Guershón Agronsky, “La economía árabe palestina, debilitada por los disturbios”

(20 de enero de 1939)

Central Zionist Archives Political Department S25/10.091

Guershón Agronsky (más tarde conocido como Agrón) nació en Ucrania en 1894 y pasó su infancia en los Estados Unidos, sirvió en la Legión Judía en Palestina durante la Primera Guerra Mundial y se convirtió en agente de prensa de la Comisión sionista entre 1920 y 1921. Fue jefe de la oficina de prensa del Ejecutivo sionista en Jerusalén desde 1924 hasta 1929. En 1932, fundó el diario en lengua inglesa Palestine Post (desde 1950, Jerusalem Post) y fue su jefe de redacción. Escribió informes para la Agencia Judía y fue su delegado en la Conferencia de la ONU de San Francisco en 1945. Más tarde ocupó el cargo de director de la Oficina de Información del Gobierno de Israel entre 1949 y 1951, y entre 1955 y 1959 fue alcalde de Jerusalén.

La clara evaluación que hizo Agronsky de los disturbios ocurridos entre 1936 y 1939 ofrece una descripción gráfica de la devastación causada a la economía rural de Palestina y a la mayoritaria población árabe. Después de la destrucción rural causada por la Primera Guerra Mundial y una sucesión de años terribles a comienzos de la década de 1930, en los que el rendimiento de los cultivos cayó en picada debido al clima y a la inundación de productos agrícolas de otras partes de Medio Oriente en los mercados de Palestina, la economía rural y el campesinado quedaron en un nivel de subsistencia mínimo. 

 Ken Stein, abril de 2022

Los disturbios que los árabes llevan provocando de forma prácticamente ininterrumpida desde abril de 1936 han llevado a la economía a un estado precario. Aunque uno de los objetivos de los impulsores de la “rebelión” sin duda era hundir a la comunidad judía en la miseria haciendo pedazos su vida económica, es poco probable que fueran lo suficientemente previsores para visualizar el estancamiento y el deterioro que causarían a su propio pueblo. 

Aunque tanto el Tesoro Público como los judíos comienzan a resentirse, de ningún modo se puede decir que su posición esté siendo socavada. En cuanto al Gobierno, es cierto que no sólo ha sido testigo de la disminución de los ingresos públicos debido a la ralentización de las importaciones, los traspasos de tierras, la recaudación de impuestos y otros canales a través de los que entraban ingresos en el Tesoro a un ritmo tal que se podía acumular un excedente que equivalía al doble del presupuesto estimado para 1936, sino que ha tenido que desembolsar enormes sumas de dinero para mantener las fuerzas de seguridad necesarias. Sin embargo, el ahorro estricto en otras áreas de gasto, tales como las obras públicas, la salud y la educación, han permitido al Gobierno mantener un presupuesto casi equilibrado.

Los judíos, aunque han sufrido un revés, ya que durante un tiempo hubo una caída en las inversiones de capital con la consiguiente disminución de la construcción, de las nuevas empresas industriales y similares, se han mantenido a flote e incluso apuntan ganancias en ciertas direcciones. Sus asentamientos forzaron el ritmo de la agricultura mixta para satisfacer las necesidades del mercado que habitualmente proveían los agricultores árabes. La huelga de 1936 en el Puerto de Jaffa condujo al desarrollo de un puerto en la ciudad judía cercana de Tel Aviv. Se empleó a cientos de trabajadores para la construcción del puerto, y hoy en día los únicos que lo operan son los judíos. Ha pasado de ser un muelle para el desembarco de mercancías entrantes a un puerto más ligero tanto para la carga como descarga de mercancía y para el embarque y desembarque de pasajeros. Al menos la mitad del comercio que pasaba por Jaffa, incluida la exportación de naranjas, ahora pasa por Tel Aviv. Los nuevos caminos, construidos principalmente por motivos de seguridad, han facilitado las comunicaciones y el transporte desde algunos de los distritos más periféricos hasta la ciudad y sus mercados. Se puede decir sinceramente que el objetivo de los terroristas de arruinar a los judíos en Palestina ha fracasado.

