantes en el menor tiempo posible. Las leyes fundamentales del país, las normas relacionadas con el agua y la tierra, la legislación laboral y los estatutos fiscales y comerciales se deben modificar enteramente para ajustarse al asentamiento masivo, al establecimiento acelerado de las industrias y al crecimiento de ciudades y pueblos. No solamente la legislación, sino su administración día a día, deben estar fundamentadas e inspiradas en este propósito firme e inquebrantable. Solo una administración judía puede estar a la altura, una administración enteramente identificada con las necesidades y los propósitos de los colonizadores judíos, y comprometida incondicionalmente con la edificación del país. En un futuro cercano, la inmigración judía a gran escala producirá inevitablemente una mayoría judía cada vez mayor y el establecimiento de una mancomunidad judía autónoma.
Si analizamos los acontecimientos de la última veintena de años y tomamos en cuenta nuestras necesidades en el período inmediatamente posterior al final de la guerra, nuestra primera conclusión es que el Mandato se debe confiar únicamente al pueblo judío.
No me refiero al Mandato formal vigente desde 1922. El sistema entero de Mandato puede ser eliminado. Me refiero a la responsabilidad y la autoridad gubernamental necesarias para reconstruir el país y garantizar el restablecimiento de los judíos en él. Como primera medida, la inmigración y la colonización deben estar a cargo de una agencia que represente a todo el pueblo judío.
Es aún muy pronto para definir los pormenores de la constitución de Palestina en la posguerra e intentar mirar a través de un cristal en este momento. No obstante, es posible y oportuno establecer los principios básicos para guiarnos y para llevar a cabo la labor política inmediata del sionismo, para educar a la opinión judía y la pública en general con miras a una solución sionista de la cuestión judía y palestina.
Los principios son tres:
1. Una ratificación inequívoca del propósito original de la Declaración Balfour y el Mandato de restablecer a Palestina como mancomunidad judía, tal como lo expuso claramente el Presidente de los Estados Unidos el 3 de marzo de 1919.
2. La Agencia judía para Palestina, en su calidad de fideicomiso para posibles inmigrantes y colonizadores, debe tener el pleno control de la inmigración judía y contar con toda la autoridad necesaria para el desarrollo y la edificación, incluidas las tierras sin ocupar o sin cultivar.
3. Se debe otorgar igualdad de derechos civiles, políticos y religiosos a todos los habitantes de Palestina; debe haber un gobierno autónomo en todos los asuntos municipales; autonomía para las diferentes comunidades judías y árabes en la gestión de sus asuntos internos, educativos, religiosos, etc.
Sobre si Palestina debe permanecer como una unidad independiente o integrarse a una entidad política más amplia y global —una federación del Cercano Oriente, una mancomunidad británica de naciones, una unión anglo-americana, o similar— esto dependerá de circunstancias y desarrollos que no podemos definir o predecir y esto no constituye un problema particular de la cuestión judía o árabe. Seremos parte del nuevo mundo y del nuevo orden que creemos resultará de esta guerra, y la victoria estará de nuestra parte. Independiente de cuál sea la relación constitucional de la Palestina judía con otros países, debe haber una voluntad y disponibilidad continuas de cooperar estrechamente con los árabes en Palestina, así como con los países vecinos. Una vez que se elimine la manzana de la discordia que supone la inmigración judía mediante una clara decisión internacional y la garantía de que los judíos estarán al mando de su propia inmigración, no habrá una razón de peso para perder la esperanza de que exista la cooperación entre judíos y árabes.
El sionismo en acción se traduce en el establecimiento de una nación y un Estado. Muchos han reconocido la justicia y belleza del ideal sionista y del derecho del pueblo judío a una existencia libre y soberana, en pie de igualdad con otras naciones. Pero les resultó difícil creer seriamente que los judíos, quienes durante siglos se habían vuelto cada vez más “desnacionalizados”, desarraigados de su propia tierra, aislados en las ciudades y confinados a desempeñarse en una cantidad muy limitada de oficios y negocios, quienes habían olvidado su idioma nacional y aflojado sus lazos nacionales, quienes continuaron siendo judíos principalmente porque no podían ser otra cosa, que ellos pudieran nuevamente ser una nación, reconstruir un país y volver a crear una economía y una cultura independientes.
