Max Nordau, Discurso en el Primer Congreso Sionista, Basilea, Suiza, agosto de 1897
Max Nordau, a principios de siglo XX.- Foto autorizada, Archivo Central Sionista, Jerusalen

Fuente: Anna y Max Nordau, Max Nordau: A Biography, Nordau Institute, Nueva York, 1943, pp. 132-136.

El contexto y la perspectiva son elementos clave para entender la historia. El motivo principal que impulsa el sionismo en el siglo XIX fue la existencia de una identidad judía muy singular construida sobre la base de la fe, la Torá, el ritual y el principio que establece que miembros de la comunidad judía son responsables los unos de los otros.  Otro motivo que inspiró el sionismo fue el miserable antisemitismo. El agudo sentimiento antijudío obligó a los judíos a vivir de manera precaria donde predominaban un agobiante empobrecimiento, las amenazas físicas y la negación de los derechos de ciudadanía. Los judíos creyeron que serían emancipados de la opresión gracias a la ilustración europea, pero esa expectativa resultó ser falsa en casi todos los lugares donde los judíos residían. Los judíos fueron siempre habitantes, casi nunca ciudadanos. El antisemitismo, aprobado por el gobierno y alimentado por sentimientos racistas sostenidos no solo por los políticos locales, sino también por gran parte de la población, indujo a algunos judíos a cambiar sus prácticas religiosas o a emigrar a lugares considerados más seguros. Pero el sionismo ofrecía otra opción: la idea de que la verdadera emancipación judía solo podía lograrse creando un lugar seguro propio que se convierta eventualmente en un estado judío mayoritario. Esta alternativa protegería a los judíos de las vicisitudes de la miseria económica y de la plaga del antisemitismo. A la vez, tal posibilidad preservaría la identidad religiosa de los judíos aun cuando la mayoría de los sionistas no eran religiosos practicantes.

En el último cuarto del siglo XX, Max Nordau (1849-1923) y su amigo Theodor Herzl fueron testigos de la opresión antisemita. Ambos nacieron en Hungría. Ambos entablaron una relación de amistad. Ambos ensayistas y escritores de clase media profundamente indignados por el famoso caso Dreyfus ocurrido en Francia a principios de la década de 1890. Este caso involucró a un capitán judío del ejército francés quien fue acusado errónea e intencionalmente de espiar para Alemania. Ambos creían que las chances de lograr una emancipación judía en una Europa liberal eran imposibles. Herzl escribió El Estado Judío en 1896, una reseña de cómo los judíos deberían tomar el destino en sus propias manos y construir un territorio propio.

Nordau obtuvo un título de médico y, como Herzl, se convirtió en un sionista fervoroso. En agosto de 1897 asistió al primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, donde pronunció un apasionado discurso sobre la condición judía general en Europa. La participación de Nordau en los comienzos de la organización sionista incentivó a muchos intelectuales judíos que siguieron su ejemplo. Según el destacado politólogo e historiador sionista israelí, Shlomo Avineri, “Si Herzl le dio un discurso al sionismo, Nordau y su origen judío ortodoxo entendieron mejor que Herzl el pensar y accionar del judío común.’ Cuando Herzl falleció repentinamente en 1904 a la edad de 44 años, se le solicitó a Nordau que lo sucediera, pero este se negó a liderar el movimiento sionista. No obstante, se mantuvo activo en el movimiento y se convirtió en un referente frecuentemente citado de la misión sionista de vincular a los judíos con la tierra de Israel. Nordau fue parte de un grupo de pioneros y devotos líderes sionistas. En ese círculo se encontraban también Menachem Ussishkin, quien cumplió un papel crucial en los años de formación del Fondo Nacional Judío (Keren Kayemet LeIsrael); David Wolffsohn, quien fue el líder del movimiento sionista luego de la muerte de Herzl; y más tarde Chaim Weizmann, quien negoció la Declaración Balfour durante la Primera Guerra Mundial. Estos individuos demostraron cómo un grupo de líderes capaces con puntos de vista muy diversos dieron impulso al movimiento sionista y lograron convertir una idea en una realidad. El discurso de Nordau en 1897 en el Primer Congreso Sionista reflejó el apasionado compromiso con el sionismo que estos líderes pioneros poseían. Él habló acerca de la penosa inseguridad física que los judíos debían soportar. Cuando uno observa en retrospectiva la época en la cual el sionismo político evolucionó a mediados del siglo XIX, es fácil comprender por qué algunos judíos deseaban reemplazar su precaria existencia de vivir en los márgenes más remotos de sus sociedades y establecer, por medio del trabajo y del sacrificio, un futuro seguro para sí mismos en una entidad territorial propia.