La situación de los árabes es más bien a la inversa. La ruina amenaza no sólo al campesino sino también al gran terrateniente y al hombre de la ciudad, ya sea que se dedique al comercio, la industria o el transporte. 

En términos generales, durante los primeros dos años de los disturbios, el campesino sufrió menos que el hombre de la ciudad. A pesar de las dificultades comerciales, primero, debido a que la huelga de seis meses inmovilizó el transporte y la venta abierta y, segundo, porque a causa de las actividades del boicot árabe perdió el mercado judío, que había absorbido una buena parte de su cosecha excedente, el campesino era básicamente autosuficiente. Se quedó con aproximadamente 1 200 000 de libras esterlinas en productos agrícolas en su poder, que normalmente absorbía el mercado judío, con el consiguiente descenso de los precios. Este revés, sumado al mermado poder de compra de la población urbana, sin duda le llevó a endeudarse aún más.

Otros dos reveses agravaron sus dificultades: la limitación de la actividad del Gobierno en la organización de cooperativas de crédito, que tenía como objetivo liberar al campesino del yugo del prestamista árabe, y la disminución del ingreso de capital a través de la venta de tierras excedentes a los judíos. Esta entrada de capital había permitido a muchos agricultores intensificar sus cultivos y extraer más de una parcela pequeña por medio de la adquisición de métodos mejorados y herramientas modernas.

Pero a pesar de todas estas dificultades, el felah (campesino árabe) fue capaz de salir adelante, sea cual fuere la situación local. Siempre pudo producir lo suficiente para sus raciones diarias de pan y aceitunas.

Sin embargo, como resultado de las actividades terroristas en todo el país, su situación actual es mucho más difícil. Se estima que no más del 50 por ciento de los felahin (campesinos árabes) podrán cultivar sus granjas este año. En primer lugar, han sido obligados a alimentar a unos 5000 terroristas a lo largo del año. Mientras que durante el período entre 1937 y 1938 las bandas armadas compraban provisiones a buenos precios a los campesinos, este año, con los campesinos completamente intimidados por los bandidos, estos últimos han requisado lo que necesitaban. El aceite, las aceitunas, las verduras y otras provisiones con las que el campesino se gana la vida y gracias a las que subsiste han sido consumidas por las cuadrillas, que se han acuartelado en las aldeas. Muchos de los agricultores se han quedado sin semillas, e incluso sin animales de trabajo. Se estima que las pérdidas, contando las provisiones tomadas por las bandas y las multas colectivas que impuso el Gobierno a las aldeas por albergar a los terroristas, cuya presencia les era imposible evitar, ascienden a al menos medio millón de libras esterlinas. 

Por lo tanto, muchos de los agricultores se quedarán sin trabajo esta temporada, ya sea porque no les queda nada con lo que cultivar o porque piensan que si les van a robar la cosecha, es mejor sentarse a no hacer nada que trabajar.

Estas condiciones adversas afectan tanto al agricultor propietario como al arrendatario rural. En el caso del último, muchos han sido expulsados de sus trabajos por los terroristas. Miles de felahin suelen trabajar en los grandes terrenos de los efendis. En el caso de los efendis que pertenecen a la oposición, es decir, aquellos que disienten de los métodos terroristas y políticos del Muftí, muchos han tenido que huir para salvar sus vidas, y sus propiedades fueron requisadas por los terroristas o parcial o totalmente destruidas. Algunos de los terratenientes más importantes han tenido que abandonar su hogar, sus campos y las plantaciones de naranjas, en las que miles de campesinos obtenían su sustento, ya fuera como empleados o arrendatarios. En muchos casos, los antiguos arrendatarios se vieron reemplazados por aquellos que agradaban a los terroristas. En otros, donde se destruyeron despiadadamente grandes plantaciones, las tierras se echan a perder porque el efendi expulsado, incluso si se atreviera a regresar para tratar de recuperar su propiedad, no tiene capital para hacerlo o se niega a usarlo hasta que vuelvan las condiciones normales de seguridad a esta tierra hostigada.

