Los orígenes del movimiento sionista son a menudo considerados sinónimo de la vida y la época de Theodor Herzl (1860-1904). A pesar de su muerte a una edad relativamente temprana, sus ideas se mantuvieron vivas. El movimiento sionista no se derrumbó con la muerte de su figura central, tan solo siete años después de que se realizara el primer congreso sionista. Revivir la presencia judía en la Tierra Santa, la Tierra de Israel (Eretz Israel) o Palestina, fue un sueño de extraordinaria profundidad y diversidad. Dos décadas antes de la muerte de Herzl, pequeñas cantidades de judíos ya inmigraban a Palestina, construían asentamientos y una vida nueva alejada del brote de antisemitismo atroz que llevó a muchos a abandonar Europa Occidental y Oriental. Herzl fue el agente que ayudó a los judíos a conectarse nuevamente con su tierra ancestral y forjar una organización compenetrada a partir de numerosos debates entre judíos europeos sobre el deseo de establecer un territorio judío que protegiera al pueblo judío.
Nacido en 1860 en Hungría y educado en Viena, Herzl no tenía una relación particularmente cercana ni distante con el judaísmo. Ávido lector en su años de juventud, disfrutaba de la literatura secular, escribía cuentos cortos, poesías, fábulas, comedías y lo cautivaba la cultura literaria alemana. Se licenció en Derecho y fue admitido al colegio de abogados de Viena en 1884. Durante la década siguiente escribió artículos, obras de teatro, novelas, visitó las principales ciudades de Europa y, en octubre de 1891, pasó a ser el corresponsal en París del periódico vienés Neue Freie Presse, considerado el periódico más prestigioso del Imperio austrohúngaro. Este nombramiento era un testimonio de sus cualidades como escritor y periodista. Herzl no tuvo que enfrentarse en gran medida al antisemitismo en las etapas tempranas de su vida, no obstante, llegado el año 1892, el periódico ya publicaba una cantidad cada vez mayor de artículos relativos a los judíos, la cuestión judía y el antisemitismo. Estos incluían artículos sobre la persecución de los judíos en Rusia, la situación de los asentamientos judíos que se desarrollaban en Argentina con el apoyo del filántropo judío, el barón de Hirsch, y los debates en torno al derecho de los judíos a la igualdad civil que tenían lugar en Berlín y Viena. En agosto de 1892, Herzl escribió un largo artículo sobre el antisemitismo, sin ofrecer una solución política concreta. Según la edición de 1906 de la Enciclopedia Judía (Jewish Encyclopedia), Herzl tenía escasa consciencia de sus predecesores sionistas, Moses Hess, Leon Pinsker, Reuven Alkalai y Nahum Syrkin, por lo tanto, no era de esperarse que surgiera como líder destacado del sionismo, y mucho menos que se convirtiera en el “padre del sionismo moderno”.
Herzl cubrió el proceso penal de Dreyfus en calidad de corresponsal del periódico. Alfred Dreyfus, un capitán militar judío francés asimilado, fue arrestado en octubre de 1894. Para el final de ese año había sido enjuiciado, declarado culpable, juzgado por un tribunal militar y encarcelado por la presunta transferencia de información sobre las capacidades de la artillería francesa a un agregado militar alemán en París. Debido a la prueba fragmentaria y a la ausencia de un debido proceso, su caso fue reabierto en 1899. A pesar de estos elementos jurídicos, Dreyfus fue declarado culpable nuevamente y condenado a otros 10 años de cárcel. Finalmente, fue absuelto y puesto en libertad en el año 1906. No cabe duda de que el proceso puso al antisemitismo en el centro de la atención, en lo que se creía era un momento de emancipación para Europa; en Francia, adquirió las dimensiones de una guerra civil y dividió profundamente la opinión europea” 1.
