Entre 1898 y 1947, el sionismo evolucionó de ser una idea a una realidad concreta: el establecimiento efectivo del Estado judío en Israel. Cuando Theodor Herzl escribió El Estado judío, los judíos carecían de poder político y contaban con pocos recursos financieros para transformar la idea en una realidad territorial. Durante siglos, los judíos mantuvieron firmemente su identidad como comunidad. Morir por la causa o sacrificarse por la próxima generación era la norma y no la excepción. Los judíos conservaron el lazo ideológico que los unía a la tierra que Dios les prometió. Durante esa mitad de siglo hubo un lento flujo de algunos de ellos a Palestina, donde crearon pequeños asentamientos y enclaves urbanos. Lentamente, reanudaron la presencia judía en la era moderna en Eretz Yisrael (la Tierra de Israel). Cinco razones sirven para explicar el éxito del sionismo en la creación de un lazo entre el pueblo y la tierra que se convirtió en un Estado:
- salvo algunas excepciones importantes, los Gobiernos otomano y británico en Palestina permitieron el desarrollo autónomo de la comunidad judía;
- la comunidad judía trabajó con perseverancia y una dedicación inquebrantable, mostró templanza, invirtió su capital individual e hizo sacrificios personales para construir la infraestructura de un Estado;
- la pragmática clase dirigente sionista demostró su previsión y capacidad de establecer instituciones y abogar por su causa con éxito suficiente como para construir un hogar nacional;
- la población árabe en Palestina permaneció eternamente empobrecida, fragmentada social y políticamente y liderada por gobernantes egoístas e intransigentes.
- algunos acontecimientos fuera de Palestina sirvieron para recordar a los judíos de la precariedad de su existencia cuando vivían en los márgenes determinados por otros: los disturbios antijudíos (pogromos) en Rusia, el antisemitismo europeo que se convirtió en la estridente realidad del Holocausto y la negativa sistemática de la comunidad internacional de brindar un refugio a los judíos en crisis.
Cuando se declaró el Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, la población judía había aumentado de 30 000 en 1900 a más de 650 000. Cuando Hitler invadió Polonia en septiembre de 1939, 420 000 judíos habitaban Palestina, y las tres cuartas partes de la tierra que los judíos llegarían a adquirir para formar el núcleo del Estado ya estaba en posesión judía. Sin duda alguna, el Estado judío ya estaba en preparación antes del inicio del Holocausto. Los diarios y los políticos árabes de finales de los años treinta en adelante reconocieron esa realidad: los sionistas no estaban creando un hogar, sino un Estado. No se les concedió un hogar, se lo ganaron. Es indudable que los acontecimientos catastróficos de la Segunda Guerra Mundial aceleraron la creación del Estado judío; no obstante, el desarrollo organizacional, la constante planificación estratégica y la improvisación del Estado judío tuvieron lugar mucho antes de que se conociera que seis millones de judíos perecerían en las maliciosas manos de la Alemania nazi. Siglos de experiencia ya les habían enseñado a los judíos que la degradación por parte de los gentiles y el antisemitismo seguían siendo realidades perennes. La cruel indiferencia que las democracias occidentales habían demostrado para salvar las vidas de los judíos reforzó la determinación sionista de establecer un Estado que protegiera las vidas y las propiedades de los judíos.
Gran Bretaña y Palestina
Para Gran Bretaña, el acceso al Medio Oriente y a través de este continuaba siendo un interés nacional fundamental. Instalado en la India, Burma y Adén desde 1858 y en Egipto desde 1881, el control británico al acceso al canal de Suez pasó a ser esencial para el transporte comercial de bienes manufacturados y materia prima entre Inglaterra y el sur de Asia. Gran Bretaña buscaba contar con un puente terrestre exclusivo y contiguo desde el canal de Suez hacia el este, al golfo Pérsico y el océano Índico. D.G Hogarth, Secretario de Estado para la India y posteriormente miembro del despacho árabe británico en El Cairo, denominó al Medio Oriente como “una vía de paso… la comunicación entre el Occidente y el ‘Occidente en el Oriente’”. En todo el Medio Oriente, Afganistán y Persia incluidos, Gran Bretaña consolidó su presencia física mediante las relaciones bilaterales, las alianzas financieras, las declaraciones de amistad, los derechos de puerto de escala, los tratados y entendimientos que tuvieron sus inicios mucho antes de la Segunda Guerra Mundial y continuaron durante las décadas siguientes. En especial, Gran Bretaña apoyó el derecho de las familias hachemita, kuwaití, qatari y saudí de gobernar. Con este fin, Gran Bretaña realizó numerosas promesas a los dirigentes árabes para obtener su apoyo en la guerra contra los otomanos.
