Solución de dos Estados: ¿por qué no ahora?

Por el Prof. Kenneth W. Stein

La solución de dos estados sigue siendo la opción más considerada y endorsada para resolver el conflicto palestino-israelí. Siendo así, ¿por qué no ha sucedido todavía? Para que una solución de dos estados se materialice, esta debe ser de mayor interés para los israelíes y los palestinos. Para concretar tal solución tiene que existir la voluntad de hacerlo y los medios para implementarla. En este momento, ninguno de estos elementos está presente.

En agosto de 2013, recopilé una serie de declaraciones formuladas a partir del año 2000 por docenas de organizaciones internacionales y líderes del mundo occidental donde apoyaban fervientemente una solución de dos estados para el conflicto israelí-palestino. En los últimos cinco años, el número de voces y resoluciones que reclaman la solución de dos estados ha aumentado drásticamente.

La demanda persistente por una solución de dos estados viene generalmente acompañada de advertencias que alertan sobre las nefastas consecuencias que recaerían sobre Israel si los palestinos no establecen su estado ya mismo. Estos pronósticos vaticinan el fin de Israel como estado judío, cuestionan si Israel podría mantener su estatus como estado judío y democrático y además presagian un deterioro gradual del apoyo que Israel recibiría de sus simpatizantes en el exterior.

Algunos han afirmado que ya es demasiado tarde para implementar la solución de dos estados. No concuerdo con esta opinión.

Habiendo investigado, escrito y disertado sobre el conflicto durante cuatro décadas, admito que el conflicto se ha agudizado. Puedo citar cada capítulo y párrafo de toda propuesta  presentada a partir del año 1937 para dividir a ambas poblaciones en dos estados. ¿Por qué entonces sería ya demasiado tarde? La historia nunca se termina.

Existe una clara desconexión entre lo que los partidarios de la solución de dos estados desean desesperadamente y lo que las partes mismas, junto con sus aliados, necesitan o están dispuestas a aceptar. ¿A qué se debe esto?

Actualmente, los factores políticos y económicos que llevarían a la solución de dos estados no se encuentran alineados. Las discusiones sobre el futuro de  Cisjordania y Jerusalén son considerablemente más complejas y están más cargadas de emociones que las conversaciones que tuvieron lugar a finales de los años 70, entre el entonces presidente egipcio Anwar Sadat y el Primer Ministro israelí Menachem Begin. En aquel entonces, estos mandatarios ponían pequeñas objeciones sobre el futuro de los asentamientos en el Sinaí, los intercambios de embajadores o la cantidad de petróleo que Israel importaría de Egipto. La devolución del Sinaí resultó relativamente fácil una vez que los detalles fueron resueltos con la ayuda estadounidense. Sadat sabía que recuperaría la península del Sinaí y recibiría a cambio grandes cantidades de ayuda externa estadounidense. Begin y Sadat también sabían que tal acuerdo podría mantener a los soviéticos alejados de la región. Ambos tenían incentivos e intereses nacionales en juego que los motivaba a lograr un acuerdo duradero.

Actualmente, el presidente palestino, Mahmoud Abbas, no es Sadat; y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no es Begin. Los sistemas políticos deben ser lo suficientemente fuertes como para negociar, implementar y mantener una solución de dos estados y poder soportar las sacudidas de un acuerdo que requiere sacrificios. Tanto Netanyahu como Abbas lideran comunidades políticas divididas. Ambos confrontan obstáculos políticos y aún más que eso.

La comunidad política palestina está dividida, es disfuncional y egoísta en su forma de gobernar como no lo ha sido jamás en sus 100 años de historia. ¿Acaso uno vendería u ofrecería una propiedad a una familia compuesta por una docena de hermanos que no pueden ponerse de acuerdo sobre un precio justo, ni aún menos acordar cuáles deberían ser las dimensiones de la propiedad? ¿Acaso uno otorgaría tierras vecinas a alguien que tiene la intención de desplazarlo paulatinamente? Si uno fuera un líder israelí, ¿acaso arriesgaría  establecer un estado palestino en un entorno regional que está siendo desgarrado por el sectarismo y por grupos que no respetan la santidad de las fronteras?

Se puede protestar todo lo que se quiera contra el ex secretario de estado estadounidense (John) Kerry y el presidente (Barack) Obama por catalogar a Jerusalén como territorio ocupado. Lo mismo uno puede hacer con respecto a la decisión del actual presidente Donald Trump de trasladar la Embajada de los EE. UU. a Jerusalén. También se puede culpar a Israel y su creciente empresa de asentamientos como la razón principal por la cual las negociaciones no avanzan.

Sin embargo, estos puntos se tornarían irrelevantes si un liderazgo palestino robusto y fuerte lograra decidir precisamente qué tierra no desea al oeste del río Jordán. Además, si ese  liderazgo palestino decidiera inequívocamente que está dispuesto a poner fin al conflicto de una vez por todas sin exigir que Israel renuncie al principio de mayoría judía en su propio país.

Cuando eso suceda, la primera etapa hacia la solución de dos estados para dos pueblos situados uno junto al otro estaría en marcha. Ante tal situación, Israel debería responder de la misma manera que lo hizo ante la iniciativa de paz de Sadat hace cuarenta años. Los datos de las encuestas israelíes sugieren que la mayoría de la población judía de Israel desea una solución de dos estados. Simultáneamente, una mayoría igual duda de que los palestinos harán lo que fuera necesario para iniciar tales negociaciones.

Más problemático aún que la voluntad de los líderes palestinos e israelíes de negociar de buena fe es cómo implementar esta solución de dos estados.

A diferencia de quienes apoyan la solución de dos estados en occidente, las elites políticas e intelectuales árabes en los últimos cinco años no han prestado mucha atención a la aspiración palestina de crear su propio estado. Tampoco le han prestado demasiada atención a Israel. Los columnistas palestinos acusan a sus propios líderes de ineptos.

La mayoría de los comentaristas políticos árabes se muestran más preocupados por la implosión en sus propios países que por el conflicto israelí-palestino. En sus editoriales, ellos se enfocan más que sus colegas occidentales en las masacres, los bombardeos con gas toxico, y el asesinato y desplazamiento de sirios a manos del régimen de Bashar Al Assad. Del mismo modo, estos periodistas y columnistas se encuentran más alarmados por el imperialismo ruso, iraní y turco que están devastando a sus países.

Además, si los países árabes e industrializados u organizaciones internacionales estuvieran dispuestos a proporcionar al menos $2.5 mil millones al año durante diez años para estimular la economía de un estado palestino, estaríamos hablando entonces de  un buen comienzo.

De ser así, se podría establecer un fideicomiso para implementar el estatus permanente sobre asuntos de seguridad, Jerusalén, refugiados palestinos, asentamientos judíos en Cisjordania, fronteras finales y los límites y derechos del estado palestino.

Los planes y las buenas intenciones son un signo de nobleza. Los que apoyan y los que se oponen a una solución de dos estados deben presentar sus puntos de vista en forma clara. Sin embargo, si ambas partes del conflicto no se arman de coraje y voluntad para enfrentar sus propias realidades, y si además de eso, tampoco hay fondos disponibles para convertir la solución de dos estados en realidad, tal objetivo no pasaría de ser más que una sugerencia sin que haya posibilidad alguna de que se materialice.