La historiografía sionista y la historia sionista
popular otorgan una importancia abrumadora al papel que el proceso de Dreyfus desempeñó en motivar a Herzl a escribir su tratado “El Estado judío”. Alex Bein, en su biografía clásica de Herzl, argumenta que Herzl no tenía prueba alguna sobre la cual fundamentar la inocencia de Dreyfus. Herzl escribió: “Un judío que, en calidad de oficial del Estado mayor [francés] tiene una honorable carrera por delante, no puede cometer un crimen de esa orden… los judíos, que durante tanto tiempo han sido condenados a la deshonra civil, han desarrollado como respuesta una necesidad casi patológica de ser honorables….” Bein llegó a la conclusión de que a los ojos de Herzl era “imposible desde un punto de vista psicológico” que Dreyfus cometiera un crimen de esa índole. Eso fue en 1894. Cinco años después, en el momento de reapertura del proceso, Herzl escribió que este era “mucho más que el reflejo de un error judicial; es un reflejo del deseo de una amplia mayoría de los franceses de condenar a un judío, y de condenar a todos los judíos en este judío” 2.
En “El Estado judío” Herzl llamó a los judíos a organizarse para luchar por tener su propio territorio, a crear instituciones y foros, a supervisar la inmigración y el asentamiento judíos y finalmente crear un Estado. Durante su breve mando y sentando un precedente, creó la Organización Sionista Mundial (World Zionist Organization, WZO), convocó reuniones periódicas de congresos sionistas y ayudó al establecimiento del Fondo Nacional Judío (Jewish National Fund) y el Fondo Colonial Judío (Jewish Colonial Trust). El primer congreso sionista, que contó con cerca de 200 representantes de toda Europa, se reunió en Basilea, Suiza, en agosto de 1897. Entre los apuntes más destacados de su diario se encuentran pasajes de septiembre de 1897: “Si he de resumir el congreso de Basilea en una sola palabra, que no pronunciaré en público, diría lo siguiente: En Basilea he fundado el Estado judío. La creación de un Estado radica en la voluntad de un pueblo de que exista un Estado… el territorio es tan solo la base material. El Estado, aun cuando posee un territorio, siempre es un concepto abstracto… En Basilea, por lo tanto, he creado este concepto abstracto, que como tal, es invisible para la gran mayoría de la gente, y lo hice con los medios mínimos. Llevé a la gente en forma paulatina a desear un Estado y los llevé a sentir que eran su asamblea nacional” 3.
Después de la publicación de “El Estado judío” y de dirigir el primer congreso, Herzl se convirtió en el conductor del sionismo político, su animador, gurú organizacional y enviado diplomático a las capitales y los líderes de Europa y el Imperio otomano. Concretó los sentimientos de las personas que anhelaban el establecimiento de un Estado judío y trasladó al sionismo los marcos estructurales ya existentes. Herzl lideró el movimiento al obtener notoriedad tanto entre judíos como no judíos respecto al anhelo judío de tener un Estado. Le dio al sionismo una sede y lo dotó de un liderazgo carismático, si no autoritario. Herzl tuvo éxito porque había cientos, incluso miles de judíos enamorados de la idea de lograr la autodeterminación del pueblo judío. Demostró la importancia de la diplomacia internacional, incluso si inicialmente no se brindara apoyo, o si este se proporcionara de forma poco entusiasta. Durante los dos años previos a su muerte, Herzl se reunió con diversos funcionarios británicos (Arthur James Balfour, Lord Milner, Sir Edward Grey y Lloyd George), a quienes presentó la idea de establecer un hogar judío, y quienes serían fundamentales en el llamado que la Declaración Balfour de 1917 hacía a brindar el apoyo británico para la creación de un “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina.
Herzl no dejó un movimiento sionista que fuera homogéneo ni uniforme, tanto en su definición como en su perspectiva. En su corta vida, no abordó con franqueza el dilema en torno a la lealtad de un judío con el país en donde vive frente al apoyo al sionismo. Habló muy poco sobre los árabes que ya vivían en Palestina, vistos como un tema o problema que los sionistas pudieran enfrentar en el futuro. Herzl y sus colegas se encontraban en desacuerdo sobre la mejor manera de alcanzar su objetivo: algunos creían que lo más conveniente era buscar la autorización de una gran potencia que apoyara la creación de un hogar para los judíos, en tanto que otros consideraban que lo mejor era hacer primero a la tarea práctica de regresar físicamente a Palestina. Herzl intentó sin éxito obtener una ‘carta’ o decreto del sultán otomano Abdul Hamid II que apoyara al sionismo. Entretanto, los judíos emigraban masivamente de Europa Oriental, huyendo de los brotes de antisemitismo en Rusia, en particular de los pogromos de principios de 1900. La mayoría de los judíos que emigraron de zonas europeas se movilizaron hacia el occidente, principalmente a los Estados Unidos, América del Sur y Sudáfrica.