Ken Stein, enero 2023


Debo pronunciar la palabra dolorosa. Las naciones que emanciparon a los judíos se han equivocado en sus propios sentimientos. Para producir su pleno efecto, la emancipación debe haber sido consumada primero en el sentimiento antes de ser declarada por la ley. Pero éste no era el caso. La historia de la emancipación judía es una de las páginas más notables de la historia del pensamiento europeo. La emancipación de los judíos no fue consecuencia de la convicción de que se había hecho un daño grave a una raza, que había sido maltratada terriblemente y que era hora de expiar la injusticia de mil años; fue únicamente el resultado del modo de pensamiento geométrico del racionalismo francés del siglo XVIII. Este racionalismo fue construido con la ayuda de la lógica pura, sin tener en cuenta los sentimientos vivos y los principios de certeza de la acción matemática; e insistió en tratar de introducir estas creaciones del intelecto puro en el mundo de la realidad. La emancipación de los judíos fue una aplicación automática del método racionalista. La filosofía de Rousseau y de los enciclopedistas había conducido a la declaración de los derechos humanos. De esta declaración, la estricta lógica de los hombres de la Gran Revolución dedujo la emancipación judía. Formularon una ecuación regular: Todo hombre nace con ciertos derechos; los judíos son seres humanos, en consecuencia, los judíos nacen para poseer los derechos del hombre. De esta manera, la emancipación de los judíos se pronunció, no por un sentimiento fraternal hacia los judíos, sino porque la lógica lo exigía. El sentimiento popular se rebeló, pero la filosofía de la Revolución decretó que los principios deben estar por encima del sentimiento. Permítanme entonces una expresión que no implique ingratitud. Los hombres de 1792 nos emanciparon sólo por principio.

Así como la Revolución Francesa le dio al mundo los sistemas métrico y decimal, también creó una especie de sistema espiritual normal que otros países, voluntariamente o no, aceptaron como la medida normal para su estado de cultura… La emancipación judía también fue uno de estos artículos indispensables de un estado altamente culto…. De esta manera los judíos fueron emancipados en Europa….no porque el pueblo hubiera decidido en su corazón tender una mano fraternal a los judíos, sino porque los espíritus líderes habían aceptado un cierto culto idea que requería que la emancipación judía figurara también en el libro del Estatuto.

…La mayoría de los judíos son una raza de mendigos malditos… Esta pobreza muele su carácter y destruye su cuerpo. Enfebrecido por la sed de la educación superior, se ve repelido de los lugares donde el conocimiento es alcanzable, un verdadero Tántalo intelectual de nuestros tiempos no míticos. Golpea su cabeza contra las gruesas costras de hielo de odio y desprecio que se forman sobre su cabeza. Como casi ningún otro ser social —a quien hasta su creencia le enseña que es una acción meritoria y agradable a Dios que tres coman juntos y diez oren juntos— está excluido de la sociedad de sus compatriotas y condenado a un trágico aislamiento. Uno se queja de que los judíos se entrometen en todas partes, pero solo buscan la superioridad porque se les niega la igualdad. Se les acusa de un sentimiento de solidaridad con los judíos de todo el mundo, mientras que, por el contrario, es su desgracia que tan pronto como se pronunció la primera palabra amorosa de emancipación, trataron de arrancar de sus corazones toda la solidaridad judía, hasta el último rastro. Aturdidos por la lluvia de acusaciones antisemitas, olvidan quiénes son y, a menudo, se imaginan a sí mismos como los malhechores corporales y espirituales que sus enemigos mortales los representan. No pocas veces se oye al judío murmurar que debe aprender del enemigo y tratar de remediar sus sentimientos. Olvida, sin embargo, que las acusaciones antisemitas carecen de valor, porque no se basan en la crítica de hechos reales, sino en los efectos de una ley psicológica según la cual los niños, los salvajes y los tontos malévolos hacen personas y cosas contra las que tienen una aversión responsable de sus sufrimientos.

Ante la angustia judía nadie puede permanecer indiferente, ni cristiano ni judío. Es un gran pecado dejar que una raza a la que ni siquiera sus peores enemigos niegan la capacidad, degenere en la angustia intelectual y física. Es un pecado contra ellos y contra la obra de la civilización, en cuyo interés los judíos no han sido inútiles colaboradores. “Esa angustia judía clama por ayuda. Encontrar esa ayuda será el gran trabajo de este Congreso”.

¡No olvidemos que estas palabras fueron pronunciadas en 1897! ¡Qué advertencia fueron y qué verdad suenan hoy!