Los británicos negociaron y firmaron secretamente el acuerdo Sykes-Picot con Francia y otras potencias, con el único objetivo de controlar físicamente o ejercer influencia sobre las políticas de los dirigentes de los territorios que pronto pasarían a ser conocidos como los antiguos territorios árabes (Líbano, Siria, Irak, Transjordania y Palestina) del Imperio (turco) otomano. La promesa británica hecha a los judíos en 1917 en la Declaración Balfour de facilitar el desarrollo de un hogar nacional judío en Palestina fue una pieza fundamental del rompecabezas que encajaba a la perfección con los planes geopolíticos de Gran Bretaña: establecer lazos de amistad perdurables con los actuales o posibles aliados confiables. Los británicos y los sionistas forjaron una relación simbiótica. Gran Bretaña deseaba un grupo de personas leal y confiable que apoyara la continuidad de los intereses imperialistas británicos en Palestina, aunque no siempre estuvieran de acuerdo con estos. Los sionistas deseaban desarrollar su hogar nacional en Palestina y poco les importó, por lo menos hasta 1939, que el desarrollo de su hogar nacional dependiera de la protección británica.
Después de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña se aprovechó de buen grado de la desintegración del Imperio otomano en momentos en que el Medio Oriente caía en picada, tanto en lo económico como lo administrativo. La región de inmediato se tornó esencial para la marina británica, que en ese momento pasó a preferir el petróleo por encima del carbón y, en especial, estuvo siempre ávida del petróleo del golfo Arábigo. La apertura en 1935 del punto final del oleoducto iraquí en el puerto palestino de Haifa incrementó aún más la importancia fundamental de Palestina para satisfacer los intereses de seguridad de los británicos. La región de Palestina cayó en manos de las fuerzas militares británicas en diciembre de 1918. En 1922, el Mandato de Palestina de la Sociedad de Naciones reafirmó la autoridad de Gran Bretaña para gobernar Palestina. El Mandato estipulaba expresamente el desarrollo de un hogar nacional judío que estuviera a la par con la “capacidad económica del país de absorber nuevos inmigrantes”.
En su gobierno de Palestina entre 1920 y 1948, los británicos funcionaron como la única autoridad ejecutiva, legislativa y judicial, y las comunidades judía y árabe generalmente tuvieron que hacerse cargo de sus propios intereses y necesidades. Las prioridades de gasto de los británicos nunca incluyeron el establecimiento de un sistema de educación pública o el otorgamiento de préstamos u otra asistencia financiera a largo plazo a la población árabe rural, que permanecía eternamente empobrecida e insolvente. El gasto británico se enfocó siempre en la construcción de carreteras, puertos, autopistas e instalaciones militares, destinados intencionadamente a asegurar a Palestina de modo de satisfacer las necesidades imperialistas británicas. Al igual que lo hizo en su gobierno de Irak durante el mismo período posterior a la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña aprovechó deliberadamente los ingresos impositivos generados localmente para apoyar su presencia imperialista. Gran Bretaña se benefició directamente de la importación de capital judío para el establecimiento de la nación sionista. Para 1936, si bien los sionistas conformaban menos de un tercio de la población total, aportaron más del 50 % de los ingresos impositivos británicos.
La administración británica reconoció a la Agencia Judía como la representante oficial del organismo sionista. Cuando los británicos pretendieron hacer lo mismo con los árabes palestinos en los años veinte, los dirigentes árabes rechazaron numerosas iniciativas de esta índole. Entre ellas se encontraba la propuesta de los dos Estados recomendada por la ONU en 1947 como medio para solucionar la cuestión palestina. Los árabes palestinos, si bien aún constituían la
enorme mayoría demográfica, boicotearon a los funcionarios británicos, quienes a su vez simpatizaban en gran medida con su causa e incluso, en algunos casos, se opusieron vehementemente al sionismo. La decisión continuada de negarse a participar en el gobierno local obstaculizó considerablemente la capacidad de la comunidad árabe de limitar la expansión judía en Palestina. La élite política árabe no hubiera podido frustrar el sionismo desde el punto de vista ideológico, no obstante, hubiera podido establecer ciertos límites a las prerrogativas sionistas y, sin duda, limitar la magnitud de la presencia soberana judía. Por su parte, los judíos cabildearon y negociaron para obtener derechos y protección ante los británicos en Londres y en Palestina, ante el Gobierno estadounidense en la Sociedad de Naciones y, finalmente, ante las Naciones Unidas.