Los portavoces de la oposición estiman que las propiedades expropiadas o destruidas por las bandas tienen un valor de un cuarto de millón de libras esterlinas, pero investigaciones recientes muestran que el daño se acerca al medio millón. A esta pérdida material deben añadirse las enormes sumas obtenidas bajo amenaza por los terroristas y el dinero que se está enviando fuera del país para ofrecer apoyo a los 40 000 refugiados que residen en el exterior, en Egipto, en Siria, en el Líbano, en Chipre y en Europa. Los únicos que pudieron abandonar el país fueron los que tenían algo de dinero y podían contar con recibir más de sus familias, negocios, inversiones, etc. en Palestina mientras estaban en el exterior. La estimación más reciente indica que los refugiados que habían huido de las amenazas y extorsión de otros árabes drenaron al menos medio millón de libras esterlinas del dinero que normalmente hay en circulación o invertido en el país.

La suerte de los árabes de la ciudad se ha puesto difícil desde que comenzaron los disturbios. No se han estimado las pérdidas que sufrieron los comerciantes que se vieron obligados a cerrar sus negocios durante seis meses, pero está claro que tuvieron que vivir de los ahorros que tenían. Incluso ahora es muy posible que tengan que cerrar en cualquier momento durante el tiempo que decreten los terroristas a modo de protesta de uno u otro tipo. Los fabricantes extranjeros han perdido la confianza en los árabes como clientes y en consecuencia es más difícil conseguir créditos, tanto de los fabricantes como de los bancos locales, que han restringido las facilidades de crédito considerablemente. 

La industria de la construcción y el transporte han sufrido severos reveses, como el Puerto de Jaffa, que antes de la huelga empleaba a 700 trabajadores. Tomando 100 como el índice de 1935, la construcción en Jaffa cayó a 30,8 en 1936 y a 18 en 1937. Del mismo modo, los cargamentos entregados en el puerto de Jaffa, tomados como 100 en 1935, eran de 43,7 en 1936 y de 48,7 en 1937.

Miles de conductores árabes estuvieron inactivos durante la huelga de medio año de 1936 y ahora la mayoría de ellos no puede trabajar de nuevo. Primero, los terroristas les ordenaron boicotear el documento de identidad y el permiso de viaje introducidos por las autoridades militares y, más tarde, cuando se levantó la prohibición [al mismo tiempo que era la temporada de transporte de cítricos], y los taxis, autobuses y camiones empezaron a operar, las autoridades retiraron casi todos los pases para los vehículos públicos porque “se estaba abusando del privilegio”. En consecuencia, los conductores de taxi y de autobús están desempleados y las empresas de transporte han suspendido los pagos de sus vehículos. 

Un gran número de trabajadores ha sido despedidos de sus empleos debido a las economías del Gobierno, que hacen necesario operar con menores ingresos y un mayor gasto para seguridad. Este recorte se nota especialmente en la Oficina de Obras Públicas, que ha despedido a cientos de empleados. Además, ciertas oficinas del Gobierno han despedido personal, ya que no podían funcionar con normalidad debido a la inseguridad en los caminos. El Ministerio de Agricultura es un ejemplo de esto. A su vez, debido a la desmoralización generalizada, se han cerrado varias oficinas de correos y once juzgados, lo que ha tenido como consecuencia el despido o la suspensión temporal de una cantidad de empleados.