Había, de hecho, mucho más en este punto de vista de lo que comprendieron sus impulsores. La idea y la visión parecían simples, naturales y necesarias; no obstante, traducidas en hechos, se enfrentaban de inmediato a incontables obstáculos y dificultades casi insuperables. Significaban no solo el traslado de un pueblo, sino también su transformación total; no solo el retorno a su país, sino también su edificación. ¡Y qué pueblo!, ¡y qué país! Los judíos tuvieron que rehacerse y rehacer a Palestina. Debemos recordar que la colonización sionista es probablemente el único ejemplo, o sin duda alguna uno de los contados ejemplos, de una colonización exitosa que no fue fomentada y apoyada por un Estado.
Estamos aún muy lejos de cumplir nuestro propósito, y la prueba más difícil para alcanzar nuestra realización está aún ante nosotros. No obstante, los hechos del pasado nos hacen confiar en que se puede lograr, y en que nosotros lo podemos lograr.
Los judíos en Palestina desafiaron un dogma económico al trasladarse de la ciudad al campo; después de haber vivido urbanizados durante años, se convirtieron en labradores de la tierra. Más del 30 % de ellos vive en asentamientos rurales. Aún más sorprendente es su restitución al trabajo manual. De 500 000 almas, 125 000 adultos son miembros de la Federación Laboral. Como en ninguna otra parte, participan activamente en todos los oficios: en el campo, las fábricas, las canteras, en minas, en construcciones, carreteras y vías férreas, los puertos, la pesca y la aviación.
Provenientes de todos los rincones del mundo, con múltiples idiomas y tradiciones culturales, se están unificando en una nueva sociedad homogénea con el hebreo como su idioma común y con el propósito común de la reconstrucción de Sion.
Habitan sus propios pueblos y ciudades, están a cargo de la defensa, la educación y los servicios sociales propios; han desarrollado un sistema integral de autogobierno sustentado en una economía y una cultura independientes, y así, a efectos prácticos, han sentado las bases de la mancomunidad judía.
Lo que 500 000 judíos pueden hacer, lo pueden hacer también seis, ocho o diez veces este número. Lo que se realizó sobre un área de un millón y medio de dunams, se puede realizar sobre un área seis, ocho o diez veces mayor. No existe una prueba más real, perdurable y convincente del cumplimiento de un ideal. El sionismo ha resistido la prueba, y más de una vez.
El Yishuv (asentamiento judío) se enfrentó a una prueba como nación cuatro años antes del estallido de la guerra, cuando el Muftí, siguiendo las instrucciones de Mussolini y Hitler, trató de destruirlo mediante el hambre y la interrupción de las comunicaciones, deteniendo sus tareas y la llegada de nuevos inmigrantes al infundir terror y dar muerte de forma indiscriminada a la población. Nunca antes se manifestó con más fuerza la autosuficiencia económica y la fortaleza del Yishuv, su gran valor, su profundo apego a su antigua tierra y su energía creativa. No solo no hubo una retirada o abandono de ninguna posición, sino que se dio un desarrollo y una expansión continua y múltiple en los asentamientos agrícolas, la absorción de nuevos inmigrantes, avances industriales y conquista del mar, y el establecimiento de una fuerza de defensa que no se había visto en Palestina desde el siglo VII, cuando Benjamín de Tiberíades dirigió a un contingente de compañeros judíos para ayudar a los persas a combatir a los tiranos de Bizancio.
El estallido de esta guerra trajo consigo una prueba más dura. Puedo contarles de mejor manera el desempeño del Yishuv citando el reciente mensaje de Moshe Shertok, quien ahora dirige nuestro frente político en Palestina:
“En medio de este mar de dolor y horror, Palestina se alza hoy como una roca donde refugiarse, una luz de esperanza para un pueblo judío agonizante. Endurecido por la adversidad durante los cuatro años de la preguerra, se hace ahora un llamado al Yishuv a ser partícipe de esta guerra como vanguardia de todo el pueblo judío, cargando sobre sus hombros tres responsabilidades primordiales. La primera y más importante es brindar toda la cooperación para la defensa del país y en la campaña del Medio Oriente, al movilizar todos los recursos disponibles para emprender un esfuerzo de guerra judío distintivo en el ámbito militar, el industrial y el agrícola”.
“La segunda es hacer el máximo esfuerzo para salvar a las víctimas judías de la guerra”.