A finales de siglo tan solo un puñado de judíos había inmigrado a Palestina; algunos se establecieron de forma permanente, otros probaron el terreno para llegar a la conclusión de que el cambio era demasiado abrupto y, por ende, su estancia fue breve. Entretanto, los pogromos en Rusia contra la vida y la propiedad de los judíos se reactivaron en lugares como Kishinev, Gomel, Bialystok y otros, hasta alcanzar 660 ataques a menor y gran escala entre el 1 y el 7 de noviembre. Herzl reanudó sin éxito una campaña sionista para obtener el protectorado de Rusia o Inglaterra para la creación de un hogar para los judíos. Antes de su muerte inesperada en julio de 1904, a los 43 años, líderes sionistas dispares concretaron finalmente una ideología en la que tanto lo práctico (asentamientos) como lo político (procurar una carta o autorización) debían moverse en paralelo y reforzarse mutuamente. Menachem Ussishkin, un joven líder sionista y quien fuera una pieza importante en la creación de una nación judía durante los siguientes cuarenta años, afirmó que el movimiento debía obtener la carta (autorización de una gran potencia o diversas grandes potencias) para establecer desde arriba un hogar nacional, y simultáneamente crecer desde abajo a través del trabajo práctico en Eretz Israel. A medida que evolucionaba como movimiento, una serie de pensadores imprimieron sus preferencias en el desarrollo sionista. Nachman Syrkin y Ber Borachov buscaron consolidar el sionismo con el socialismo, cada uno de manera diferente. Un movimiento sionista socialista surgió a partir de sus debates, el cual se dividió en facciones. Posteriormente surgió un movimiento sionista religioso socialista, el Mizraji; y este movimiento tuvo sus detractores, que lo consideraban o demasiado religioso o demasiado socialista. A principios de 1900, el movimiento sionista era dinámico desde el punto de vista intelectual y diferenciado desde el punto de vista ideológico; contaba ya con partidos políticos que promovían diversas formas de cumplir las aspiraciones sionistas: socialista, marxista, secular, religioso, mediante el trabajo de la tierra con o sin mano de obra árabe, retornar para labrar la tierra u optar por vivir y construir ciudades judías (como Tel Aviv en 1909), establecerse en zonas rurales y formar granjas comunitarias o colectivas (kibbutzim), a partir de las cuales surgieron otras combinaciones, como los kibbutzim seculares o religiosos. En las dos décadas posteriores a la fundación de la WZO, los judíos inmigraban de Yemen, así como de Europa Oriental y Occidental, por lo que se establecieron oficinas de la WZO en Jaffa, así como lo hicieron otras organizaciones para asistir en la inmigración y asentamiento judíos. Durante estas dos décadas surgió una proliferación de ideas sobre cómo se debería definir, seguir, incorporar y apoyar el sionismo. Cuando en 1917 el Estado británico emitió la Declaración Balfour y una gran potencia apoyó la creación de un hogar nacional judío en Palestina, las dos líneas previas del sionismo, el práctico y el político, se fusionaron. La labor práctica de inmigración sionista y el retorno al territorio evolucionaron junto con el apoyo político de una gran potencia. La aprobación de los británicos trajo consigo el desarrollo del hogar nacional judío y canalizó las diversas ideologías del sionismo en una empresa común de fortalecer la presencia en la región. Treinta años después, entre 1947 y 1948, el primer ministro de Israel, David Ben Gurión, destacó en la declaración de independencia de 1948 que la visión de Herzl de establecer un Estado judío proclamaba el derecho del pueblo judío a vivir un resurgimiento nacional en su propio país. Herzl y sus seguidores querían tomar las riendas del destino del pueblo judío mediante el establecimiento de un lugar propio. Sus seguidores lo acompañaron en este trayecto, a veces fortaleciéndolo y a veces enlenteciéndolo, pero a pesar de todo, avanzando. Algunos en ocasiones pensaban únicamente en sus propias necesidades y aspiraciones, mientras que otros consideraban también la situación de la población árabe que vivía entre ellos.