La búsqueda y el establecimiento del Estado hasta finales de los años treinta
Si los sionistas hubieran pretendido establecer un Estado en una zona con antecedentes de una administración pública eficiente o en la cual las burocracias locales o regionales hubieran sido capaces de oponer resistencia a la creación de un Estado sionista, el plan sionista habría flaqueado. La administración del Medio Oriente por parte del Imperio otomano, incluida el área de Palestina (la región que comprende el Mediterráneo al sur del Líbano, al norte de la península del Sinaí y continúa hacia el este a lo que actualmente constituye a Irak), era ineficiente, descentralizada y estaba plagada de corrupción. La mayoría de la población árabe local en el área de Palestina era rural, iletrada, empobrecida y notablemente ineficiente en la producción agrícola. Más aún, el uso de la tierra y su control estaban monopolizados por una pequeña y privilegiada minoría conformada por recaudadores de impuestos, propietarios de tierras, responsables religiosos, prestamistas y personajes destacados. Esta pequeña élite social árabe gozaba de un estándar de vida que no estaba al alcance del empobrecido y constantemente endeudado campesinado. Muchos personajes destacados eligieron mantener y mejorar su estándar de vida mediante la venta de partes de su tierra a los compradores sionistas. Algunos árabes permanecieron fieles a su identidad árabe como comunidad; otros participaron de las transacciones de tierras con los judíos durante los años veinte, para transformarse décadas más tarde en acérrimos nacionalistas árabes palestinos. Aun así, se había vendido la cantidad suficiente de tierras árabes para otorgar a los sionistas el punto de partida territorial que necesitaban. Gran parte de la tierra de la región, incluida más de la mitad de toda el área geográfica de Palestina, era inhóspita e inadecuada para el cultivo. Ni siquiera estaba registrada bajo la titularidad de alguna persona. En tres ocasiones durante esos cincuenta años la economía rural de Palestina se vio asolada: primero, a raíz de la destrucción masiva de árboles, cultivos y ganado, resultado de una plaga de langostas que los inutilizó, así como de los combates entre los turcos otomanos y los británicos antes y durante la Segunda Guerra Mundial; segundo, a causa de la sequía y las escasas cosechas a comienzos de los años treinta, que dieron como resultado índices de cultivo considerablemente disminuidos; y, tercero, a raíz de la rebelión árabe contra los británicos y los sionistas entre 1936 y 1939. Después de la rebelión, una parte importante de la zona rural de Palestina, afectada por la violencia intercomunitaria, quedó con aldeas parcialmente destruidas, cultivos y árboles arrancados, cosechas arruinadas y bandas de terroristas rurales que extorsionaban a una población que ya estaba agotada económicamente para obtener comida y provisiones. Después de estos estragos, la comunidad árabe en Palestina contaba con poca fortaleza económica para recuperarse y mucho menos desafiar el lento pero constante crecimiento del sionismo. La élite política, inepta y a menudo trabajando en función de sus propios intereses, puso en desventaja a la causa palestina, que fue superada por la voluntad y la perseverancia del sionismo.
En 1903, el fallecimiento inoportuno del fundador de la Organización Sionista Mundial, Theodor Herzl, sentó un precedente que se repetiría durante más de los siguientes cien años: el movimiento podía sobrevivir a la pérdida de dirigentes con talento. El sionismo y, posteriormente Israel, contaban con una amplia variedad de individuos persistentes y decididos, quienes abrazaron el estándar de liderazgo e impulsaron el avance del sionismo.
Después de la muerte de Herzl, la dirección de la organización sionista pasó a manos de Max Nordau, Jaim Weizmann, Vladamir Jabotinsky, David Ben Gurión, Menájem Beguin y docenas de otros individuos.