“La tercera es la preparación y emprendimiento de esfuerzos audaces para la construcción en la posguerra”.
“A continuación se exponen los hitos de nuestro progreso:
Hay 12 500 hombres y mujeres alistados en el servicio militar”.
“Miles de técnicos y artesanos capacitados judíos desempeñan labores de guerra esenciales en Palestina y el Medio Oriente. La industria judía emplea a 35 000 trabajadores, encauzados cada vez más a la producción bélica. Esta se ha multiplicado por ocho desde 1940. Muchas plantas están en funcionamiento las 24 horas”.
“El Fondo Nacional Judío ha adquirido 133 000 dunams de tierras durante la guerra. Se establecieron dieciocho asentamientos, disponiendo nuevos terrenos para la producción agrícola y aumentando el espacio en los asentamientos nuevos y previos, cuya fuerza laboral y recursos se encuentran al límite de sus capacidades. A pesar de las fortunas cambiantes de la guerra, decenas de miles de refugiados han llegado a Palestina desde septiembre de 1939. El Yishuv se está preparando para un nuevo esfuerzo supremo de defensa y producción. Miles de jóvenes de las ciudades se dirigen a trabajar en las granjas. Se está capacitando a muchos para desempeñar labores de defensa y preparando a nuevos contingentes de reclutas para el ejército”.
* * *
En nuestra reconstrucción de Palestina no podíamos escapar del todo de los conflictos, las contradicciones y los males del sistema económico actual. No obstante, no hemos luchado en vano durante siglos para conservar nuestra identidad y nuestro judaísmo, modelado en la patria desde la cual nuestros profetas legaron a la humanidad el sueño aún por cumplir de una hermandad y justicia humanas, el amor al prójimo y la paz entre naciones. Sin derramamiento de sangre, sin coacción, impulsados por un esfuerzo moral voluntario, asistidos por la buena voluntad y la ayuda solidaria de todo el movimiento sionista, nuestros pioneros crearon un nuevo tipo de asentamiento cooperativo y comunal —el kibutz y el moshav— que personifica una alianza humana original sobre la base del trabajo libre y creativo, la ayuda mutua, los intereses comunes y la igualdad completa, y la combinación de una estructura social ideal con una base económica sólida hasta ahora nunca vista en otro lugar. Y ha resistido la prueba del tiempo —el primer kvutza (grupo) surgió en 1910— y ha demostrado su superioridad social y económica sobre otros. Es un mensaje para todos los judíos sobre el mantenimiento de la fe, y para el mundo entero, de que la posibilidad de una sociedad mejor no es un mito.
Esta es la Segunda Guerra Mundial en nuestra generación. Nunca antes la humanidad se había visto tan amenazada por el peligro inminente de la esclavitud absoluta. Nunca antes nuestro pueblo se había visto tan amenazado por la posibilidad de la aniquilación absoluta. Mientras continúe la guerra, debemos dedicar toda nuestra energía a alcanzar la victoria total y absoluta. Sin embargo, debemos cuidarnos de la idea errónea y peligrosa de que la aniquilación del hitlerismo será suficiente para liberar al mundo de todos sus males y al pueblo judío de su miseria. Si un Hitler puede arrastrar a toda la humanidad a tal punto, hay algo inherentemente malo en la civilización; y, si cada vez que hay problemas, los judíos son elegidos como las primeras víctimas y quienes padecen los sufrimientos más catastróficos, hay algo inherentemente erróneo en la constitución del judaísmo. La victoria sobre Hitler no significa el fin, significa el comienzo de una nueva constitución del mundo y de nosotros.
Nuestra labor en el pasado y los logros en Palestina contribuyen a dos propósitos distintos: reorganizar la sociedad humana y rehacer la historia judía. Serán el fundamento sobre el cual descansará la mancomunidad judía, y una mancomunidad judía es sinónimo de una mancomunidad de justicia. Para construirla, todo el pueblo judío deberá contribuir con su máximo esfuerzo, tanto en la diáspora como en Palestina. Es de esperar que —como parte de la importante causa humanitaria—, recibamos la ayuda de Estados Unidos, Inglaterra, Rusia y otras naciones defensoras de la humanidad. No obstante, nosotros mismos debemos hacer el trabajo. Palestina será tan judía como los judíos la quieran hacer.