-Ken Stein, junio de 2010.
No se puede negar la gravedad de la situación de los judíos. De una u otra manera se los persigue dondequiera que viven en cantidades perceptibles. La posibilidad de tener igualdad ante la ley, otorgada por los estatutos, es prácticamente una noción obsoleta. Se les impide ocupar cargos incluso moderadamente altos, bien sea en el ejército o en un entorno público o privado. Y hay intentos por llevarlos a la ruina: “¡No les compren a los judíos!”.
Los ataques a diario en el parlamento, en las asambleas, en la prensa, en el púlpito, en la calle, en los viajes —por ejemplo, se los excluye de ciertos hoteles— incluso en las zonas de recreación, son cada día más frecuentes. Los métodos de persecución varían según el país y el círculo social en el que ocurren. En Rusia, se recaudan impuestos en las aldeas judías; en Rumania, se ha dado muerte a algunas personas. En Alemania, se les da una golpiza ocasional; en Austria, los antisemitas ejercen terrorismo sobre la vida pública; en Argelia, hay agitadores itinerantes; en París, se les impide la entrada a los círculos sociales de mayor prestigio y se los excluye de los clubes. Son incontables los tintes de sentimiento antijudío. Pero el propósito no es hacer una lista siniestra de las dificultades que los judíos deben enfrentar.
No pretendo despertar sentimientos de compasión en nuestro nombre. Sería tonto, inútil e indigno. Me conformaré con plantear las siguientes cuestiones a los judíos: ¿No es acaso verdad que, en los países en los que vivimos en cantidades perceptibles, la situación de abogados, médicos, técnicos, profesores y empleados de cualquier índole es cada vez más insostenible? ¿No es acaso verdad que la clase media judía se encuentra gravemente amenazada? ¿No es acaso verdad que se incita a descargar la furia de las multitudes sobre nuestra gente adinerada? ¿No es acaso verdad que nuestros más pobres padecen mayores sufrimientos que cualquier otro miembro del proletariado? Creo que esta presión externa se hace palpable en cualquier parte. En nuestras clases económicamente altas genera malestar, en nuestra clase media, una ansiedad continua y grave, y en nuestra clase baja, un desespero absoluto.
Todo conlleva a una sola conclusión, claramente enunciada en esa clásica frase berlinesa: “Juden Raus” (¡Afuera con los judíos!).
Plantearé ahora la cuestión de la manera más breve posible: Si hemos de partir ahora, ¿a dónde iremos? o, ¿podremos permanecer? ¿Y por cuánto tiempo?
Abordemos primero la opción de permanecer donde estamos. ¿Cabe la esperanza de que vengan mejores tiempos?, ¿somos capaces de esperar pacientemente con nuestras almas en paz?, ¿somos capaces de vivir en una piadosa resignación hasta que los príncipes y la gente de esta tierra sean más clementes con nosotros? Yo digo que no podemos esperar que ocurra un cambio en el sentimiento actual. ¿Y por qué no? Incluso si los príncipes nos tuvieran tan cerca de su corazón como tienen a sus otros súbditos, no podrían protegernos. Demostrar demasiada compasión hacia nosotros los haría merecedores del odio del pueblo. Por “demasiada” quiero decir, incluso menos que la que le corresponde a cada ciudadano ordinario por derecho, o a cada raza. Todas las naciones en cuyo seno viven los judíos son, bien sea oculta o abiertamente, antisemitas.