A lo largo de este proceso, varios miles de inmigrantes judíos llegaron a Palestina con diferentes habilidades, algo de capital y el compromiso de construir una forma de vida que no estuviera supeditada a los caprichos de otros. Trabajaron la tierra y construyeron aldeas. A algunos no les gustaron las condiciones rústicas y con frecuencia arduas; muchos abandonaron la Tierra de Israel y, a menudo, los intentos por adaptarse a la experiencia sionista. Como lo hicieron sus ancestros en Europa siglos antes, los sionistas crearon instituciones comunitarias para satisfacer sus necesidades inmediatas. El Fondo Nacional Judío, el Fondo Colonial Judío (un banco) y la oficina en Palestina de la Organización Sionista Mundial se establecieron antes de la Primera Guerra Mundial para asistir en el crecimiento del proyecto sionista.
La Sociedad de Naciones otorgó a los sionistas la legitimidad para construir un Estado, según lo prometido por los británicos y posteriormente avalado por las Naciones Unidas. Los sionistas tomaron decisiones estratégicas sobre cómo y cuándo configurar su Estado como parte del desarrollo de su autonomía política. Con frecuencia atravesaron dificultades financieras que ralentizaron el ritmo de crecimiento de la población y la tenencia de la tierra. Para los posibles sionistas, estimular la inmigración judía a Palestina no era tan atractivo como emigrar a Norteamérica y otros destinos más estables. Asistidos por un flujo limitado de capital externo de quienes apoyaban a los judíos en el mundo, los sionistas se centraron en el establecimiento del Estado, pues no contaban con el tiempo, la fuerza de trabajo y los fondos para defender las fronteras de Palestina de las amenazas externas, un asunto que les competía a los británicos. Desde principios de los años veinte, si bien los sionistas vigilaron, no tuvieron que enfrentarse diaria o mensualmente a la oposición física de la comunidad árabe palestina, que de otra forma hubiera podido interrumpir con firmeza el establecimiento del hogar nacional. Debido a que los Estados árabes vecinos se hallaban ocupados con su propio desarrollo nacional hasta mediados y finales de los años treinta, estos prestaron poca atención al incipiente conflicto sionista-árabe en Palestina.
Los sionistas aprovecharon la autonomía política bajo el mando británico para crear y desarrollar instituciones que atendían principalmente las necesidades de los judíos. Dondequiera que había juventud judía, la educación era una prioridad. Desarrollaron los sistemas de educación preescolar, primaria y secundaria; crearon oportunidades de aprendizaje en la escuela secundaria, escuelas agrícolas, técnicas y de arte, así como en universidades, entre ellas, la fundación de Bezalel, el Technion y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Para los trabajadores rasos sionistas, los múltiples partidos políticos sionistas ofrecían centros de salud e instalaciones deportivas, todo esto para moldear identidades unidas a los objetivos sionistas. Los sionistas establecieron instituciones crediticias, bancos, una federación de trabajo, cooperativas de mercadeo y construcción y fuerzas de autodefensa (Haganah, Irgun, y el Palmach). Junto con la Agencia Judía, surgieron entidades de recaudación de fondos (el Keren Hayesod) y adquisición de tierras (el Fondo Nacional Judío, la Compañía de desarrollo territorial de Palestina); estas contribuyeron a que los recién llegados se integraran a una dinámica comunidad judía conformada por inmigrantes de diversos orígenes. Los sionistas revivieron el hebreo como un idioma rico, tanto oral como literario; este se convirtió en el lazo que unió a los judíos provenientes de diferentes contextos culturales y lingüísticos. La Agencia Judía representó los intereses sionistas ante los británicos en Palestina, Londres y la Sociedad de Naciones. Los sionistas tenían múltiples ideas sobre la naturaleza, el alcance y el ritmo del desarrollo sionista. Las discordias sobre la elección de políticas en las filas sionistas eran comunes, en ocasiones amargas y con frecuencia sumamente personales. Existían profundos desacuerdos entre socialistas y capitalistas y, entre los socialistas, entre los judíos religiosos que acogían o despreciaban el sionismo. Todos los meses se generaba un debate entre los sionistas sobre si la Agencia Judía era demasiado cortés y avanzaba a paso lento con los británicos, y tal vez no era lo suficientemente agresiva con el gigante imperialista. Un ejemplo que demuestra cómo los sionistas se unían en momentos de una crisis política ocurrió en diciembre de 1937. Por ese entonces, los expertos que gestionaban las adquisiciones y las necesidades de tierras crearon un grupo que congregaba a diferentes representantes para formular una estrategia política de adquisición de tierras. Ante las restricciones británicas pendientes para limitar la adquisición de tierra por parte de los judíos, con escaso capital disponible para adquirirlas, pero ya que había ofertas de venta de tierras árabes a los sionistas en prácticamente toda Palestina, las alternativas políticas se debatían y aplicaban. Véase: la reunión del Fondo Nacional Judío de 1937, La importancia política de la adquisición de tierras.