Quizás, el verdadero reflejo de los estragos económicos que los disturbios han causado entre la población árabe, se puede apreciar en las estadísticas vitales de 1937, las últimas disponibles. Comparados con los datos de 1935, tanto el número de nacimientos como el índice de natalidad de los musulmanes han decaído, mientras que el número de muertes y el índice de mortalidad se han elevado. Ha habido una inquietante subida de la mortalidad infantil. El llamativo grado de deterioro es más dramático aún cuando se tiene presente la mejora sustancial de los años previos a las “revueltas”. Según algunos informes oficiales, el índice de mortalidad entre la población no judía en Palestina había bajado de 31,4 en 1927 a 22,3 en 1935, y la mortalidad infantil de 213,4 a 146. El índice de mortalidad de 1937 era de 24,82 y la mortalidad infantil de 179,3.

La pregunta ahora es, habiendo llegado a tal extremo, ¿cómo van a hacer los árabes para recuperarse? La primera necesidad básica es, sin duda, la vuelta de la seguridad al país para que cada hombre pueda ejercer su profesión. Pero para eso hará falta una política activa por parte del Gobierno, si los árabes no van a luchar por mantenerse a flote durante mucho tiempo y, efectivamente, saldrán del atolladero en que se encuentran. Este es un hecho que, se espera, no se pase por alto en las próximas negociaciones de Londres. Si se debate el futuro político del país sin ninguna referencia a los problemas económicos, es posible que los árabes no tengan que “vivir solo de pan”, sino que tengan que vivir sin pan.

Los árabes han sufrido pérdidas económicas considerables, sus ganancias y su estándar de vida se han reducido a una fracción de lo que gozaban en los días de “prosperidad”, que, significativamente, coincidieron con el período de mayor inmigración judía y el concomitante flujo de capital. El Tesoro del Gobierno está casi vacío y está siendo drenado todavía más por el déficit a pesar de los drásticos recortes de presupuesto. Ha sido forzado a reducir el gasto en servicios esenciales, como la obra pública, la educación, la salud y la agricultura. Si hoy en día el descontento de los árabes de Palestina es generalizado, se puede decir con seguridad que se debe más a la economía que a las perspectivas y condiciones políticas.

Para ubicar a Palestina en el camino de la recuperación, hay dos opciones. Una es admitir a un gran número de inmigrantes. La entrada de capital nuevo y energías nuevas traerá consigo nuevas industrias, más construcción, más transporte y más consumidores de productos manufacturados y agrícolas. Como en todos los años previos a los disturbios, la inversión judía beneficiará a la población árabe, tanto directa como indirectamente. Con la reactivación de la vida económica, el capital empezará a fluir de nuevo hacia las arcas del Gobierno y se reanudarán los gastos en servicios públicos. Es un hecho bien conocido que las contribuciones de los judíos a los ingresos del Gobierno, de forma desproporcionada con relación a su porcentaje en la población, fueron lo que hizo posible el estándar que tenían los servicios públicos que se suministraban a toda la población y a los árabes en particular.

Otro modo de inyectar vida al país es por medio de un gran préstamo para el desarrollo, pero la obtención de un préstamo presupone la capacidad para devolverlo y aquí, nuevamente, se debe tomar en cuenta el factor judío. Se ha demostrado repetidamente, incluso en el Informe Woodhead, que sin una población judía activa, motivada por el ideal de transformar Palestina en un hogar que pueda acoger a sus hermanos que están siendo perseguidos en los países europeos, el país no puede ser económicamente independiente y, menos aún, acumular excedentes o devolver deudas.

Sería demasiado optimista pensar que los árabes palestinos que van a asistir a las negociaciones de Londres van a estar dispuestos a aceptar alguno de estos modos de restaurar la prosperidad de los árabes, a los que sus tácticas les han llevado al borde del abismo. Lo que predomina en su mente son las consideraciones políticas, no económicas, y no dudarán en usar la oportunidad de las negociaciones para exprimir al máximo las concesiones políticas del Mandato Británico. De lo que quizás no se den cuenta, o tal vez se den cuenta pero no lo admitan, es que las maniobras políticas que ignoran la realidad económica están destinadas a llevar al pueblo, por cuya vida política dicen luchar, a un estado de pobreza tal que incluso la independencia absoluta les traería muy poca satisfacción.