El común de la gente no tiene, ni puede llegar a tener, un entendimiento histórico. No comprenden que los actos cometidos en la Edad Media se están repitiendo ahora en las naciones europeas. Somos lo que el gueto hizo de nosotros. Hemos alcanzado la preeminencia en las finanzas porque las condiciones medievales nos llevaron a ello. El mismo proceso se está repitiendo ahora. Al mantenernos excluidos de otras ramas de la actividad económica se nos está empujando nuevamente al mundo financiero, en esta ocasión al mercado bursátil. En el mercado bursátil se nos expone nuevamente al desprecio constante. Al mismo tiempo, continuamos produciendo una cantidad enorme de intelectuales mediocres para los cuales no hay un sitio, lo que pone en peligro nuestra posición social tanto como nuestra mayor riqueza. Los judíos educados carentes de medios se están convirtiendo rápidamente en socialistas. Es por lo tanto indiscutible que sufriremos gravemente en la lucha de clases, pues nos encontramos en la posición más expuesta tanto en el bando socialista como en el capitalista.
Intentos previos de lograr una solución
Los medios artificiales hasta ahora empleados para superar las dificultades de los judíos han sido o demasiado insignificantes —como los intentos de colonización— o han constado de intentos de convertir a los judíos en campesinos en sus hogares actuales. ¿Qué se logra con transportar unos miles de judíos a otro país? O fracasan de inmediato o prosperan, en cuyo caso esta prosperidad genera antisemitismo. Ya hemos analizado estos intentos de desviar a los judíos pobres a nuevos distritos. Este desvío es indudablemente inadecuado e inútil, si es que no va en contra de su objetivo mismo, puesto que simplemente prolonga y pospone una solución, e incluso puede agravar las dificultades.
Quienquiera que pretenda convertir a un judío en un agricultor está cometiendo un grave error. Un campesino recae en un categoría histórica, como lo demuestra su vestimenta, que en algunos países ha sido la misma durante siglos, al igual que sus herramientas, las mismas que utilizaban sus antepasados más antiguos. Su arado es el mismo, lleva las semillas en su delantal, siega con la clásica guadaña y trilla con el mayal de siempre. Pero tenemos claro que todo esto se puede realizar con maquinaria. La cuestión agraria es un asunto de maquinaria. Estados Unidos debe conquistar a Europa en la misma forma que los territorios grandes absorben a los pequeños. El campesino está, por consiguiente, en vías de extinción. Si se lo intenta conservar artificialmente, es solo para servir a los intereses políticos para los que se lo quiere destinar. Es absurdo, e incluso imposible, crear campesinos modernos a partir del modelo antiguo. No hay nadie que cuente con la suficiente riqueza o poder necesario para llevar a la civilización a dar un paso atrás. La sola conservación de instituciones obsoletas es una labor lo suficientemente dura como para requerir la aplicación de todas las medidas despóticas de un Estado autocrático.
¿Debemos, por lo tanto, atribuir a los judíos inteligentes el deseo de convertirse en campesinos según el modelo antiguo? Sería lo mismo que decirles: “Aquí tienen una ballesta: Ahora, ¡a la guerra!”. ¿Cómo? ¿Con una ballesta?, ¿al tiempo que otros tienen rifles y armas de largo alcance? En estas circunstancias, los judíos están perfectamente justificados en negarse a moverse cuando se los quiere convertir en campesinos. Una ballesta es un arma preciosa, que me llena de sentimientos lúgubres cuando puedo dedicarme a ellos. Pero pertenece a un museo. Ahora bien, con certeza hay distritos donde llegan judíos desesperados, o en cualquier caso, hay judíos dispuestos a irse a cultivar la tierra. Una breve mirada es suficiente para comprender que estos sitios —como el enclave de Hesse en Alemania y otras provincias rusas— son las cunas principales del antisemitismo.