Los árabes en Palestina
Como era de esperar, la élite política y la mayoría de la población rural árabe palestina se encontraban enfurecidas y perturbadas por todo lo relacionado con la expansión judía, en especial la inmigración. Cuando la política británica se desviaba de los objetivos sionistas (como frecuentemente lo hacía) y amenazaba con detener el crecimiento del hogar nacional judío en general (como lo hizo con el Libro Blanco de 1939), los sionistas protestaban fuertemente. Los duros desafíos planteados al desarrollo judío típicamente lograban evadirse; a finales de los años treinta y cuarenta, los sionistas desarrollaron medios, si bien con un éxito insignificante, para superar las restricciones a la adquisición de tierras y la inmigración. Una alternativa era reclamar con vehemencia, pero sin lamentarse por los sufrimientos padecidos hasta un punto que llevara al estancamiento del proceso de establecimiento de un Estado. Los sionistas actuaron siempre de forma estratégica: se mantenían leales a Gran Bretaña para lograr la protección de su pequeña población e industria emergente. En cuanto a los dirigentes árabes palestinos en general, continuaron boicoteando su participación con los británicos, pues Londres no había revertido o puesto fin a la política sionista esencial de establecer un hogar nacional o Estado. La tajante negativa de los árabes palestinos a participar de cualquier proceso gubernamental que pudiera involucrar un reconocimiento del sionismo fue evidente en numerosas ocasiones, la más memorable de ellas, en la decisión del muftí Hajj Amin al-Husayni de rechazar el Libro Blanco de 1939. Mediante su repudio del Libro Blanco, el Muftí rechazó la oportunidad de establecer un Estado de mayoría árabe en toda Palestina, a pesar de que sus consejeros y diversas personalidades árabes querían que hiciera planes para el establecimiento de un Estado árabe en Palestina en diez años. El daño causado a los palestinos por la negativa a aceptar políticamente el sionismo en una forma reducida o acompañar la presencia colonial británica trajo consigo consecuencias políticas desastrosas para los árabes. Al optar por hacer un boicot oficial, los árabes palestinos desairaron a muchos funcionarios británicos y estadounidenses que apoyaban sin reservas su causa y estaban dispuestos a oponerse vehementemente al sionismo. Al optar por mantenerse al margen de una participación con la administración británica, los políticos palestinos renunciaron a la capacidad de dar forma al contenido de los reglamentos, leyes y ordenanzas locales que afectaban la vida cotidiana en Palestina. Su constante negativa a brindar pruebas o testificar ante las comisiones de investigación británica y de la ONU que evaluaban el futuro de Palestina impidió en gran medida que las opiniones de los palestinos fueran expresadas. Esta fue una decisión deliberada de los dirigentes árabes, y dejó el campo de batalla político libre para que los sionistas, que eran menos, presentaran con vigor y en reiteradas ocasiones su causa a favor del establecimiento de un Estado. El desamparado campesinado árabe, que constituía la mayoría, junto con un liderazgo árabe socialmente competitivo y políticamente fracturado, dejaron a los árabes palestinos carentes de las armas necesarias para convertirse en un verdadero desafío al establecimiento del Estado sionista. Izzat Darwazzah, un representante político árabe destacado, hizo una distinción crítica a sus colegas nacionalistas sirios en octubre de 1938, cuando dijo: “… hasta septiembre de 1937 los judíos hablaban de construir un hogar nacional en Palestina; hoy, ya están hablando de establecer un Estado judío en Palestina. La responsabilidad plena de nuestras acciones recae ahora exclusivamente sobre los árabes. En caso de que los países árabes continúen comportándose de la manera en que lo han hecho hasta ahora frente al levantamiento en Palestina, los árabes de Palestina estarán completamente perdidos”. Los funcionarios de la oficina colonial británica, muchos de los cuales simpatizaban con los árabes en Palestina y se oponían al sionismo, señalaron en 1939 y 1940 que: “No debemos simpatizar mucho con los árabes que tienen por costumbre vender sus tierras a los judíos… es [necesario] proteger al propietario de tierra árabe de sí mismo”. En noviembre de 1945, el Informe de la Comisión de Investigación sobre las Transferencias de Tierras indicó que: “La solución recae en las manos de los mismos árabes… si confabulan para evadir la ley [vendiendo tierras a los sionistas], es difícil para las autoridades defenderlos”. Entre los años veinte y los cuarenta, una parte de Palestina se estaba transformando en un Estado judío en construcción, mientras que las clases rurales árabes en las regiones donde se vendieron tierras a los sionistas se encontraron trabajando en zonas que pronto se convirtieron en asentamientos rurales judíos, kibbutzim y moshavim.
Aparte de algunos intereses comerciales y empresariales limitados, las dos comunidades permanecieron relativamente separadas una de la otra. Cruzaron caminos en las principales ciudades, pero solo en contados casos participaron juntas en foros políticos o sociales. A principios de los años treinta, los dirigentes sionistas y árabes emprendieron unas pocas iniciativas para negociar un acuerdo en el que los árabes pudieran aceptar la presencia política árabe, sin embargo, los diálogos fracasaron. En cambio, prosperaron algunas alianzas comerciales y económicas entre los árabes y los judíos. En términos demográficos, vivían separados el uno del otro, salvo en las zonas urbanas donde los barrios árabes y judíos se entrelazaban. Los sionistas se asentaron en su mayoría en las regiones costeras y las llanuras de Palestina, en tanto que las poblaciones árabes permanecieron principalmente en las regiones montañosas, si bien muchos también habitaron las ciudades. El capital sionista importado, que vino junto con los inmigrantes judíos, contribuyó en la financiación de proyectos de obras públicas, a través de la recaudación de impuestos. Por ello, tanto árabes como judíos se beneficiaron de la creación de empleos en el sector público. Estos fueron financiados por la administración británica hasta meses antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando el gasto público de los británicos fue notablemente menor, lo que resultó en un aumento del desempleo, en especial entre la comunidad árabe. Durante el período del Mandato, los asentamientos rurales y negocios judíos contrataban a la clase trabajadora árabe con regularidad, sin embargo, esto no alteró la distancia espacial entre las comunidades árabe y judía. Cabe destacar que, si se la compara con otros lugares del Medio Oriente en aquel momento, la presencia judía, junto con la administración británica, mejoraron radicalmente el sistema de salud de Palestina, conduciendo a una disminución considerable de la mortalidad infantil árabe y un aumento de la longevidad.
El lento y metódico avance hacia la soberanía judía
En julio de 1937, el informe de la Comisión Peel determinó que las comunidades árabe y judía no podían convivir; es así que proponía la separación de las dos poblaciones y la creación de un Estado para cada una de ellas. La idea de que el futuro de Palestina apuntara hacia la existencia de un Estado judío enfurecía enormemente a los aliados británicos de origen árabe y musulmán en el Medio Oriente y Asia del Sur. En vista de la inviabilidad económica del Estado árabe propuesto, la posibilidad de una solución de dos Estados fue abandonada abruptamente. Una razón de peso para descartar la solución de dos Estados de 1938 fue el adquirir conciencia de que el Estado árabe propuesto no hubiera sido económicamente viable. En su lugar, los británicos publicaron el Libro Blanco sobre Palestina de mayo de 1939, el cual truncó radicalmente el crecimiento demográfico y físico del hogar nacional judío hasta que se estableció el Estado en 1948. A pesar de las restricciones, los judíos continuaron inmigrando en reducidas cantidades y los árabes palestinos continuaron vendiendo de buen grado tierras a los compradores judíos. Las actas de las reuniones del Fondo Nacional Judío de finales de los años cuarenta contienen numerosos ejemplos de ofertas de ventas de los árabes a los sionistas, quienes simplemente carecían de los fondos necesarios para cerrar las ventas.