Y es que los reformistas del mundo, que enviaron a los judíos a labrar la tierra, se olvidaron de alguien muy importante, alguien que tiene mucho que decir al respecto. Esta persona es el agricultor, que también está perfectamente justificado. Si se combinan el impuesto sobre la tierra, los riesgos asociados con los cultivos, las presiones ejercidas por los grandes propietarios que abaratan la fuerza laboral y la competencia —en particular de los Estados Unidos—, su vida ya es lo suficientemente difícil. Además, los aranceles relacionados con el maíz no pueden seguir aumentando indefinidamente. Como tampoco se puede permitir que el fabricante pase hambre. De hecho, su influencia política está en ascenso y se lo debe tratar con mayor consideración.
Todas estas dificultades ya son bien conocidas y por eso solo hago referencia a ellas de manera superficial. Mi intención simplemente es denotar con claridad lo infructuoso que han sido los intentos realizados en el pasado —la mayoría de ellos con buenas intenciones— para resolver la cuestión judía. Desviarse del objetivo u oprimir artificialmente el nivel intelectual de nuestro proletariado no son soluciones al problema. Ya se ha abordado el supuesto recurso infalible de la asimilación. No podemos superar el antisemitismo con ninguno de estos métodos. No cesará de existir hasta que no se eliminen sus causas. ¿Se pueden eliminar?
Las causas del antisemitismo
No abordaremos nuevamente las causas que son resultado del temperamento, los prejuicios y la estrechez de ideas, sino que nos limitaremos a analizar las causas políticas y económicas. El antisemitismo moderno no se debe confundir con la persecución religiosa de los judíos en tiempos pasados. En ocasiones sí toma un tinte religioso en ciertos países, pero la corriente principal del movimiento agresivo se ha transformado. En los principales países en donde predomina el antisemitismo, lo hace en respuesta a la emancipación de los judíos. Cuando las naciones civilizadas abrieron los ojos a la crueldad de la legislación discriminatoria y nos otorgaron derechos civiles, estos llegaron demasiado tarde. Ya no nos era posible deshacernos de nuestras discapacidades en nuestros antiguos hogares. Curiosamente, nos habíamos transformado en burgueses estando en el gueto, y al salir de él nos encontramos con la competencia voraz de la clase media. Nuestra emancipación, por lo tanto, nos instaló súbitamente en este círculo de la clase media, donde sufrimos una doble presión, tanto desde afuera como desde adentro. El burgués cristiano tenía pocos reparos en sacrificarnos al socialismo, a pesar de que esto no mejorara en gran medida la situación.
A la vez, la igualdad de derechos de los judíos ante la ley no se puede retirar una vez que ha sido concedida. No solamente porque su retiro iría en contra del espíritu de nuestra época, sino porque llevaría a todos los judíos, ricos y pobres, a sumarse a las filas de los partidos subversivos. No hay nada que se pueda hacer para lastimarnos que tenga verdadero efecto. Antiguamente confiscaron nuestras joyas. ¿Cómo se podrán confiscar ahora nuestros bienes mobiliarios? Consisten de documentos impresos y guardados bajo llave en algún lugar del mundo, posiblemente en las arcas de los cristianos. Siempre se puede, por supuesto, apuntar a los títulos de acciones y obligaciones que tenemos en ferrocarriles, bancos y empresas industriales de cualquier índole mediante la recaudación de impuestos y, dondequiera que el impuesto progresivo sobre la renta esté en vigor, los bienes mobiliarios podrían finalmente confiscarse. Pero todos estos esfuerzos no pueden dirigirse únicamente contra los judíos, y dondequiera que así se haga, la consecuencia sería una grave crisis económica que no se limitaría a los judíos, quienes serían los primeros afectados. La misma imposibilidad de agredir directamente a los judíos alimenta y recrudece el odio contra ellos. El antisemitismo aumenta entre las naciones, día a día y hora a hora. Está destinado a aumentar, pues las razones de su aumento persisten y no pueden eliminarse. Su causa más remota es la pérdida de nuestra capacidad de asimilación durante la Edad Media; su causa inmediata, nuestra producción excesiva de intelectuales mediocres, para los cuales no hay sitio, bien sea hacia arriba o hacia abajo; es decir, no hay un sitio saludable para estas mentes en ninguna dirección. Cuando nos hundimos, pasamos a ser un proletariado revolucionario, los oficiales subordinados de todos los partidos revolucionarios; y cuando ascendemos, nuestro tremendo poder del dinero asciende con nosotros.