A finales de los años treinta, cuando se avecinaba el desastre en Europa y prácticamente todos los países del mundo estaban cerrados para la inmigración judía, los sionistas continuaron avanzando en la creación de su Estado. La Agencia Judía, por su parte, desarrolló un pequeño pero complejo sistema para hacer emigrar grupos reducidos de judíos a Palestina de forma ilegal durante los diez años que siguieron a la imposición de restricciones por los británicos a la inmigración; esto se conoció como Aliyah Bet (o “inmigración B”), que era otro nombre para bilti hoki (o “inmigración ilegal”). David Ben Gurión, en calidad de director de la Agencia Judía, decidió ampliar el apoyo al sionismo en una comunidad judía estadounidense cada vez más grande (que aún era en su mayoría apática al sionismo). En 1942, anunció en Nueva York la intención declarada de establecer un Estado judío en Palestina. Los judíos recién llegados a los Estados Unidos aún no constituían un segmento con fuerza en la política estadounidense. La mayoría de los judíos, aún preocupados por salir adelante en los EE. UU., no estaban comprometidos con el sionismo; temían el antisemitismo en los EE. UU. La mayoría estaban más preocupados por las calamidades que los judíos en Europa estaban padeciendo y menos por apoyar un Estado judío en Palestina. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial habían muerto más de once millones de personas; seis millones de ellos eran judíos asesinados a manos de los nazis. Ben Gurión quiso impulsar a los judíos estadounidenses a que apoyaran al Estado judío. Comprendía el posible impacto político que una comunidad judía activa podría tener al cabildear a favor de la causa sionista en la democracia representativa más grande del mundo.
Si bien los dirigentes británicos y estadounidenses estaban unidos en su compromiso para vencer al nazismo, diferían constantemente sobre si permitir que los judíos desplazados por la guerra tuvieran la oportunidad de llegar a Palestina. Ante la presión de sus aliados árabes y su comportamiento claramente antisionista, el Gobierno británico dijo “no” a la apertura de Palestina a 100 000 judíos desplazados. El presidente Truman abogó por ello por razones humanitarias y, aun así, desde 1945 y hasta el establecimiento de Israel, menos de 75 000 judíos inmigraron efectivamente a Palestina. La noción de que después de la Segunda Guerra Mundial Palestina se hallaba inundada de judíos desplazados es sencillamente falsa. En las Naciones Unidas en San Francisco y luego en Nueva York, los sionistas cabildearon intensamente para lograr la aprobación del Estado judío; los sionistas se oponían con vehemencia a una administración fiduciaria de Palestina que retrasara el establecimiento de un Estado judío. De forma audaz, los diplomáticos sionistas suplicaron a los dirigentes políticos de todo el mundo para que permitieran a los judíos ejercer su derecho natural a la autodeterminación.
Entretanto, los árabes palestinos y los árabes de los países vecinos se hallaban divididos por enemistades personales e intereses nacionales egoístas. El rey Farouk de Egipto y el emir Abdullah de Jordania sostenían enfrentamientos constantes en torno al futuro de Palestina, menos interesados por el bienestar de los palestinos y más preocupados por quién ejercería el control sobre la tierra de Palestina cuando los británicos se retiraran, si esto llegaba a suceder. Incluso en 1947 y 1948, cuando los dirigentes sionistas se dirigieron a los políticos árabes para dialogar sobre la existencia de dos Estados para dos pueblos, la respuesta fue negativa. El rey de Arabia Saudita, Abdul Azziz Ibn Saud, llamó a los judíos en Palestina “agresores […] buscando perpetuar una injusticia monstruosa en nombre del humanitarismo”. Exageró el efecto que la guerra tuvo sobre la inmigración judía a Palestina; no era consciente de la frecuencia con la que los árabes en Palestina se habían equivocado al trazar su destino. En un diálogo de los sionistas en septiembre de 1947 con Abdul-Rahman Azzam Pasha, líder y secretario general de la Liga Árabe, este declaró enfáticamente: “El mundo árabe no está en humor para acuerdos, ustedes no conseguirán nada por medios pacíficos o con acuerdos. Trataremos de derrotarlos; no sé si lo lograremos, pero lo intentaremos. Es posible que lleguemos a perder el control de Palestina. Pero ya es demasiado tarde para hablar de soluciones pacíficas”.
Las Naciones Unidas, establecidas en octubre de 1945, abordaron la cuestión palestina como uno de los problemas principales para los que era preciso encontrar una solución. En noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por mayoría de votos la Resolución 181 que significaba la autorización internacional para el establecimiento de dos Estados en Palestina, un “Estado árabe” y un “Estado judío” con una unión económica común. Debido a que en Jerusalén se encontraban todos los Lugares Sagrados de las tres religiones monoteístas, la ONU otorgó un estatus especial a Jerusalén, denominándola “ciudad internacional”, un resultado que nunca se materializó. Finalmente, al finalizar la primera guerra árabe-israelí en 1948, Jerusalén se transformó en una ciudad dividida; Israel y Jordania controlaban cada uno una parte de la ciudad, y los lugares sagrados de la ciudad antigua cayeron exclusivamente bajo el control jordano hasta junio de 1967. Entretanto en Palestina, la Agencia Judía consiguió las pocas armas y municiones que pudo para la inevitable futura guerra contra los árabes locales y los Estados árabes vecinos. De forma simultánea, los judíos en las tierras árabes que rodeaban Palestina sintieron el aumento de la ira que se acumulaba en las poblaciones vecinas y los Gobiernos árabes, cuya hostilidad contra el sionismo y los judíos con quienes convivían era cada vez mayor. Las instituciones y residencias judías en los países árabes fueron atacadas, obligando a 800 000 judíos en tierras árabes a migrar. La mayoría emigraron al nuevo Estado de Israel; de forma similar, la partida en última instancia de más de 700 000 árabes de Palestina hizo que esta fuera una transferencia por partes casi iguales de población; sin embargo, eso no fue previsto cuando la ONU tomó su decisión en 1947 de establecer un Estado árabe y uno judío. Al final, no se creó un Estado árabe; partes de Palestina permanecieron bajo el control de los sionistas y las otras, bajo el control de Egipto y Jordania.
El camino hacia el establecimiento del Estado judío estuvo marcado por compromiso, errores, determinación, terquedad y un enfoque en las necesidades inmediatas, así como el desentenderse de cuáles serían las consecuencias para los árabes, en especial, teniendo en cuenta que contaban con una clase dirigente que reiteradamente tomó decisiones políticas equivocadas. Varios elementos clave condujeron al éxito sionista. Cuando Gran Bretaña se retiró de Palestina y otros lugares de su imperio colonial, la infraestructura sionista que se había desarrollado durante el medio siglo anterior creció a paso lento, se sobrepuso a la violencia árabe y a un giro dramático en la política británica que pretendió poner fin al establecimiento de un Estado judío. Siempre que los judíos se encontraron ante un obstáculo, concibieron una solución alternativa. Practicaron el autogobierno antes de tenerlo de forma oficial. Desarrollaron una política exterior antes de contar con un ministerio de relaciones exteriores; crearon las milicias de combate clandestinas antes de disponer de un ejército oficial; maduraron una pequeña economía antes de tener un PIB estatal; se encargaron de satisfacer sus propias necesidades generales sin recurrir a la fuerza de la ley del Estado para obligarlos a hacerlo. La necesidad impulsó a los sionistas. Se encontraban arrinconados; los impulsaba la experiencia histórica, que incluía su identidad con una fe y las constantes erupciones de un antisemitismo virulento. El enorme deseo se transformó en una necesidad imperiosa de crear un Estado, para poner fin a la precariedad y brindar seguridad a los judíos.
Seis meses después del voto de las Naciones Unidas en noviembre de 1947 para el establecimiento de los Estados árabe y judío mediante la resolución de la partición, los sionistas, bajo el mando de David Ben Gurión, declararon la creación del Estado, el 14 de mayo de 1948, en la Declaración de Independencia de Israel. Cincuenta años antes, Herzl describió la fórmula del éxito a los 200 delegados presentes en el primer congreso sionista en Basilea, Suiza: “Solo la propia voluntad del pueblo [judío] puede salvarlos… Si el pueblo no cuenta con la fortaleza necesaria para redimirse, no habrá ninguna salvación que pueda reemplazar a su iniciativa”. En medio siglo, los judíos lograron hacerse cargo de su destino.