Los efectos del antisemitismo
La opresión a la que se nos somete no nos hace mejores, pues no somos ni una pizca mejor que el común de la gente. Es cierto que no amamos a nuestros enemigos, pero solo aquel que logra la victoria sobre sí mismo nos puede reprochar esa falta. La opresión por naturaleza genera el odio contra los opresores, y nuestra hostilidad agrava la presión a la que se nos somete. Es imposible escapar de este ciclo eterno.
“¡No!”, dirá algún visionario sentimental, “No, ¡es posible! Es posible por medio de la máxima perfección del ser humano”.
¿Es necesario observar la locura sentimental de esta opinión? Quienquiera que cimiente su esperanza en la máxima perfección humana estaría en efecto confiando en una utopía a la que anteriormente nos hemos referido como la “asimilación”. No es mi intención siquiera insinuar que ese es el fin que deseo. Nuestro carácter nacional es demasiado famoso en la historia, y a pesar de todas las humillaciones, demasiado espléndido como para desear su fin. Posiblemente podríamos fusionarnos con las razas que nos rodean, si estas nos dejaran vivir en paz durante dos generaciones. Pero no nos dejarán vivir en paz. Logran tolerarnos durante un breve período, pero su hostilidad vuelve a irrumpir una y otra vez. El mundo de alguna manera se siente provocado por nuestra prosperidad, porque durante siglos ha estado acostumbrado a considerarnos el más despreciable entre todos aquellos golpeados por la pobreza. Debido a su ignorancia y estrechez de corazón, no logra comprender que la prosperidad debilita nuestro judaísmo y elimina nuestras peculiaridades. Es la presión del entorno lo que nos lleva de regreso a nuestra raíz ancestral; es el odio que nos rodea lo que hace que nuevamente seamos extraños. Es así que, nos guste o no, estamos destinados a ser un grupo histórico con características inconfundibles comunes a todos nosotros, ahora y en el futuro.
Somos un solo pueblo, nuestros enemigos nos han convertido en ello sin nuestro consentimiento, como suele ocurrir tan comúnmente en la historia. La angustia nos une, y por ello, unidos descubrimos repentinamente nuestra fortaleza. Sí, somos lo suficientemente fuertes para formar un Estado, y en efecto, un Estado modelo. Contamos con todos los recursos humanos y materiales para lograr este propósito.
Es por lo tanto pertinente en este momento analizar lo que vagamente se ha denominado nuestro “material humano”. Pero esto no se apreciará hasta que se esclarezcan las líneas generales del plan, sobre el cual todo está cimentado.
El plan
El plan entero es en esencia perfectamente simple, como debe serlo si ha de ser comprendido por todos.
Concedan a nuestro pueblo la soberanía sobre un territorio del planeta lo suficientemente grande para satisfacer los requisitos legítimos de una nación; nosotros nos ocuparemos del resto.
La creación de un nuevo Estado no es ni ridícula ni imposible. Hemos sido testigos de procesos relacionados con naciones que no eran en su mayoría miembros de la clase media, sino que más pobres, menos educadas y por consiguiente más débiles que nosotros. Los gobiernos de todos los países azotados por el antisemitismo tendrán un ávido interés en ayudarnos a alcanzar la soberanía que tanto deseamos.
Dos agencias llevarán a cabo el plan, cuyo diseño es elemental, pero su ejecución, compleja. La Sociedad Judía y la Compañía Judía (The Society of Jews and the Jewish Company). La Sociedad Judía se encargará del trabajo preparatorio en las esferas de la ciencia y la política, y la Compañía Judía lo llevará posteriormente a la práctica. La Sociedad Judía liquidará los intereses comerciales de los judíos que se marchan y organizará el comercio y el intercambio en el nuevo país.
La partida de los judíos no será repentina. Será gradual, y ocurrirá durante varias décadas. Los más pobres llegarán primero para arar la tierra. Según un plan preconcebido, construirán carreteras, puentes, ferrocarriles e instalarán telégrafos; controlarán el cauce de los ríos, construirán sus propias moradas. Su trabajo generará intercambio, el intercambio creará mercados y atraerá a nuevos colonos, pues cada uno llegará voluntariamente, por su propia cuenta y riesgo. El trabajo de la tierra apreciará su valor y los judíos pronto comprenderán que se abre aquí una esfera permanente y nueva de operación para aquel espíritu de emprendimiento que hasta entonces solo ha sido recibido con odio e injurias.
Si queremos fundar un Estado en este momento, no lo haremos de la única manera que era posible hace mil años. Es insensato retroceder a épocas antiguas de la civilización, como quisieran hacerlo muchos sionistas. Supongamos, por ejemplo, que debemos despejar un país de bestias salvajes. No abordaríamos esta tarea al estilo de los europeos del siglo V. No iríamos al acecho de los osos con arpón y lanza en mano. Organizaríamos una gran cacería, y juntos reuniríamos a las bestias y les arrojaríamos una bomba de melinita.
Si quisiéramos llevar a cabo una obra de construcción, no arrojaríamos una pila de estacas y estaquillas en la orilla de un lago; construiríamos como lo hacen los hombres actualmente. Construiríamos en un estilo más audaz y señorial que el adoptado en el pasado, pues el ser humano ahora cuenta con medios que anteriormente no existían.
A los emigrantes de las clases más bajas los seguirán aquellos de clases más altas. Los más sumidos en la desesperanza serán los primeros en partir. Los seguirán los intelectuales mediocres, que producimos con tanta abundancia y que son perseguidos por doquier.
Este escrito abrirá un diálogo general en torno a la cuestión judía, pero eso no significa que habrá un voto sobre el mismo. Dicho acto arruinaría la causa desde su partida; los disidentes deben recordar que tanto la adhesión como la oposición son plenamente voluntarias. Quien no quiera venir con nosotros deberá quedarse donde está.
Que todos aquellos dispuestos a unirse a nuestra causa enarbolen la bandera y luchen por ella con su voz, su pluma y sus actos.
Los judíos que compartan nuestro sueño de un Estado se unirán a la Sociedad, que estará autorizada para concertar y dialogar con los gobiernos en nombre de nuestro pueblo. La Sociedad será de este modo reconocida como un poder en busca de un Estado mediante su trato con los gobiernos. Este reconocimiento prácticamente representará la creación de un Estado.
Si las grandes potencias se declaran dispuestas a permitir nuestra soberanía sobre una porción de tierra, la Sociedad iniciará negociaciones para adquirir la posesión de esta tierra. Se contemplan dos territorios para este propósito: Palestina y Argentina. En ambos, se han llevado a cabo experimentos importantes de colonización, no obstante, a partir del principio equivocado de la infiltración gradual de los judíos. Una infiltración está condenada a terminar mal. Continúa hasta el momento inevitable en que la población local se siente amenazada y obliga al Gobierno a detener una mayor afluencia de judíos. La inmigración, por consiguiente, es inútil si no tenemos el derecho soberano a continuar dicha inmigración.
La Sociedad Judía dialogará con los señores actuales de la tierra, se pondrá a merced del protectorado de las potencias europeas, si estas se muestran a favor del plan. Podríamos ofrecer a los propietarios actuales de la tierra increíbles ventajas, asumir parte de la deuda pública, construir nuevas carreteras (que serían necesarias debido a nuestra presencia en el país) y hacer mucho más. La creación de nuestro Estado beneficiaría a los países vecinos, pues el cultivo de una porción de tierra aumenta el valor de los distritos circundantes de incontables maneras.
1 Anna y Max Nordau, Max Nordau A Biography, Nueva York, 1943, p. 118.
2 Alex Bein, Theodor Herzl, Filadelfia: Jewish Publication Society of America, 1940, pp. 114-116.
3 Shlomo Avineri, Theodor Herzl’s Diaries as Bildungsroman, 3 (1999), pp. 1-46.